¿A qué huele en tu habitación? ¿Su hijo adolescente fuma hachís?. Daniel Marcelli
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СКАЧАТЬ contrapartida, a menos que sean expertos en botánica, los jardineros aficionados que replantan año tras año semillas procedentes de su propia producción a menudo acaban fumando… heno.

      ♦ ¿Cuánto cuesta?

      Las tarifas varían dependiendo de las zonas y las épocas, pero el precio medio se sitúa en 2 € por gramo, que da para dos o tres porros, es decir, una tarifa bastante asequible para un adolescente que cuente con una pequeña paga.

      ¿Qué hay que temer?

      ♦ ¿Qué ocurre cuando se fuma?

      El cannabis alcanza enseguida el cerebro, donde provoca los efectos perseguidos: sensación de suave euforia, relajación, modificación de las percepciones (vista, oído, tacto…). Salvo casos excepcionales (y consumo masivo), el fumador de porros no pierde la conciencia de sí mismo ni de sus actos (aunque puede adormecerse), y la alteración de los sentidos no llega a provocar alucinaciones.

      Relajado por completo, el fumador se siente más perspicaz, más lúcido: sin embargo, es una falsa impresión, ya que en realidad sus facultades neuropsíquicas están mermadas por el THC, en particular el razonamiento y la memoria. Al alcanzar el cerebelo y el hipotálamo, el cannabis actúa de forma directa en el control de los gestos y la memoria inmediata. Justo después de un canuto, es más frecuente preguntarse «¿Dónde están las llaves de mi escúter?» que lanzarse a un ejercicio de álgebra.

      La modificación de las percepciones provoca sensaciones distintas: la música parece más intensa, la pintura más tornasolada… Pero el fumador de cannabis no se convierte por ello en creador o artista. El «desbordamiento de los sentidos», tan ensalzado por los poetas malditos franceses (Baudelaire, Rimbaud…), nunca ha inspirado a quien no fuese ya un auténtico genio. Para el común de los mortales, al provocar la apatía y un desinterés por todo, el cannabis tiende más bien a sofocar los dones, a aniquilar toda veleidad de escribir o de practicar un instrumento. El cerebro experimenta un placer que se basta a sí mismo y deja de estar preparado para el menor esfuerzo.

      A veces la experiencia resulta desagradable. El hachís amplifica las emociones; puede agravar la tristeza o la ansiedad. En algunas personas, provoca migrañas, sensaciones de frío, vértigo y vómitos. En otras, la pérdida del autocontrol y las distorsiones sensoriales suscitan una crisis de ansiedad. Es el bad trip, un mal viaje. Cuando sobreviene un mal viaje la primera vez que se prueba, ¡el adolescente suele evitar la repetición de la experiencia!

      ¿Es peligroso para la salud?

      El primer peligro se relaciona con la ebriedad cannábica. Como toda persona ebria, el fumador no tiene conciencia de su estado; sus percepciones están modificadas. Esta circunstancia resulta muy clara al volante de un coche o de un escúter. El fumador ya no domina sus gestos y reflejos, pero, al igual que el bebedor, está muy convencido de que «controla». Por otra parte, la asociación con el alcohol es aún más peligrosa. Todo padre que sabe – porque ya ha hablado de ello— que su hijo adolescente fuma con frecuencia debe mostrarse muy vigilante con el uso del ciclomotor.

      La agresividad, exacerbada por el alcohol, es muy rara con el cannabis: el fumador de chocolate se deja caer en un sofá; a veces puede tener relaciones sexuales sin preservativo, pero no se pone a dar puñetazos en la calle.

