La difícil vida fácil. Iván Zaro
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Название: La difícil vida fácil

Автор: Iván Zaro

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

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isbn: 9788415930907

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      Es en la calle donde se localizan más casos de cronicidad dentro de la prostitución masculina. Abandonarla no es sencillo cuando se carece de los apoyos suficientes. Los que ofertan sus servicios sexuales desde las aceras pueden permanecer en ellas durante años, incluso décadas, como es el caso de Javier, un madrileño que conocí en 2004 que lleva años entre la Puerta del Sol y la calle Almirante. Nos fuimos encontrando con el transcurso del tiempo en otros escenarios donde él ejercía la prostitución hasta bien entrado el año 2010, cuando le perdí la pista. Tuve claro desde un principio que era su historia la que quería plasmar. Que era la persona adecuada para explicar la prostitución callejera en Madrid. Así que lo busqué para que relatara sus experiencias. Él es historia viva de la prostitución masculina en la capital española.

      La historia de Javier, la escuela de la calle

      Mi infancia, al principio, tuvo lugar en el centro de Madrid. En una familia más o menos normal, diría yo. Sólo que mi madre tenía problemas con las drogas cuando yo era pequeño, y luego mi padre murió. Mi padrastro era un borracho y siempre había muchos líos en casa. Se pegaban continuamente. No paraban de pegarse entre ellos, a mí no me tocaron, pero lo suyo era un no parar. Eso lo vi desde niño. Continuamente. Ahora, con los años, creo que eso explica que a veces yo mismo tenga un poco de agresividad. Sí, seguro que es por eso, porque lo he visto desde que era muy pequeño. Hasta el día que murió mi madre. Sólo tenía treinta y dos años. Fue entonces cuando mi familia decidió ingresarme en un colegio de curas a las afueras de Madrid. De allí, claro, yo me escapaba, y ya desde entonces empecé a callejear. Empecé a hacerme mis primeros clientes con doce años.

      Recuerdo al primero de ellos, lo hice en la piscina de la Elipa. Esa persona no paraba de mirarme y de perseguirme por la piscina. Me saludaba, pero yo no le hacía ni caso, hasta que al final se acercó con una oferta: «Bueno, te voy a dar cinco mil pesetas y nos vamos ahí, a un apartado». Dije que sí, y así fue mi primera experiencia. Pero no mi primera experiencia sexual, eso no. Esa la había tenido con mi tío, el hermano de mi madre, cuando yo tenía unos diez años. Pero no fue nada, una mamada, sólo eso. No volví a repetir con mi tío, ni a tener ningún otro tipo de experiencia sexual hasta aquel día en la piscina de la Elipa. En aquella experiencia vi una salida para poder venirme a Madrid cuando yo quisiera. Fue la única salida que vi.

      A pesar de desconocer aquel mundillo, creo recordar que todo fue muy rodado. Aunque, para ser sincero, ya no me acuerdo mucho, la verdad. Conocí a un chico que trabajaba en esto también, me lié con él y un día me llevó a la calle Almirante. Tendría yo entonces doce años, casi trece. Te estoy hablando del año 1992, 1993. En aquellos años la calle era un vaivén continuo de coches dando vueltas en busca de chicos. Rodaban lentamente a nuestro alrededor. Había allí chicos de todas las edades. Bisexuales. Muchos bisexuales. La mayoría de los que trabajaban de chaperos eran bisexuales. Y yonquis. También había yonquis. Muchísimos yonquis, pero en esa época no eran muy ladrones porque también trabajaban. Todo el mundo trabajaba. Eran muchos los coches que acudían allí. Eso ya cambió, hoy los coches ya no circulan alrededor de los chicos como antes, pero siguen haciéndolo con las chicas. Todo cambia.

      Entonces los muchachos de Almirante eran portugueses y españoles, no había ni latinoamericanos ni rumanos. Se trabajaba desde las ocho de la tarde en adelante. Había noches en las que me hacía veinticinco mil pesetas, y otras que me hacía cincuenta mil, según el día. A veces me quedaba toda la noche para hacer dinero, y otras a lo mejor me marchaba a las dos horas. Me iba por ahí, a los bares, a las discotecas. A divertirme.

      A medida que fui cogiendo experiencia, me fui quedando más tiempo. Era mucha pasta para la época, pero, claro, según la ganaba me la gastaba. Me compraba ropa. Todos los días me compraba algo. No me la lavaba: la compraba, la usaba y la tiraba. Cuando se ensuciaba, en lugar de lavarla, la tiraba, directamente. No sabía lavarla. Fíjate, yo era un niño, pero no vivía con mi familia, lo hacía en hostales o en casa de algún otro chico. Era independiente. Pero un niño. No sabía lavarme la ropa ni hacerme la comida.

