Cuentos Clásicos del Norte, Primera Serie. Edgar Allan Poe
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СКАЧАТЬ y luego, el conjunto es de forma oval.

      – Tal vez sea así, – dije; – pero se me figura, Legrand, que no sois muy buen artista. Necesito ver yo mismo el insecto si he de formarme alguna idea de su aspecto particular.

      – Bien, no sé por qué, – replicó algo amostazado. – Dibujo de manera aceptable, al menos debería hacerlo así; he tenido buenos maestros y me lisonjeo de no ser un topo.

      – Pero, querido amigo, entonces estáis tratando de burlaros de mí, – repuse. – Esto es un cráneo muy presentable; en verdad, hasta podría decir una calavera excelente, de acuerdo con las nociones más elementales de los ejemplares de esta clase en fisiología; y vuestro escarabajo debe ser el escarabajo más peculiar si se le parece. ¡Vaya! Hasta podemos arrojar un poquillo de terror supersticioso a su respecto. Se me imagina que podéis llamar a vuestro insecto scarabæus capus hominis o algo por el estilo; hay nombres análogos en la historia natural. Pero ¿dónde están las antenas de que hablabais?

      – ¡Las antenas! – exclamó Legrand, que parecía irse acalorando sobre el asunto. – Estoy seguro de que podéis descubrir las antenas; las he dibujado tan distintamente como aparecen en el original, y creo que esto es suficiente.

      – Bien, bien, – repliqué; – probablemente es así, lo cual no obsta para que yo no las vea; – y sin más comentario le alargué el papel no deseando excitar su enojo. Sin embargo, estaba muy sorprendido por el giro que tomaba el asunto; su mal humor me chocaba; y con respecto al diseño del insecto, no había allí antenas positivamente y el conjunto tenía en verdad extraordinario parecido al dibujo corriente de una calavera.

      Recibió el papel con enfado y estaba visiblemente a punto de estrujarlo y arrojarlo al fuego cuando una ojeada casual al dibujo pareció fijar de repente su atención. En un instante enrojeció su rostro violentamente, y un momento después palideció por completo. Durante algunos minutos examinó el diseño con minuciosidad en el mismo sitio donde se encontraba sentado. Al cabo se levantó, cogió una bujía de la mesa y fué a sentarse sobre un arca en el rincón más alejado de la habitación. Allí hizo de nuevo un ansioso escrutinio del papel revolviéndolo en todas direcciones. No decía una palabra, sin embargo, y su conducta me llenaba de estupor; pero juzgué prudente no exacerbar con comentario alguno la extravagancia creciente de sus maneras. Luego, sacando una cartera del bolsillo de su chaqueta, colocó dentro el papel cuidadosamente y depositó el paquete en su escritorio que cerró con llave. Entonces adquirieron sus ademanes mayor compostura, pero su entusiasmo primitivo había desaparecido del todo. Sin embargo, parecía más bien abstraído que descontento. Conforme avanzaba la noche se absorbía más y más en sus meditaciones de las cuales no consiguieron arrancarle todos mis esfuerzos. Había tenido yo la intención de pasar la noche en la cabaña como lo acostumbraba a menudo, pero observando la actitud de mi huésped, pensé que era más oportuno despedirse. No me instó para que permaneciera en su compañía, pero estrechó mi mano al partir con mayor cordialidad aún que de ordinario.

      Haría un mes de lo que he relatado, intervalo durante el cual nada había sabido de Legrand, cuando recibí en Chárleston la visita de su asistente Júpiter. Nunca había visto al buen negro tan trastornado y creí que algún serio desastre hubiera ocurrido a mi amigo.

      – Y bien, Júpiter, – díjele, – ¿de qué se trata? ¿Cómo está tu amo?

      – Pá decir verdá, patrón, él no etá tan sano.

      – ¿Está enfermo? Lo siento mucho. ¿De qué se queja?