      A medio plazo, el cannabis altera las capacidades de la memoria y la concentración, cuando el joven fuma con mucha frecuencia, incluso fuera de los momentos de consumo. Es lo que se denomina síndrome amotivacional. El adolescente acaba encontrando su vida sosa y sin interés. El cannabis activa la liberación de dopamina en su cerebro, en particular en las zonas que participan en el llamado circuito de la recompensa, donde se sitúan las sensaciones de placer. Bajo la influencia del THC, el fumador empedernido ya no necesita otras satisfacciones, ya nada lo atrae. En el ámbito social, se repliega sobre sí mismo; sólo se interesa por los amigos con los que fuma, y la escuela le asquea. El fracaso escolar relacionado con la alteración de la memoria y el desinterés del joven por su propio futuro es uno de los efectos secundarios del cannabis más subestimado hoy en día.

      El cannabis no provoca dependencia física inmediata, a diferencia del alcohol, el tabaco y los opiáceos (heroína, cocaína, crack). Ingerido, parece ser que el THC resulta bastante nocivo para el hígado. Pero, desde un punto de vista global, no ocasiona ese decaimiento que se observa con los opiáceos o el alcohol: adelgazamiento patológico, disfunciones fisiológicas (corazón, hígado, riñón…).

      A largo plazo, algunas sustancias presentes de forma natural en el cannabis pueden ser cancerígenas. Puede empezarse ya a temer las repercusiones cancerígenas – bien establecidas, en este caso— del tabaco que sirve para liar los porros, aún más porque los fumadores de canutos inhalan profundamente el humo. Por otra parte, recientes estudios han demostrado que el cannabis puede incluso ser más nocivo para la salud que el cigarrillo; es posible que resulte más peligroso de lo que ha querido creerse hasta ahora. Habrá que seguir los resultados de cerca…

      ¿Y desde el punto de vista mental?

      ♦ Dependencia

      Cuando la necesidad de cannabis se ha vuelto diaria, cuando esta sustancia es imprescindible para dormir o sentirse mejor, puede decirse que se ha establecido una dependencia. En la mente del fumador se crea lo que en términos psicológicos se denomina un centrado en el producto, el cual se convierte en un punto de referencia único para el fumador dependiente: ¿cuándo podrá fumarse el próximo?; ¿cómo proveerse de las próximas piedras? Todos sus pensamientos se organizan en torno al cannabis. Si se añade a este mecanismo una necesidad urgente de fumar para no sentirse mal cuando se atenúe el efecto del anterior canuto… puede hablarse de cannabismo, es decir, de un consumo «duro» del cannabis.

      Todo ello nos lleva a una observación importante: la tradicional separación entre drogas llamadas «duras» y las «blandas» no tiene sentido. Más allá del producto, es el uso que el joven hace de él lo que resulta más o menos problemático: ¿un porro de vez en cuando? ¿un paquete de tabaco al día? ¿un par de whiskies todas las noches? ¿una pastilla de éxtasis una vez a la semana? Hay que tener en cuenta tanto los perfiles de consumo como las sustancias. El hecho de limitarse a llevar a cabo una jerarquización de los productos psicoactivos representa un enfoque estéril desde el punto de vista médico. En cuanto al ámbito político, este punto de vista ha sofocado cualquier reflexión pragmática en el transcurso de los últimos treinta años. Durante este tiempo, el cannabis se ha instalado con toda tranquilidad en los centros de enseñanza secundaria.

      Al margen de toda polémica, es obligado constatar que existe un riesgo real de dependencia del cannabis: el cannabismo. No obstante, cualquier comparación con la dependencia respecto a la heroína resulta absurda: en efecto, la heroína es capaz de provocar dependencia en muy poco tiempo; en cambio, en el caso del cannabis, la cantidad y la antigüedad de este hábito parecen tener menos importancia que la personalidad del fumador o que los acontecimientos que pueden desestabilizarle y fomentar su necesidad de fumar costo.

      Dado que la adolescencia es a menudo un momento de vida caótico, los adolescentes fumadores están más expuestos a la dependencia del cannabis que los adultos jóvenes, sobre todo si comienzan a una edad temprana, es decir, antes de los quince años. Ahora bien, hoy en día ese es el promedio de edad de la primera experiencia. Como los promedios son lo que son, eso significa que muchos adolescentes han empezado antes: un dato alarmante.

      ♦ Escalada

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