La Verdad Y La Verosimilitud. Guido Pagliarino
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Название: La Verdad Y La Verosimilitud

Автор: Guido Pagliarino

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Современная зарубежная литература

Серия:

isbn: 9788873044277

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СКАЧАТЬ ateos, que Bruno perdió la fe en Dios.

      Al haberle dedicado a su hijo su propria vida y haberlo hecho lo mejor que pudo papá Seta se tomó a la ligera, aunque en el fondo estuviera disgustado, que de repente otros le plantearan una previsión de futuro a Bruno.

      Aquel pariente de tres al cuarto —que en su madurez se casara con la tía de la difunta madre de Bruno— abrió por allá a finales de los cuarenta un negocio artesanal de juguetes con un par de dependientes. Como las familias no se visitaban a menudo nunca supieron que con la expansión económica de los años 50 y principios de los 60 el caballero amplió el negocio hasta convertirse en fabricante de juguetes y materiales plásticos con casi doscientos operarios y un volumen de ventas considerable.

      Pasaron los años, pero el matrimonio no tuvo hijos. Por ese motivo el empresario decidió llamar al papá de Bruno.

      Nada más pisar el estudio del doctor Seta el caballero le espetó:

       No tengo herederos, ni siquiera parientes lejanos. No quiero morir y que el estado se quede la fábrica, por qué tienen que meter sus sucias manos, trae mala suerte; aunque mi mujer me sobreviviera no podría encargarse del negocio. Para ella yo ya he hecho lo que tenía que hacer: ho obtenido mis frutos y los he igualado a un tercio de los ingresos de la empresa.

      Llegados a este punto se detuvo durante unos instantes, esperando algún signo de admiración por parte de Seta.

       En fin, que cuando yo muera… —dijo, mientras metía una mano en el bolsillo para tocar un clavo que llevaba siempre encima.

      Más adelante Bruno descubriría que era un hombre muy supersticioso y que creía que aquel clavo era un amuleto que le había dado suerte toda la vida. Luego prosiguió:

       ...quiero que mi nombre y mi empresa pervivan en la memoria por los siglos de los siglos.

      El doctor Seta tuvo que contenerse para no reírse en su cara: «puestos a pedir incluso más que el Imperio romano» pensó. Más tarde se lo repetiría a su hijo, pero en situación consiguió mantener una postura seria.

      Mientras tanto, el otro seguía:

       Ahora la empresa se encuentra en una posición formidable. Da montones de beneficios, al contrario que tu chapucilla.

      Dijo exactamente eso, chapucilla; sin embargo, el carácter del padre de Bruno le mantuvo impasible, aunque pensara que era «el típico paleto». Le dio la mano a modo de despedida y respondió:

       Lo hablaré con el chico, al fin y al cabo es su decisión. Te diré algo lo antes posible.

      Al otro se le quedó una expresión mitad sonrisa mitad mueca, como diciendo: «¿Ahora los críos deciden? ¡Con una oferta como esta!» y se fue; antes, sin embargo, se detuvo en la puerta del estudio, se giró, miró a su alrededor para asegurarse de contar con la atención de las secretarias y dijo:

       Y recuerda: tanto Bruno como sus herederos tendrán que comprometerse por escrito a mantener el nombre de la fábrica con mi nombre: Industrias Caballero Olindo Pittò.

      El hombre, notorio ateo, había albergado esperanzas de sobrevivir bajo el nombre de su empresa.

       Â¿Qué opinaría Foscolo? —bromeó el doctor Seta con su hijo al contárselo, citando al poeta de Los sepulcros que tanto amaba—; tú, mientras tanto, piénsatelo, no deja de ser una propuesta interesante. Y ten presente que puedes graduarte igualmente, trabajando y estudiando luego, por la noche; tienes cabeza y determinación para ello.

      El papá pidió información de primera calidad sobre la empresa Pittò. Al cabo de unos días aceptaron verbalmente la oferta. No se pactó el testamento, siempre revocable. Bruno adquiriría sus derechos. En cuestión de dos años la empresa individual se transformaría en una sociedad por acciones. Así, el joven trabajaría gratuitamente y se quedaría el diez por ciento de la propiedad, es decir, el dos por ciento por bienio hasta que alcanzara un tercio de las acciones; el resto llegaría mediante legado testamentario cuando el caballero muriera. Para evitarle al hijo un compromiso irrevocable, y teniendo en cuenta que la mayoría de edad —en la Italia de aquellos tiempos— se alcanzaba a los veintiuno, el padre prefirió por el momento acordarlo de palabra, sin actos escritos.

      El carácter del empresario salió a la luz casi al instante. A pesar de que se expresaba con propiedad gracias a las abundantes lecturas y por supuesto a la rigurosa escuela primaria de antaño, era más tosco de cuanto las descripciones de papá Seta hubieran traslucido, prepotente con los subordinados y muy humilde con los poderosos, entre los que se incluían los empresarios más ricos que él. Para el hijo Seta, forjado en la libertad y el respeto al prójimo, la harmonía fue difícil.

      Bruno entró en la fábrica ese mismo año, en 1963, acompañado de Pittò. El primero se sintió algo intimidado; el otro, el empresario, se mostró arrogante pero abierto, aunque solo esa vez. Se paseó con el aire de un soberano que presenta altamente complacido su reino al príncipe heredero.

      Le condujo y le recondujo por todos los rincones del edificio. Seguidamente el tío abuelo le presentó a los dos dirigentes del taller.

       Mi sobrino, el heredero.

      El técnico, el señor Tirlotti, era un doble titulado perito químico e industrial con conocimientos de ingeniería valorado con un salario más bajo. El administrativo, el doctor Fringuella, era un cincuentón soltero alto de incipientes entradas, un poco jorobado y extremadamente delgado, de piel amarillenta y nariz enorme. Tenía aspecto de borracho, y seguramente lo estuviera al término de la estancia de Bruno en la fábrica, tal y como evidenciaba el agravamiento de su enfermedad del hígado. En cuestión de ocho meses, Fringuella, escapando de la adustez de trabajos anteriores y contentado con su escaso salario, asumió gracias al jefe el puesto de un tal Dialzi. Su predecesor fue despedido inmediatamente «por haber robado»; curiosamente, jamás fue denunciado a las autoridades judiciales a pesar de que el dinero robado sumara cien millones de liras de la época1 . Además, cosa aún más extraña, el hombre siguió y continuó presentándose casi mensualmente a la fábrica para intentar hablar con el caballero. Se decía, según las orejas espías de Fringuella detrás de la puerta, que el empresario le ofreció al otro una suma de dinero. La certeza fue plena cuando, en una ocasión, aposta y sin fingir en absoluto, el director administrativo entró en la sala, se disculpó por la intrusión y sorprendió a Pittò pagándole a Dialzi. En cuanto el otro se fue el jefe, rojo como un tomate, se acercó al doctor y empezó a excusarse entre balbuceos. Pero, ¿quién le habría creído? «Bueno, es que da pena, ¿no?».

      Â¿Chantaje?

      Mientras tanto, según los chismorreos —sobre todo de Fringuella— el joven reunió rápidamente la escasa información disponible sobre Dialzi; quedó huérfano de ambos padres a los dieciséis y fue acogido por el caballero en su neonata empresa artesana a modo de manitas con una paga casi inexistente, con manutención y alojamiento en el laboratorio. Trabajaba independientemente del horario y las ganancias y halagaba al caballero, hombre sensible СКАЧАТЬ