Название: El ángel caído
Автор: Massimo Centini
Издательство: Parkstone International Publishing
Жанр: Философия
isbn: 978-84-315-5437-8
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¿Qué es el mal, sino la falta del bien, boni indigentia? Los males provienen de los bienes; sólo son malos los seres privados de bienes, quae privantur bonis. Y además, por la comparación, los males resaltan los bienes. El mal, por tanto, es la falta de un bien; se capta definiendo el bien; es la ciencia del bien lo que hace distinguir el mal. Dios es el autor de todos los bienes, y todo lo que existe viene sin duda alguna de Él. En Él no hay ningún mal; y mientras nuestro espíritu permanece en Él ignora el mal. Pero el alma no permanece en Dios, es autora de sus propios males: por esto peca.
El discurso se complica en las puntualizaciones de San Basilio, Homilías sobre el hexamerón (2, 4):
Si entonces – objeta— el mal no está generado y si no proviene de Dios, ¿de dónde saca su naturaleza? Por otra parte, nadie que participe en la vida negará que en realidad los males existen. ¿Qué se puede responder? Que el mal no es un ser vivo y animado, sino una disposición del alma contraria a la virtud que deriva de un apático abandono del bien. No busquemos el mal fuera, no imaginemos una naturaleza primitiva y perversa; a cada cual le corresponde reconocerse autor de la maldad que hay en él […]. La enfermedad, la pobreza, la privación de los honores, la muerte y todo lo doloroso que ocurre a los hombres no debe contarse en modo alguno entre los males verdaderos, ya que no contamos sus contrarios como los más grandes bienes; algunas de estas pruebas tienen su origen en la naturaleza, otras no aparecen privadas de ventajas para quienes las sufren.
De las palabras de San Basilio constatamos que hay varios niveles de mal. El sufrimiento físico se encuentra en un plano inferior que el sufrimiento del pecado, al cual no parece ligado, como, de hecho, lo está hoy, de la manera que quiera verse, especialmente desde el punto de vista laico.
Pongamos por ejemplo los virus: si se tienen en un caldo de cultivo debidamente preparado, son un testimonio extraordinario de los mecanismos de la naturaleza y del milagro de la vida, y, por tanto, son la expresión de una forma positiva.
Pero si estos mismos virus entran en contacto con el hombre pueden causar enfermedades terribles, mortales, con capacidad para diezmar la población de la Tierra, y desde este punto de vista se convierten en imagen muy evidente de la negatividad.
Lo mismo ocurre en la esfera moral: una declaración honesta puede contribuir al triunfo de la justicia y, por tanto, es un acto positivo. Pero si el testimonio se altera, entonces puede producir injusticia y aniquilación de la verdad.
El mal, pues, sustituye a la normalidad del bien, infringe el iter normal, es una entidad privativa.
El dolor aparece como una realidad cruel que se manifiesta a través de la perversión y se configura en dos elementos: el conocimiento y la consiguiente conciencia de la carencia de un bien que existía previamente.
Pero, volvamos a la angustiosa pregunta de Job: «Dios, ¿por qué?».
¿Qué es lo que induce a Dios a permitir el mal? ¿Por qué afecta a un hombre y no a otro? Con toda seguridad, la mayor conquista del hombre sería entender el entramado de un designio cósmico, que nos afecta cada día con sus torbellinos oscuros e impenetrables.
La teología no advierte que el mal viene del demonio, y Dios, igual que un padre convencido del valor de sus hijos, no detiene el poder del maligno, sino que permite la prueba, seguro de la fuerza del hombre. Sin embargo, podemos preguntarnos, con el riesgo de ser considerados nihilistas, ¿esta fuerza la poseemos realmente? ¿O bien, a veces el escándalo del mal es demasiado fuerte, violento e injusto para ser soportado?