      – ¡Ahí etá! ¡Eso é lo pior! Nunca se queja de ná. Pero tá mu mal.

      – ¡Muy mal, Júpiter! ¿Por qué no me dijiste eso de una vez? ¿Está en cama?

      – No, señó; eso no. Pero no se sabe por ónde anda. Eso é lo que me duele. El pobre amo Will m'etá dando mucho dolore de cabeza.

      – Júpiter, quisiera entender lo que estás diciendo. Hablas de que tu amo está enfermo. ¿No te ha dicho lo que tiene?

      – ¡Güeno, patrón! No hay que alterase po eso. Amo Will dice que no tiene ná… Pero ¿por qué anda poahí con la cabeza enterrá entre sus hombros y blanco como una visión?.. ¡Otra cosa! Siempre etá con una chará…

      – ¿Una qué, Júpiter?

      – Sí; una chará, y una pizarra con lo número má raros que se ha vito. Le digo a uté que me asuta en veces. Necesito mucho ojo con sus cosas. L'otro día se m'escapó a la madrugá y se jué todo el bendito día. Tuve preparao un garrote pá dale una güena soba cuando volviese; pero soy tan zonzo que no tuve alma dempués de tó… Parecía tan despeao que me dió lástima.

      – ¡Eh? ¡Cómo? ¡Ah, sí! Bien, teniendo todo en cuenta, creo que es mejor que no seas muy severo con el pobre. No lo disciplines, Júpiter; no me parece que está en condiciones de resistirlo. Pero ¿no puedes imaginar qué es lo que ha producido su enfermedad, o mejor dicho, este cambio en sus maneras? ¿Ha sucedido algo desagradable después que no nos hemos visto?

      – No, patrón, no ha sucedido ná dende entonce. Me paece que jué antes… jué el mimo día que uté etuvo.

      – ¡Cómo! ¿qué quieres decir?

      – Güeno, patrón, yo digo que jué la cucaracha… ¡eso!

      – ¿El qué?

      – La cucaracha. Seguro que esa cucaracha de oro lo picó en algún lao de la cabeza.

      – Y ¿qué motivo tienes para pensar eso, Júpiter?

      – Esa cucaracha tiene mu güenas patas y mu güena boca. Nunca vide un bicho más condenao: muerde y patea tó lo que se le arrima. Amo Will la cazó primero, pero le digo que tuvo que soltarla mu prontito. Y entonce creo que lo mordió. A mí dió miedo la boca e la cucaracha p'agarrarla, pero la pesqué con un peaso e papel. L'envolví con el papel y tamién l'ise comé papel. Así jué.

      – Y ¿crees entonces que el insecto picó verdaderamente a tu amo y que la picadura lo ha enfermado?

      – A mí no é que me paece… Toy seguro. ¿Po qué soñó tanto con el oro si no é poque lo picó el bicho de oro? Yo he oído dende antes hablá de estas cucarachas de oro.

      – Pero ¿cómo sabes que sueña con oro?

      – ¿Que cómo sé? Poque habla de eso cuando duerme. Po eso toy seguro.

      – Bien, Júpiter, quizá tengas razón; pero ¿a qué circunstancia afortunada debo el placer de tu visita?

      – ¿Qué dise, patrón?

      – ¿Me traes algún recado de Mr. Legrand?

      – No, patrón, traigo ete paquete; – y aquí Júpiter me entregó una carta que decía así:

      Querido —

      ¿Por qué no habéis venido en tanto tiempo? Espero que no seréis tan bobo de ofenderos por mis pequeños arranques; no, eso no es posible.

      Desde que no os he visto tengo grandes motivos de ansiedad. Necesito deciros algo, pero apenas sé en qué forma podría hacerlo y ni siquiera si debería decíroslo.

      No he estado muy bien en los últimos días y el pobre viejo Júpiter me ha aburrido más de lo que es posible soportar con sus ingenuas atenciones. СКАЧАТЬ