Diecisiete instantes de una primavera. Yulián Semiónov
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Название: Diecisiete instantes de una primavera

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918315

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СКАЧАТЬ golpes militares, demostrando la fortaleza de nuestro espíritu y nuestro poderío inagotable, aceleraremos el término de esta coalición, que se derrumbará con el estampido de nuestros cañones victoriosos. Nada impresiona tanto a las democracias occidentales como la demostración de fuerza. Nada disipa tanto la embriaguez de Stalin como la confusión de Occidente por un lado y nuestros golpes por el otro. Tengan en cuenta que ahora Stalin tiene que hacer la guerra no en los bosques de Briansk o en los campos de Ucrania. Ahora tiene a sus tropas en territorio de Polonia, Rumanía, Hungría. Al establecer contacto directo con la “no patria”, los rusos ya están debilitados, hasta cierto punto, desmoralizados. Pero mi máxima atención no está dirigida a los americanos. ¡Dirijo mi mirada a los alemanes! ¡Solo nuestra nación puede y debe alcanzar la victoria! En estos momentos, todo el país se ha convertido en un campamento militar. Todo el país: hablo de Alemania, Austria, Noruega, parte de Hungría e Italia, un territorio considerable de los protectorados de Bohemia y Moravia, Dinamarca y parte de Holanda. Este es el corazón de la civilización europea. Es la concentración del poderío material y espiritual. En nuestras manos ha caído el material de la victoria. De nosotros, los militares, depende ahora en qué medida y con qué rapidez se utilice este material en nombre de nuestra victoria. Créanme: después de los primeros golpes demoledores de nuestros ejércitos, la coalición de los aliados se derrumbará. Los intereses egoístas de cada uno de ellos prevalecerán sobre el análisis estratégico del problema. Propongo lo siguiente para acercar la hora de la victoria: que el VI Ejército Pánzer SS comience la contraofensiva en Budapest, protegiendo de esta manera la seguridad del baluarte sur del nacionalsocialismo de Austria y Hungría, por un lado, y preparando la salida a los flancos rusos, por el otro. Recuerden que precisamente allí, en el sur, en Nagykanizsa, tenemos setenta mil toneladas de petróleo. El petróleo es la sangre que corre por las arterias de la guerra. Prefiero entregar Berlín antes que perder este petróleo que me garantiza la inexpugnabilidad de Austria y su unidad con los millones de hombres de la agrupación italiana de Kesselring. Continúo: el grupo de ejércitos Vístula, reuniendo las reservas, llevará a cabo una contraofensiva determinante en los flancos rusos utilizando para esto el campo de operaciones de Pomerania. Al romper la defensa de los rusos, las tropas del Reichsführer SS llegarán a su retaguardia y tomarán la iniciativa. Apoyados por la agrupación de Stettin, cortarán en dos el frente de los rusos. Para Stalin el problema del transporte de las reservas es grave. Las distancias están en su contra y a nuestro favor. Siete líneas de defensa que protegen Berlín —y prácticamente lo hacen inaccesible— nos permiten alterar los cánones del arte militar y transportar al oeste un grupo considerable de tropas desde el sur y desde el norte. Tendremos margen. Stalin necesitará dos o tres meses para reagrupar las reservas, nosotros necesitaremos cinco días para trasladar los ejércitos; las distancias en Alemania nos permiten hacerlo, desafiando las tradiciones de la estrategia.

      »Jodl: De todas maneras, sería deseable coordinar este problema con las tradiciones de la estrategia…

      »Hitler: ¿Qué quiere decir con eso, Jodl?

      »Jodl: Creo que todo esto es muy sabio y perspicaz, pero me permito expresar mi desacuerdo solo en lo siguiente: que no deben coordinarse los detalles de este plan con las tradiciones de la ciencia militar.

