Название: Diecisiete instantes de una primavera
Автор: Yulián Semiónov
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Hoja de Lata
isbn: 9788418918315
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INFORMACIÓN PARA UN ANÁLISIS. GOERING
Stirlitz empezó a fijarse por primera vez en Goering después de una incursión de fortalezas volantes norteamericanas en Kiel. La ciudad fue quemada y destruida. Goering comunicó al Führer que en el raid habían participado trescientos aviones enemigos. El Gauleiter2 de Kiel, Groche, que encaneció en aquellas veinticuatro horas, refutó a Goering: dijo que en la incursión habían tomado parte ochocientos aviones y que la Luftwaffe había sido incapaz de salvar la ciudad.
Hitler miraba a Goering en silencio. Una mueca de asco recorría su cara; movía su mano izquierda con inquietud; parecía que el Führer se rascaba como un enfermo de psoriasis. Después estalló:
—«Ni una sola bomba enemiga caerá sobre las ciudades de Alemania» —empezó a citar nervioso, dolido, sin mirar a Goering—. ¿Quién decía esto a la nación? ¿Quién se lo hizo creer a nuestro partido? ¡He leído libros sobre juegos de azar y sé lo que es un bluf! ¡Alemania no es el paño verde de una mesa de timbas! —Hitler miró a Goering gravemente y continuó—: ¡Está usted sumido en la abundancia y en el lujo, Goering! ¡Está usted viviendo en tiempo de guerra como un emperador o un plutócrata judío! ¡Tira usted con arco a los venados, mientras que mi nación es asesinada por la metralla de los aviones enemigos! ¡La vocación del líder es la grandeza de la nación! ¡El destino del líder es la modestia! ¡La profesión de un líder es la correlación exacta entre las promesas y su cumplimiento!
Más tarde se supo que, al escuchar estas palabras de Hitler, Goering había vuelto a su casa y se había acostado con fiebre y un fortísimo ataque de nervios. Iba constantemente a las ciudades bombardeadas, allí se reunía con el pueblo, exigía la ayuda inmediata para las víctimas, organizaba de nuevo la defensa antiaérea de la ciudad y después, se acostaba con fiebre: la presión le subía y bajaba, los dedos se le ponían morados, la cabeza se le partía en dos y sentía las sienes y la frente oprimidas como por un aro de dolor. Himmler, que trataba de obtener materiales comprometedores para el expediente de Goering —¿y si todo esto fuese teatro?—, le pidió que le consiguiera un diagnóstico médico. Sin embargo, los datos de las investigaciones médicas confirmaron que, efectivamente, la presión de Goering subía de un modo brusco.
Así, por primera vez, en 1942, Goering, sucesor oficial de Hitler, fue sometido a tan humillante crítica y, además, en presencia de la plana mayor del Führer. Esto llegó de inmediato al expediente de Himmler y, al día siguiente, sin pedir permiso a Hitler, el Reichsfführer SS dio la orden de empezar a escuchar todas las conversaciones telefónicas del «compañero de lucha más íntimo del Führer». Himmler escuchó durante una semana las conversaciones de Goering tras el escándalo de su hermano Albert. Goering lo había trasladado de Viena a Praga con el cargo de jefe de exportación de las fábricas Skoda. Albert, que tenía fama de defensor de los desgraciados, escribió en el papel timbrado del hermano una carta al comandante del campo de Mauthausen: «Libere inmediatamente al profesor Kisch. No hay pruebas serias contra él. Firmado: Goering». Sin el nombre. El comandante del campo de concentración, asustado, liberó a dos Kisch a la vez: uno era profesor y el otro, miembro de una organización clandestina. A Goering le costó mucho trabajo salvar al hermano: lo protegió del golpe, contándoselo al Führer como una anécdota divertida. Esto salvó la situación y Himmler se retiró inmediatamente, compartiendo el mismo tono jocoso del Führer.
Lo principal, como pensó Isaiev, era lo que el Führer había imputado a Goering después del bombardeo de Kiel: su lujo y aires de gran señor. Precisamente aquello que durante años trataron de utilizar los demás compañeros de lucha del Führer sin que este lo admitiera, el propio Hitler se lo echaba ahora en cara a su sucesor.
