Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
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Название: Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri

Автор: Franco Nembrini

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Digital

isbn: 9788418746659

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СКАЧАТЬ intento de profundizar cada vez más en la experiencia como acontecimiento en acto, no de sustituir la experiencia por un discurso.

      En esta concepción de la vida y de la poesía fundada sobre el primado de la experiencia, el factor decisivo es la mirada. Y aquí debemos detenernos, porque la palabra mirada recapitula sintéticamente todo el recorrido de la Divina comedia y la imagen de la vida que en ella se expresa.

      Permítaseme una breve digresión al respecto. Hace algún tiempo, se pusieron en contacto conmigo algunos responsables de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, interesados en la traducción al español de mis trabajos sobre Dante. Yo tenía un montón de compromisos y, durante algún tiempo, les di largas. Al final acepté su invitación, creyendo que se trataba de hacer simplemente una visita de cortesía y de explicar las razones por las que no podía aceptar su propuesta. Solo que, al llegar a la universidad, lo primero que me impresionó fue un cartel escrito con letras enormes que decía: «La educación es una mirada». Me quedé entusiasmado y, a partir de ahí, empezó un diálogo intensísimo del que ha nacido una amistad extraordinaria.

      Retomemos el discurso sobre la mirada y volvamos al comienzo de nuestro recorrido. ¿Dónde comienza la aventura de Dante? En una «selva oscura». En la oscuridad. El problema de Dante es que ha perdido la luz, ya no ve, no sabe reconocer la verdad de la vida. Y por eso todo el recorrido de la Comedia está determinado por el deseo de ver, desde el primer movimiento en la selva, el ascenso por la colina iluminada por el sol, hasta llegar a coronar la cima, la meta que es justamente la visión de Dios.

      Para hacerme un regalo, un amigo ha metido la Comedia entera en un motor de búsqueda capaz de contar las veces que aparecen distintas palabras. ¿Cuáles son las que aparecen con mayor frecuencia? La primera es la palabra ojos, que aparece 213 veces; la tercera es vi, con 166 apariciones; entre paréntesis, añado que la segunda en la clasificación es la palabra bien, 211 veces, y la cuarta, mundo, 143 veces. Un elenco impresionante, que ratifica que la posición de Dante —que es también la de la cultura medieval en la que creció y a la que da voz— es una actitud llena de asombro ante la realidad, una mirada abierta —ojos, vi— ante la realidad —mundo—, cuya bondad reconoce —bien—.4

      En este sentido, hay otro aspecto del texto de Dante que me ha fascinado siempre. ¿Cuál es el término con el que introduce por primera vez a Beatriz, al comienzo del poema? «Sus ojos brillaban más que los luceros» (Inf., II, v. 55). ¿Con qué identifica a la Virgen en el Canto XXXIII del Paraíso? «Los ojos por Dios amados y venerados» (Par., XXXIII, v. 40). ¿Y quién es la intermediaria entre María y Beatriz? Santa Lucía, que en la devoción popular es la patrona de la vista.

      ¿Por qué esta insistencia de Dante en los ojos, en la mirada, en el acto de ver? Es sencillo: porque todos estamos ciegos. Como dijimos al comentar el Canto I del Infierno,5 todos somos como el ciego del Evangelio, necesitamos que alguien nos devuelva la vista, nos enseñe a mirar, nos ayude a ver la verdad de la vida. ¿Y cuál es el dinamismo sano de la mirada, el dinamismo natural, aunque siempre necesitemos reconquistarlo? Lo digo con las palabras de una de las poesías que más amo, el Canto nocturno de un pastor errante de Asia, de Leopardi. En un momento dado escribe lo siguiente:6

       A veces, si te miro

      tan silenciosa, encima del desierto llano,

      que allá, en el horizonte lejano,

      cierra el cielo, o bien, con mi rebaño,

       seguirme poco a poco, o cuando veo

      arder allá en el cielo las estrellas,

       pensativo me digo:

       «¿Para qué tantas estrellas?

       ¿Qué hace el aire infinito, la profunda

       serenidad sin fin? ¿Qué significa esta

      inmensa soledad? ¿Y yo quién soy?».

      Conmigo así razono.

      Al principio, repetida dos veces, está la palabra miro [en el original italiano; en la traducción española se emplea miro y veo (N. del T.)]. El primer movimiento del hombre es el descubrimiento lleno de asombro de la realidad, de lo que tiene delante, de eso que le muestran los ojos. Este es el primer acto humano, el primer paso en el conocimiento del mundo.

      De este primer paso nace el segundo, que es la pregunta, el pensamiento, la reflexión. Veo una cosa, y ella suscita en mí una serie de interrogantes; es el modus operandi del conocimiento humano. Leopardi lo subraya con las dos fórmulas con que abre y cierra la serie de preguntas: «Pensativo me digo», «conmigo así razono», como queriendo declarar: Así es como razono, como se razona, como funciona el pensamiento.

      Entonces, si el dinamismo natural, originario del pensamiento, es este, ¿por qué nos cuesta mantenernos en este nivel? ¿Por qué tendemos a arrojar una sombra sobre el dato con nuestra cabeza? Lo hemos visto en el Canto II del Infierno,7 cuando Dante escribe: «Pues, pensándolo bien, abandoné la empresa que tan súbitamente había comenzado» (Inf., II, vv. 41-42). Delante del hecho, de la invitación de Virgilio, Dante responde que sí entusiasmado; sin embargo, luego se lo piensa, y el pensamiento introduce una sospecha. ¿Por qué?

      Esta dinámica inadecuada de la razón, este uso incorrecto del pensamiento que niega el dato en vez de afirmarlo tiene que ver con el pecado original, que, como enseña el catecismo y también hemos recordado nosotros,8 es pecado de soberbia y de orgullo. La primera manifestación de la soberbia y del orgullo es la afirmación de un pensamiento propio contra la realidad.

      Según el punto de vista que estamos examinando, ¿qué hicieron Adán y Eva? En lugar de disfrutar de la realidad tal como Dios la había creado, cedieron a la tentación de la serpiente; es decir, a la duda de que las cosas fuesen tal como las veían, de que lo que Dios les había dicho —«Del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir» (Gén 2,17)— fuese verdad, de que un pensamiento que había surgido en su cabeza —«La mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia» (Gén 3,6)— pudiera ser más verdadero que lo que Dios había puesto delante de ellos.

      Este uso de la razón caracteriza buena parte del pensamiento moderno, fundado sobre la idea de que la única certeza se halla justamente en el sujeto y en su pensamiento, mientras que todo lo que vemos podría ser un engaño; más aún, podría no existir en absoluto, ser una ilusión. Montale expresa el corazón de la modernidad con una intuición genial: «Tal vez una mañana, caminando en un aire de vidrio, / árido, al volverme veré cumplirse el milagro: / la nada a mis espaldas, el vacío detrás / de mí, con un terror de borracho».9

      Para entenderlo mejor, detengámonos un momento en el término que empleamos comúnmente para indicar el hecho de devanarse los sesos con algo; es decir, para reflexionar. ¿Qué quiere decir reflexión? Según el diccionario Treccani,10 el significado originario del verbo reflexionar es ‘replegar’, ‘volverse’; siguiendo esta etimología, existe un modo de reflexionar que es un verdadero replegarse, volverse, dar la espalda a la realidad, a la evidencia primaria, a la sorpresa y a la llamada que constituye la realidad.

      Un amigo me sugirió una vez otra interpretación de esta palabra. Se trata de una etimología muy libre, diría que СКАЧАТЬ