      Los servicios a los clientes los hacía en los mismos coches, en su casa o en alguno de los hostales que había al lado. Con el coche nos íbamos hasta detrás del museo del Prado, por la zona de los Jerónimos o cualquier calle que viéramos oscura. Aparcábamos en batería y allí mismo hacíamos lo acordado. Siempre cerca de Almirante.

      Entonces Chueca era un barrio peligroso. Estaba lleno de yonquis. Para mí no era peligroso, pero sí que veía que lo era, aunque ahora también lo es. Hoy no hay una venta de droga tan descomunal como antes, pero sí que hay personas que se dedican a robar a la gente. En Almirante había chicos muy majos, y otros que a la que podían te querían sacar dos mil pesetas para drogarse. No habían trabajado y no podían pagarse su dosis, así que te robaban. Para quitarse el mono, ya sabes. Eran yonquis, les daba igual quitárselo a quien fuera. Simplemente, querían quitarte el dinero para hacerse con su dosis. En esos casos, yo les daba el dinero, claro, porque era muy sensible. Era muy joven. Yo se lo daba.

      Más tarde descubrí la Puerta del Sol. Yo ya la pillé tarde. Quería dejar un poco el mundo de la noche de Almirante y empecé a ir a Sol. Pero eso al cabo de bastantes años de trabajar de noche. A Sol ya llegué con veintiuno o veintidós años, e iba a Sol como una opción más que compaginaba con la noche. A veces me iba bien, otras veces no. Solía acercarme por la tarde un rato, luego me iba a cenar y luego seguía de noche en Almirante. Pero, bueno, yo siempre he ido según me apetecía. Había días que sólo iba de tarde, otros que de noche y otros que acudía a los dos sitios. Otros días simplemente no iba, o me acercaba a la sauna, a la de Adán o a la Center, aquí abajo, a ver si salía algo.

      Pero Sol no fue una buena experiencia. No para mí. Te expones a mucha gente. Todo el mundo te ve. Quema mucho. Sí que tenía mis días buenos, porque allí también se trabajaba bien, pero todo el mundo sabe lo que estás haciendo, te estás exponiendo demasiado. Sin ir más lejos, una vez me encontré a un familiar, pero al final tampoco fue una experiencia muy mala. No lo fue porque Sol es un punto de encuentro, así que no saben si estás esperando, si has quedado con alguien, o si… eso. Pero no lo pueden saber. Sol es tal vez, no sé cómo explicarme, un lugar más impersonal. No sé, no es peligroso, eso no, pero te está viendo todo el mundo. Para mí ni Almirante ni Sol eran zonas violentas. Vamos, que si te tiene que pasar algo, te pasa en cualquiera de los dos sitios. Aunque sean muy distintos.

      Los chicos en ambos sitios son muy diferentes. A ver, en Sol —la verdad es que, bueno, estamos hablando de hace ya tiempo, hace seis o siete años que dejé de ir, no sé cómo estará ahora— había entonces bastantes rumanos. Se abarataron mucho los precios. La gente quería pagar muy poco, hasta que dejé de ir, claro. Tampoco voy a regalarme. Al principio la tarifa era de treinta o cuarenta euros, luego la abarataron. Ahora lo están haciendo por veinte. Además, esta gente no usa preservativo, y claro, también los hay que roban a la gente. En sus casas, entre tres los desvalijan, les pegan palizas. He tenido clientes a los que les ha pasado, me han dicho: «Pues a mí me ha pasado esto», y yo les digo: «Pues claro».

      Recuerdo que a un DJ lo asesinaron. Por lo visto, la policía dice que los muchachos disfrutaron pegando a esa persona, tras robarle, y que la golpearon hasta matarla. A un cliente que tengo yo también le arrearon una paliza, pensaban que lo habían matado y lo dejaron. Pero no lo habían matado, está vivo. Pero lo pensaban, y sólo por quitarle un ordenador y dos móviles. ¡Vamos, cuatro mierdas! Que se lo pueden quitar sin matarlo, vamos, digo yo, ¿no?

      Pero estas cosas no sólo sucedían en Sol, chaperos ladrones siempre ha habido en todos lados. De hecho, la calle Almirante acabó por eso. O sea, de tanto robo y tanto destrozo al final los coches ya no pasaban. La gente ya no iba. Se asustaron. El miedo lo estropeó antes de que Internet estuviese tan fuerte como lo está ahora. Creo que en 2008 o así la zona quedó muerta, muerta del todo. Ahora la cosa se ha trasladado más a Chueca. Hoy, si te sale un cliente, te puede salir caminando por Chueca. Ya no se usa tanto СКАЧАТЬ