      »Hitler: No se trata de detalles, sino del conjunto. Al fin y al cabo, los problemas particulares siempre pueden resolverse en los estados mayores por los grupos limitados de especialistas. Los militares tienen más de cuatro millones de personas organizadas en un poderoso puño de resistencia. La tarea consiste en convertir ese poderoso puño de resistencia en el golpe demoledor de la victoria. Estamos ahora en las fronteras de agosto de 1938. Nuestra industria militar produce cuatro veces más armamento que en 1939. Nuestro Ejército es dos veces mayor que en 1939. Nuestro odio es terrible y la voluntad de vencer, inmensa. Les pregunto: ¿acaso no ganaremos la paz a través de la guerra? ¿Acaso el éxito militar no engendra el éxito político? Les ruego que me preparen para mañana proposiciones concretas, señor mariscal de campo.

      »Keitel: Sí, mi Füher. Prepararemos el plan general y, si usted lo aprueba, comenzaremos a precisar todos los detalles.»

      Al llegar al estado mayor de Himmler, el Obergruppenführer SS Fegelein, cuñado de Hitler, le informó sobre la reunión en el búnker.

      —Cualquier solución política del problema —dijo— está rechazada categóricamente por el Führer.

      —¿Cómo aceptaron su plan los militares? —preguntó Himmler.

      —Con ironía. Aunque parezca raro, precisamente los militares han llegado ahora a la firme convicción de que el resultado de la guerra no puede decidirse por más caminos que los políticos.

      —¿Capitulación? —preguntó Himmler pensativo.

      —¿Por qué necesariamente capitulación? Negociaciones…

      (Del expediente del miembro del NSDAP desde 1933, Standartenführer SS Von Stirlitz, sexta sección de la Dirección de Seguridad: «Ario genuino. Carácter nórdico, sólido. Buenas relaciones con los compañeros de trabajo. Cumple su deber de forma intachable. Implacable con los enemigos del Reich. Excelente deportista: campeón de tenis de Berlín. Soltero; no ha tenido relaciones comprometedoras. Condecorado por el Führer. Obtuvo felicitaciones por parte del Reichsführer SS…»)

      Stirlitz llegó a su casa a las siete, cuando apenas había empezado a oscurecer. Le gustaba esta época del año: casi no había nieve y, por las montañas, el sol alumbraba las cumbres de los pinos como si hubiera llegado el verano y fuera posible irse a Müggelsse y permanecer allí todo el día pescando o durmiendo en una silla plegable.

      Aquí, en Babelsberg, muy cerca de Potsdam, vivía ahora solo en su pequeña villa. Su ama de llaves se había marchado la semana antes a Turingia, a las montañas, a casa de su sobrina. La mujer no pudo soportar más las interminables incursiones aéreas: los nervios le fallaban.

      La hija del dueño de la taberna El Cazador hacía ahora la limpieza. Era jovencita, muy espabilada y bella. «Debe de ser de Sajonia —pensaba Stirlitz mientras observaba cómo la muchacha manejaba una gran aspiradora para limpiar la alfombra de la sala—. Tiene el cabello negro y ojos azules. Habla con acento berlinés, pero seguro que es de Sajonia».

      Stirlitz miró su reloj pasado de moda y pensó: «Ya hay que cambiarlo. Si este Longines adelantara o atrasara, podría acostumbrarme; pero a veces atrasa y otras adelanta. No sirve para nada».

      —¿Qué hora es? —preguntó Stirlitz.

      —Cerca de las siete.

      Stirlitz sonrió: «Una criatura feliz… Puede permitirse decir “cerca de las siete”. La gente más feliz de la Tierra es la que puede manejar su tiempo sin temor a las consecuencias. Pero ella habla con acento berlinés, estoy seguro. Incluso con un poco del dialecto de Mecklemburgo…».

      Al oír el ruido del automóvil que se acercaba, pidió:

      —Niña, vete a ver quién ha llegado.

      Oyó el sonido de la puerta al abrirse. Asomándose al pequeño despacho en que estaba sentado él en un sillón junto a la chimenea, la muchacha dijo:

      —Es un señor de la Policía.

      Stirlitz se levantó, se estiró y fue a la antesala. Allí estaba el Unterscharführer SS con una gran cesta en la mano.

      —Standartenführer, su chófer ha enfermado y he venido a traerle su ración.

      —Gracias —dijo Stirlitz—. Póngala en la fresquera. La muchacha le ayudará.

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