Название: El enemigo
Автор: Jacinto Octavio Picón Bouchet
Издательство: Public Domain
Жанр: Зарубежная классика
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Durante toda la mañana se estaba renovando aquel público, femenino en su mayoría, y la puerta seguía tragando mujeres para arrojarlas luego a la calle pasados veinte o treinta minutos, al cabo de los cuales se las veía salir abriendo sombrillas o desplegando abanicos, porque la luz del sol las ofendía, acostumbrada ya su retina a la oscuridad de la sagrada cueva.
También entraban algunos hombres; pero el mayor número de ellos permanecía en los jardinillos formando corros, comentando noticias del día acabadas de leer en los periódicos que los vendedores voceaban en torno suyo con los últimos partes del Norte. Hacia la calle de Alcalá se oía el cascabeleo de los ómnibus que iban al apartado de los toros, y andando despacito por el paseo, inundado de sol, venía el borriquillo con sus serones llenos de macetas, escuchándose gritar de rato en rato al mocetón que lo guiaba: el tieestóo de claaveles doobles… Quien se acercase a los corros podía oír fragmentos de conversaciones y notar, tal vez, que algunos de los que hasta allí acompañaron a su mujer o su hija defendían las ideas del siglo con palabras impregnadas de impiedad moderna.
– Las partidas van en aumento.
– Dicen que el Rey se marcha al ejército del Norte.
– Si esto no se sostiene, vamos derechos a Don Carlos.
– Pues crea Vd. que el fanatismo religioso nos envilece ante la Europa culta.
– Yo a quienes tengo miedo es a los republicanos. Vamos derechos a un noventa y tres espantoso.
– Todas las malas pasiones se han abierto camino.
– ¡Hasta que se forme una liga de los que tienen que perder!
– ¡Cada día un meeting! Estoy de manifestaciones pacíficas hasta por cima de los pelos.
– ¡Calle Vd., hombre, por Dios! Eso no es compatible con el gobierno. ¡En tiempo de don Ramón y don Leopoldo no había mitins! Esto se va.
– Pues yo creo que el Rey gana simpatías.
– ¿Qué ha de ganar, hombre? ¡Si es extranjero!
– Está Vd. en un error, señor mío: eso no significa nada. La historia demuestra que Carlos I y Felipe V eran también extranjeros.
De un grupo de señoras salían voces atipladas y chillonas: trataban de trapos, modas, chismes y criados.
– Chica, no sabe una qué ponerse: este es del año pasado.
– Pues te sienta muy bien. Mira, mira, allí va la de Rodete. La otra tarde fue de las que estuvieron en la Castellana con mantilla blanca y peineta para hacer rabiar a los Reyes.
– ¡Qué porquería! A mí la Reina me da lástima.
– Hija, ¿qué quieres? ¡como la de Rodete fue azafata de doña Isabel! Pues yo he oído que los alfonsinos se mueven mucho: – Y la que esto decía miraba de reojo a un caballero que, sentado en una butaca de hierro, seguía con la vista al grupo de las damas.
Dos pollitas apartadas de sus mamás sostenían, haciendo dengues y mohínes, un diálogo muy vivo.
– ¿No entráis?
– No: el padre Enrique dice la misa muy despacio. Además, quiero dar tiempo a que llegue ese. Mamá le deja ya entrar en casa. Está el pobre muchacho que bebe los vientos.
– ¿Y el tuyo?
– Este Junio acaba.
– Hija, lo mismo decías hace un año. ¡La carrera que tenga ese!…
– Pues a mí me gusta. ¡Está más cariñoso!
– Chica, con esos trajes de rayas parecen zebras.
– Adiós, que se va mamá con las de Zangolotino!
– Abur, remononísima.
Los sietemesinos, echando humo por la boca y luciendo americanas del verano anterior, parodiaban a don Juan Tenorio.
– Te digo que esa señora no es tal señora, y me han dicho que torea.
– Vamos, chico, ¡que te calles! Yo la he seguido dos tardes, y ni siquiera me ha mirado.
– Pues me consta que va a citas.
– ¡Sí! Las ganas.
– Ya salen… adiós.
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