Название: La difícil vida fácil
Автор: Iván Zaro
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
isbn: 9788415930907
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Los pisos invisibles: proxenetismo y autogestión
Si la prostitución masculina en la calle es casi invisible, la que tiene lugar en pisos aún resulta mucho más discreta. Los pisos pueden ser autogestionados o gestionados por terceras personas. En el primer caso, son los propios trabajadores sexuales quienes atienden a los clientes y administran sus ganancias, usando como instalaciones su domicilio particular. En el segundo caso, la gestión corre a cargo de la figura del proxeneta, que obtiene ganancias directas de cada servicio sexual que se lleva a cabo en el piso de su propiedad, concretamente, suelen cobrar un cincuenta por ciento de lo abonado por el cliente.
Aunque el proxenetismo está tipificado como delito en el Código Penal español por atentar contra la libertad e indemnidad sexual, estos locales han tenido un largo recorrido en España. En Madrid, el piso más longevo cumplió cuatro décadas en 2014. No importa si el ejercicio de la prostitución es voluntario o no, el delito de proxenetismo se aplica en todos los casos, pues consiste en obtener lucro directo del ejercicio sexual de otra persona. Aún hoy en día es posible contar en España más de una veintena de locales de estas características en anuncios en prensa escrita y portales especializados en Internet. En 2006 fueron detenidas por primera vez personas por explotar sexualmente a hombres extranjeros, pero no fue hasta septiembre de 2010 cuando tuvo lugar en España la primera operación policial contra una red de trata para la explotación sexual en el ámbito de la prostitución masculina. Dicha acción consiguió desarticular la estructura y organización de proxenetas que operaban, entre otras ciudades, en Barcelona, Palma de Mallorca, Madrid y Alicante, con el cierre de varios alojamientos que se dedicaban a su explotación. En Madrid se cerraron tres pisos y en la actualidad existen, al menos, otros dos en activo.
Su funcionamiento es sencillo. Los establecimientos se anuncian a través de Internet o en la sección de contactos de la prensa, los clientes contactan con los gerentes y acuerdan una cita. En dicha cita, los trabajadores sexuales se presentan al cliente en lo que se conoce como «pasarela», donde ofrecen sus servicios. Tras conocerlos y escuchar todas las ofertas, el cliente selecciona a uno o a varios de ellos para realizar el servicio sexual, que denominan «pase». Juntos se dirigen a una habitación acondicionada para la ocasión. El pago se efectúa al gerente o al encargado del piso después de realizar el servicio. Al finalizar la jornada los chicos reciben el porcentaje pactado, que suele representar la mitad de lo pagado por el cliente. Como alternativa, el cliente puede solicitar el servicio en su domicilio u hotel, siempre con una tarifa superior e incluyendo el gasto de desplazamiento.
Los hombres que se decantan por estos espacios para ejercer la prostitución tienden a ser extranjeros recién llegados al país. Hace unos años, la mayoría eran brasileños, marroquíes y rumanos, si bien en los últimos años el número de españoles parece haber crecido. Los extranjeros y los que se inician en la prostitución encuentran en estos ambientes un entorno más seguro donde poder ganarse la vida que en las calles. En los pisos no están expuestos ni a las inclemencias climáticas, ni a la delincuencia callejera, ni a la persecución policial. Se sienten más protegidos y amparados ante cualquier dificultad que pueda surgir. Sin embargo, las estancias, que suelen denominarse «plaza», tienen un límite temporal que suele acotarse a veintiún días. Dicho límite se ha adaptado directamente de la prostitución femenina, donde se aprovechan los días de la menstruación como días de descanso y de traslado a un nuevo destino. En el caso de los hombres, pasado este tiempo pueden pactar una prórroga y quedarse unos días más en el mismo piso o abandonarlo y buscar una plaza libre en un nuevo local dentro de la misma ciudad o en cualquier otra.
La movilidad entre pisos y ciudades viene motivada por los gestores, que así pueden acoger «nuevas caras». La cuestión es poder ofrecer siempre novedades a los clientes, evitar el llamado efecto «cara quemada». El cambio es necesario para garantizar la retención de clientes y evitar pérdidas económicas. Novedades y nuevas ofertas. Capitalismo aplicado al cuerpo humano.
En grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, existe la posibilidad de permanecer unas horas determinadas de antemano en el piso para aquellos que, teniendo una residencia en la ciudad, carecen de espacio para ejercer la prostitución. De esta manera, los gestores consiguen aumentar la oferta de servicios a los clientes sin depender de los hombres que se desplazan de piso en piso sin hogar propio.
Por regla general, los hombres que viven en los pisos no tienen que abonar el alquiler de la habitación privada de descanso, que no coincide con las otras habitaciones especiales destinadas a los clientes. Los anuncios en Internet y la prensa también suelen correr a cuenta del gestor del piso, pero cada uno suele tener libertad para anunciarse por su cuenta si lo desea. Los gastos de alimentación, ropa y otros consumibles personales sí suelen estar sufragados por cada persona. Durante la estancia, deben respetar y aceptar las normas del piso, los horarios que les marcan y sus exigencias. Suelen disponer de tres o cuatro horas libres de descanso al día para salir a la calle, pero siempre han de estar localizables por si algún cliente llama o acude al piso. Dichas exigencias generan que muchos de ellos apenas salgan a la calle durante su estancia, con lo que se encuentran desorientados en la ciudad y, por supuesto, desconocen los recursos y servicios sociales que tienen más próximos. Estos problemas aún son más exagerados entre los extranjeros, por desconocimiento de la lengua y del propio sistema en el que viven.
Este escenario de la prostitución masculina es el más inaccesible y oculto de todos ellos. Son mundos pequeños y cerrados de los que apenas se habla y, además, cuando se hace, es con muy poco conocimiento. Cuando se mencionan estos ambientes, se suelen escuchar comentarios sobre las condiciones en el interior de los pisos, de los abusos que se sufren y de su posible relación con redes que los explotan sexualmente. Pero el conocimiento sigue siendo muy limitado y apenas existen estudios sobre su funcionamiento y sus cifras reales. Y dicho oscurantismo no se limita al público general, administraciones o trabajadores sociales, sino también a aquellos hombres que voluntariamente se decantan por ingresar en ellos por primera vez. Lo hacen sin conocimiento alguno, y la experiencia puede resultar muy diferente para un nacional y para un extranjero. No es lo mismo disponer de carné de identidad o permiso de residencia, conocer el idioma y tus derechos como ciudadano o residente de un país que encontrarse en una situación irregular. Por ello hemos optado por escoger dos historias de dos hombres y dos países.
La primera es la de Joan, un chico de veinticuatro años que aparenta diecinueve. Es español y, como él mismo dice, «antes era algo exótico, uno de los pocos españoles que trabajaban en pisos, ahora está a la orden del día». Cuando me contó su historia acababa de llegar desde Palma de Mallorca a Madrid en su peregrinar habitual por los pisos del territorio nacional.
La segunda es la de Sega, un gambiano que conocí en la primavera de 2007. Me sorprendió la serenidad que irradiaba, su hablar pausado y su educación. Su testimonio refleja los problemas y dificultades a los que muchos inmigrantes se ven expuestos por encontrarse en una situación irregular y de exclusión social.
Ambas historias reflejan la vida en los pisos, su funcionamiento, cómo se obtienen las plazas, el trato con los otros compañeros, con los proxenetas que gestionan los pisos y la clientela que acude a ellos. Dos historias de supervivencia en un mundo invisible.
La historia de Joan, el exotismo de ser español
Nací en Tarragona un treinta de enero, hace ahora veinticuatro años. Mi infancia no fue buena, la he vivido mal porque mis padres fallecieron cuando yo apenas tenía dos años. Desde entonces, viví en diferentes residencias juveniles hasta que cumplí los dieciocho. Con dieciséis años, antes de salir de la residencia, trabajé en hostelería, pero al cumplir los dieciocho hice las pruebas de acceso para el Ejército. Entré, estuve en el centro de formación una noche y, al día siguiente, me salí. Porque no, aquel no era mi tipo de trabajo. СКАЧАТЬ