Название: Diecisiete instantes de una primavera
Автор: Yulián Semiónov
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Hoja de Lata
isbn: 9788418918315
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»Jodl: De todas maneras, sería deseable coordinar este problema con las tradiciones de la estrategia…
»Hitler: ¿Qué quiere decir con eso, Jodl?
»Jodl: Creo que todo esto es muy sabio y perspicaz, pero me permito expresar mi desacuerdo solo en lo siguiente: que no deben coordinarse los detalles de este plan con las tradiciones de la ciencia militar.
»Hitler: No se trata de detalles, sino del conjunto. Al fin y al cabo, los problemas particulares siempre pueden resolverse en los estados mayores por los grupos limitados de especialistas. Los militares tienen más de cuatro millones de personas organizadas en un poderoso puño de resistencia. La tarea consiste en convertir ese poderoso puño de resistencia en el golpe demoledor de la victoria. Estamos ahora en las fronteras de agosto de 1938. Nuestra industria militar produce cuatro veces más armamento que en 1939. Nuestro Ejército es dos veces mayor que en 1939. Nuestro odio es terrible y la voluntad de vencer, inmensa. Les pregunto: ¿acaso no ganaremos la paz a través de la guerra? ¿Acaso el éxito militar no engendra el éxito político? Les ruego que me preparen para mañana proposiciones concretas, señor mariscal de campo.
»Keitel: Sí, mi Füher. Prepararemos el plan general y, si usted lo aprueba, comenzaremos a precisar todos los detalles.»
Al llegar al estado mayor de Himmler, el Obergruppenführer SS Fegelein, cuñado de Hitler, le informó sobre la reunión en el búnker.
—Cualquier solución política del problema —dijo— está rechazada categóricamente por el Führer.
—¿Cómo aceptaron su plan los militares? —preguntó Himmler.
—Con ironía. Aunque parezca raro, precisamente los militares han llegado ahora a la firme convicción de que el resultado de la guerra no puede decidirse por más caminos que los políticos.
—¿Capitulación? —preguntó Himmler pensativo.
—¿Por qué necesariamente capitulación? Negociaciones…
(Del expediente del miembro del NSDAP desde 1933, Standartenführer SS Von Stirlitz, sexta sección de la Dirección de Seguridad: «Ario genuino. Carácter nórdico, sólido. Buenas relaciones con los compañeros de trabajo. Cumple su deber de forma intachable. Implacable con los enemigos del Reich. Excelente deportista: campeón de tenis de Berlín. Soltero; no ha tenido relaciones comprometedoras. Condecorado por el Führer. Obtuvo felicitaciones por parte del Reichsführer SS…»)
Stirlitz llegó a su casa a las siete, cuando apenas había empezado a oscurecer. Le gustaba esta época del año: casi no había nieve y, por las montañas, el sol alumbraba las cumbres de los pinos como si hubiera llegado el verano y fuera posible irse a Müggelsse y permanecer allí todo el día pescando o durmiendo en una silla plegable.
Aquí, en Babelsberg, muy cerca de Potsdam, vivía ahora solo en su pequeña villa. Su ama de llaves se había marchado la semana antes a Turingia, a las montañas, a casa de su sobrina. La mujer no pudo soportar más las interminables incursiones aéreas: los nervios le fallaban.
La hija del dueño de la taberna El Cazador hacía ahora la limpieza. Era jovencita, muy espabilada y bella. «Debe de ser de Sajonia —pensaba Stirlitz mientras observaba cómo la muchacha manejaba una gran aspiradora para limpiar la alfombra de la sala—. Tiene el cabello negro y ojos azules. Habla con acento berlinés, pero seguro que es de Sajonia».
Stirlitz miró su reloj pasado de moda y pensó: «Ya hay que cambiarlo. Si este Longines adelantara o atrasara, podría acostumbrarme; pero a veces atrasa y otras adelanta. No sirve para nada».
—¿Qué hora es? —preguntó Stirlitz.
—Cerca de las siete.
Stirlitz sonrió: «Una criatura feliz… Puede permitirse decir “cerca de las siete”. La gente más feliz de la Tierra es la que puede manejar su tiempo sin temor a las consecuencias. Pero ella habla con acento berlinés, estoy seguro. Incluso con un poco del dialecto de Mecklemburgo…».
Al oír el ruido del automóvil que se acercaba, pidió:
—Niña, vete a ver quién ha llegado.
Oyó el sonido de la puerta al abrirse. Asomándose al pequeño despacho en que estaba sentado él en un sillón junto a la chimenea, la muchacha dijo:
—Es un señor de la Policía.
Stirlitz se levantó, se estiró y fue a la antesala. Allí estaba el Unterscharführer SS con una gran cesta en la mano.
—Standartenführer, su chófer ha enfermado y he venido a traerle su ración.
—Gracias —dijo Stirlitz—. Póngala en la fresquera. La muchacha le ayudará.
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