La figura de Job y su renegar de la vida invocando la muerte es totalmente comprensible. El mal que todos sufren, de una manera u otra, permite ver en Job el símbolo de toda la humanidad ante aquel dolor que ninguna filosofía es capaz de atenuar.
Ciertamente, sí que existen motivos para quedar desorientados si, por ejemplo, leemos o escuchamos las palabras de la Biblia (Isaías 45, 7): «Yo formo la luz y creo las tinieblas, hago el bienestar y provoco la demencia, yo, el Señor, hago todo esto».
En la especificación «provoco la demencia» hay una gran contradicción, porque provocar o consentir tienen significados muy diferentes. Pero la exegesis cristiana, pese a tener en la Vulgata una afirmación perentoria (creans malus), niega que Dios sea el autor del mal.
¿Dios permite el mal?
Dios permite a Satanás poner el hombre a prueba. En el Libro de Job le deja un amplio margen de actuación: «Pues bien, todo lo que es suyo [de Job, N. del A.] está en tu poder»; se trata de una afirmación importante porque permite valorar el peso del poder del diablo.
Dios permite el mal de la materia y el mal del alma, pero no lo crea ni lo causa, afirman los teólogos. Por tanto, en el universo creado por Dios la privación no fue eliminada, sino admitida y contemplada. Cada cosa está en su lugar, cada criatura, obra y suceso contribuiría en la armonía general, demostrando así que el mal también tiene un papel, una localización precisa.
Para Plotino, en De Providentia (I, 17), la razón universal es una, pero no está dividida en partes iguales:
Como en la flauta de Pan o en otros instrumentos, hay tubos de distinta longitud; y cada uno en su lugar da el sonido acorde con su posición concreta y con el conjunto de las otras. La maldad de las almas tiene su lugar en la belleza del universo. Lo que para ellas es contrario a la naturaleza, para el universo sí es conforme. El sonido es más débil, pero no disminuye la belleza del universo.
Una metáfora que viene, una vez más, a justificar el mal, describiéndolo como una presencia fundamental dentro del mecanismo cósmico, en el que lleva a cabo un papel preciso.
Pese a no tender al mal desde el principio, Dios lo conoce y confía en la sabiduría de los hombres. También es consciente del mal en la naturaleza, pero, recurriendo nuevamente a la teología, descubrimos que: «Dios no ha hecho la muerte y no siente ninguna alegría por la pérdida de vivos», Sapiencia (1, 13).
Un designio inescrutable involucra a todas las criaturas, marcadas desde el principio por una temporalidad atribuida a las culpas atávicas de los predecesores.
Todo se relaciona con Dios: «Si cae la desventura en la ciudad, ¿no será el Señor quien la ha hecho?», se pregunta en la Biblia el profeta (Amos 3, 6), enlazando la cuestión con el poder de Dios, pero sin ofrecer ninguna indicación sobre las motivaciones que pueden haber determinado la «desventura en la ciudad».
El poder de Dios aparece regulado por un mecanismo que ya no tiene ningún parámetro antropológico, sino exclusivamente cósmico e impenetrable: «El Señor da muerte y da vida, manda a los infiernos y hace volver de ellos. Así, en el I Libro de Samuel (2, 6) se pone de relieve el poder de Dios que hace sentir al hombre todavía más frágil, si bien le da el bien de la esperanza.
En el versículo surge con evidencia la predominancia de la muerte (el Señor da la muerte). Se trata de una indicación de significado denso, en contradicción directa con la tradición islámica: «Es Dios quien hace reír y llorar, nacer y morir» (Corán, LIII 43, 44).
Santo Tomás, parafraseando a San Pablo, aclara que Dios «no permite que ocurra ningún daño a los hombres que al final obstaculice su salvación», Carta a los romanos (8, 28).
En su esencia, el mal no debe entenderse como un signo definitivo, como una caída de la que uno no se puede levantar, sino como un paso que no invalida el fin último para el hombre que persevera en el bien.
Naturalmente, СКАЧАТЬ