Sin embargo, aun después de lo ocurrido, Hitler le repetía a Bormann:
—Nadie más puede ser mi sucesor. Solo Goering. Primero, porque nunca se metió a hacer política por su cuenta; segundo, porque es popular, y tercero, porque es el objetivo principal de las caricaturas en la prensa enemiga.
Hitler hablaba del hombre que había llevado a cabo todo el trabajo práctico para conquistar el poder, el hombre que había dicho con toda sinceridad a su esposa: «Yo no vivo, el Führer vive en mí». Y no lo había dicho para las grabadoras, pues no imaginaba en aquel momento que algún día lo escucharían sus «hermanos de lucha», sino a ella, de noche, en su cama.
El piloto de combate de la primera guerra mundial, el héroe de la Alemania del káiser, después del fracaso de la primera intentona nazi, escapó a Suecia. Allí comenzó a trabajar en la aviación civil. En una ocasión en que llevaba a bordo al conde Rosen, durante una terrible tempestad, aterrizó milagrosamente en el castillo Rocklstadt, donde conoció a Karina von Katzov, hija del coronel Von Fock. Se la quitó al marido y se fue a Alemania, encontró al Führer y participó en el fallido putsch de los nacionalsocialistas el 9 de noviembre de 1923; fue herido, se salvó milagrosamente del arresto, emigró a Innsbruck, donde ya lo esperaba Karina. No tenían dinero, pero el dueño del hotel les dio alojamiento gratuito. Era como Goering, un nacionalsocialista que sufría la tiranía de los judíos propietarios de tres cuartas partes de los hoteles de Innsbruck. El dueño del Hotel Britania invitó posteriormente a los Goering a Venecia, donde vivieron hasta 1927, cuando fue declarada la amnistía en Alemania. En medio año se convirtió en diputado del Reichstag junto a once nazis más. Hitler no había podido presentar su candidatura: era austriaco.
Como debía prepararse para las nuevas elecciones, el Führer decidió que Goering dejase el trabajo en el partido y solo fuese un miembro del Reichstag. En aquel momento, su misión consistió en establecer contactos con los omnipotentes. El partido que se proponga conquistar el poder debe tener un amplio círculo de relaciones. Por decisión del partido, Goering alquiló una lujosa villa en Badenstrasse. Allí lo visitaron los príncipes Hohenzollern y Koburg y ricos magnates. El alma de la casa era Karina: mujer encantadora, aristócrata, cautivaba a todos. Era la hija de un alto funcionario sueco, convertida en esposa de un héroe de guerra, proscrito, luchador, opositor de la podrida democracia occidental que carecía de fuerzas para enfrentarse al vandalismo bolchevique.
Cada vez que daba una recepción, llegaba temprano por la mañana el Parteileiter de la organización berlinesa de los nacionalsocialistas, Goebbels. Era un enlace entre el partido y Goering. Goebbels se sentaba al piano y Goering, Karina y Thomas, hijo del primer matrimonio, cantaban canciones populares. En la casa del líder nazi del Reichstag no soportaban los ritmos desenfrenados del jazz norteamericano o francés.
Precisamente a esta villa, alquilada con dinero del partido, llegaron Hitler, Schacht y Tissen el 5 de enero de 1931. Precisamente en esta villa de lujo se pudieron oír las palabras de la conspiración entre magnates financieros e industriales y el líder de los nacionalsocialistas, Hitler.
Después vendría el triunfo de Hitler. Karina regresó a Suecia en avión, donde murió de un ataque epiléptico. Su último deseo fue que Herman hiciese todo lo que pudiera para ser también en el futuro un «obrero del Führer».
A raíz del putsch de Röhm,3 muchos veteranos se opusieron al Führer aduciendo que había traicionado la causa porque este había suscrito un pacto con el capital; en las organizaciones de base del partido se decía:
—Goering ha dejado de ser Herman. Se ha convertido en un presidente. No recibe a sus compañeros. Los obliga de manera humillante a hacer cola en su oficina. Está rodeado de lujo…
Al principio, los miembros rasos del partido lo comentaban en voz baja. Pero en 1935, cuando Goering se construyó el castillo Karinhalle, en las afueras de Berlín, se quejaron a Hitler, no los nacionalsocialistas СКАЧАТЬ