Trece cuentos. Luisa Carnés
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Название: Trece cuentos

Автор: Luisa Carnés

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918353

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СКАЧАТЬ plenitud de su ser, que se traducía por una más mutua y total entrega de sus pensamientos más recónditos, indujo una vez al mellizo mayor a decir al menor:

      —Esta soledad en que vivimos, y que es nuestra mejor compañía hoy, será insoportable para el que «quede», cuando uno de nosotros falte (evitaba la palabra «muera»). ¿Qué será del que «quede»?

      —Tienes razón, hermano. No habíamos pensado nunca en «eso».

      La similitud había sido tan leal y precisa en sus vidas de mellizos que nunca les había herido la idea de que uno de ellos pudiera morir antes que el otro, dejando al que «quedase» colgado de un desamparo y de una falta de equilibrio eternos.

      —¿Qué será del que «quede»?

      El pensamiento los mortificaba constantemente y, como eran buenos creyentes, desgranaban cada noche una sarta de oraciones al Ángel de la Buena Muerte, rogándole que cuando les llegase su hora no se dejase, por descuido, un pábilo sin apagar.

      *

      El temor se acentuó con motivo de una enfermedad del mellizo mayor. Comenzó quejándose de un profundo dolor en el costado, y entre quejido y quejido, preguntaba a su hermano:

      —¿Te duele muy fuerte?

      Porque no concebían que la enfermedad les hiriera traidoramente y que a sus dolores no respondieran los del mellizo menor.

      —¿Te duele mucho, hermano?

      Y como la pregunta fuera envuelta en el temor a fallecer antes de tiempo, el otro mellizo se sintió obligado a quejarse de dolores imaginarios:

      —Sí… Verás. Aquí… En el costado…

      Respiró el otro:

      —Ahí mismo, sí. Como si te clavaran una aguja, ¿verdad?

      —Eso es.

      Fue muy laborioso el trabajo que hubo de realizar hasta convencer al médico de que le «curase» enfermedades ilusorias, pero tanto lloró y rogó, que el doctor salió de la casa convencido de que realizaba una obra de conciencia, después de haber dejado en la mesa de noche una receta extendida por duplicado.

      *

      La enfermedad fue vencida, pero la idea de una muerte no simultánea les hizo imposible la vida, habiendo llegado a constituir para ellos una obsesión que alteraba su ordinario reposo. Muchas veces uno de los mellizos despertaba sobresaltado sorprendiendo al otro incorporado. «Ya sé lo que piensas —le decía—. Yo estaba soñando lo mismo, y el sufrimiento me hizo despertar.» «Y no sería raro que ocurriera… Ya tenemos cerca de setenta años.» «Pero si “ocurriera” como “debiera” ocurrir, no habría temor… Lo peor es que “quede” uno de los dos… Lógicamente, debo ser yo, por mayoría de edad quien…», resumía el mellizo tres minutos mayor. «No, no puede ser…» Su estrecha ligazón les sugería la imposibilidad de sobrevivirse el uno al otro. Tenían el convencimiento de que sus almas volarían simultáneamente, ligadas como lo habían estado sus vidas, durante cerca de setenta años, por el brazo derecho del mellizo mayor, y les espantaba la idea de morir con tres minutos de diferencia.

      *

      Tan fuerte llegó a ser aquel pensamiento, que decidieron anticiparse a «su hora», irle al encuentro, como garantía de que habían de realizar juntos el viaje. Pero como eran personas sensatas y repugnábales el causar la menor molestia, aunque fuera póstuma, escribieron una carta al juez de su distrito, en la que le participaban sus mutuas angustias, así como su mutuo fallecimiento, y otra a su portera, por la que le legaban sus muebles y los cuadros familiares, incluso el corazón de yeso, con la aorta de brecolera.

      Para resolver su problema, no fueron muy originales. Como dos vulgares suicidas, se encaramaron a la balaustrada del Viaducto en el momento en que las churreras asoman al paisaje luminoso de las Vistillas y los guardias de seguridad apuran la primera copa del servicio. A esa hora, los mellizos, cogidos de la mano, cortaron por última vez con su cojera simultánea el viento madrileño, quebrándose definitivamente —agrio limón y seca cera— contra las agudas piedras de la calle Segovia.

      UNA MUJER FEA

      (1932)

      Tan convencida estaba de su fealdad, que se abstuvo de darles la buena nueva a sus amigos por temor a que se burlasen. Fueron ellos quienes la rodearon al verla llegar la tarde de un domingo a Villa Josefina, el merendero donde se reunían casi todas las fiestas.

      —¿Dónde has dejado a la pareja?

      —¡Caray, qué reservona!

      —¿Qué, cuándo es el buen día?

      Ella se sonrojó y volvió la cabeza al otro lado (aún solía sonrojarse la virgen madura), fingiendo buscar algo.

      —¡Bueno! ¡Pues vaya guasa!

      Se sentó y se puso a mirar a las personas que ocupaban los veladores inmediatos; las parejas, que bailaban muy juntas, en un patio próximo; la botella y los vasos, mediados de tinto, que había sobre la mesa larga, de madera sucia y resquebrajada.

      Y como en aquel instante viese comparecer a Faustino en la puerta del merendero, se turbó aún más.

      Los otros, al advertirle, levantaron en alto sus vasos, bordeados de redondeles húmedos.

      —¡A la salud de la nueva pareja!

      —¡Vivan los novios!

      Benita cogió un pedacito de pan que había en la mesa, hizo de él una bola y la aplastó con el índice contra la madera agrietada.

      *

      Faustino era demasiado guapo, más bien alto, grueso, el pelo muy negro, rizado, brillante; los dientes, chiquitos, blancos; la boca, muy pequeña y bien dibujada.

      Como buen barbero, se jactaba de tocar bien la guitarra y de saber piropear como nadie a las jóvenes que pasaban ante la puerta de su establecimiento.

      A Benita la conoció en Villa Josefina, adonde iba todos los domingos, con un compañero de trabajo y varios amigos horteras.

      Salían con ellos tres muchachas: dos de ellas sirvientas; la otra, cajera de un comercio de confecciones. Las tres se relacionaban amorosamente («estaban arregladas», decían ellas) con los amigos de Faustino.

      Las mujeres del grupo tenían del barbero un concepto nada amable. Le tildaban de presuntuoso y fatuo, fundadas quizá en que él, tan amigo de las mujeres, no las había requebrado nunca. «No sé qué esperará este.» «Lo menos, una duquesa.» «¡Claro, como es tan guapo!», se decían.

      Una tarde, al despedirse, les anunció Sacramento, la dependienta: «El domingo que viene traeré pareja a Faustino». Riéronse los demás. «Oye, ¿dónde has encontrado esa joya?» «A lo mejor esta nos va a traer un retrato de la Venus de Milo.» Ella explicó: «No, en serio. Es una muchacha que borda para mi casa. Bueno, pero que no sirva de guasa, ¿eh? Os advierto que es fea con ganas. Me da lástima ver la vida que hace. No tiene familia. No sale nunca de su guardilla. La he dicho que si quería venir con la pandilla. No creáis que es una chavala; ya le andará rondando a los СКАЧАТЬ