Betty. Tiffany McDaniel
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Читать онлайн книгу Betty - Tiffany McDaniel страница 7

Название: Betty

Автор: Tiffany McDaniel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Sensibles a las Letras

isbn: 9788418918247

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СКАЧАТЬ el parto más llevadero de mamá.

      —La niña salió enseguida.

      Flossie siempre estaba deseando hacer una entrada triunfal.

      —Está claro que nací para ser especial —diría Flossie más adelante—. La mayoría de los bebés nacen en una cama o en la parte trasera de un coche. Pero yo nací en una escalera. Como la que baja Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses —añadía Flossie imitando a Swanson.

      A pesar de no ser cierto, Flossie aseguraba que había nacido el mismo día que Carole Lombard. Otras veces eran Lillian Gish, Irene Dunne u Olivia de Havilland. Para Flossie, ella siempre estaba a un paso del estrellato. Para mí, era una niña que nació en una escalera y se convirtió en una mujer que se debatía entre salir a la luz o internarse en la oscuridad.

      —Puedes venir conmigo —decía— si quieres, Betty.

      Betty. Servidora. Nací en 1954 en una bañera vacía con patas en Arkansas. Cuando mamá se puso de parto en el cuarto de baño, el sitio más cercano para tumbarse era la bañera. A pesar de la envidia de Flossie, me llamaron así por Bette Davis.

      Papá decía que había conocido a la actriz en un baile cuando los dos eran tan jóvenes que no tenían pareja.

      —Me puse tan nervioso —decía— que se me llenó la barriga de mariposas. Las notaba revoloteando de un lado al otro. Parecía que hubiera aspirado una corriente de aire que no se calmaba nunca. Para tranquilizarme, me bebí un vaso de leche que Bette me dio. No sé si ella lo sabía o no, pero la leche estaba en mal estado.

      »La mayoría de las mariposas consiguieron esquivar la leche, pero a una la salpicó. Tener una mariposa con náuseas en el estómago no es buena idea. —Papá se frotó la barriga al acordarse—. Para deshacerme de las mariposas, dejé a Bette Davis con la luna y me fui a dar un paseo por el bosque. Sin la señorita Davis, los nervios desaparecieron, así que todas las mariposas se fueron volando menos la que se había puesto enferma por culpa de la leche. La mariposa tenía tanta fiebre que me sentía como si tuviera una vela en el estómago.

      »Sabía que tenía que hacer algo, de modo que cogí una arañita negra y me la tragué entera. La araña hizo lo que yo quería que hiciera, que era tejer una tela entre mis costillas. La mariposa quedó atrapada en la telaraña, y mi barriga se puso muy contenta. Todavía tengo la araña dentro de mí. Mi panza es ahora su hogar. Algunos días me siento como si tuviera más telarañas que otra cosa en el interior, pero os aseguro una cosa: desde entonces no ha vuelto a dolerme la barriga, porque la araña atrapa todo lo malo que como. ¿Por qué no nos pondría Dios a todos arañas en el estómago?

      En lugar de una e final como Bette Davis, mi nombre tenía una y porque a papá la y le recordaba una honda y una serpiente con la boca abierta.

      Fue la y de mi nombre —junto con la coronilla de ondas morenas con la que vine al mundo— la que según papá atrajo a la serpiente de cascabel a mi cuna.

      Silba, silba, habla, niña, habla.

      Una serpiente que se mete en una cuna no busca nada bueno, al menos eso decía papá. Cuando él la sacó de debajo de mi manta, la serpiente de cascabel le picó. Después de succionar el veneno de sus venas, papá cortó la cabeza a la serpiente. La enterró en un agujero hondo como su brazo. Pronunció una oración por el descanso de su cuerpo para apaciguar al fantasma de la serpiente antes de cortarle la cola y hacerme un juguete con ella.

      Sacúdete, sacúdete, cascabelea, cascabelea, habla, habla.

      Mi padre tenía el pelo negro. Su piel era morena como los hermosos ríos con el lecho de barro en los que él se bañaba. En los ángulos de sus pómulos habitaban sombras. Sus ojos eran del color del polvo que él molía con cáscaras de nuez. Yo heredé esas facciones. La tierra se grabó en mi alma. En mi piel. En mi pelo. En mis ojos. Yo heredé esas cosas.

      —Porque eres cheroqui —me explicó papá cuando tenía cuatro años y edad suficiente para preguntar por qué la gente me llamaba morena—. Te llamarán cosas peores —añadió.

      —Pero ¿qué quiere decir cheraquí? —pregunté.

      —Cheroqui. Repite conmigo. Che-ro-qui.

      Me dio la risa tonta cuando abrió los labios para pronunciar la o de una forma muy graciosa.

      —Cheraquí —dije otra vez, repitiéndolo hasta que lo pronuncié bien—. Pero ¿qué es?

      —Cheroqui eres tú —contestó él, poniéndome en su regazo.

      Sacó un trocito de piel de ciervo del bolsillo.

      —Parece el lomo de un perro.

      Acaricié la parte que tenía pelo.

      —¿Verdad que sí? —dijo él antes de dar la vuelta al pellejo para señalar las extrañas letras escritas en el lado liso.

      La tinta era azul y se estaba desdibujando, como si el agua estuviese borrando la inscripción.

      —Así se escribe en cheroqui, Betty —declaró—. A mi mamá le dio esta piel su madre. Mamá la llamaba «el aliento» porque, cuando sentía que le faltaba, miraba la piel de ciervo con las palabras de su madre y recuperaba el aliento. Mamá podía volver a respirar.

      Inspiró hasta llenar el pecho. Cuando soltó el aire, me agitó los pelillos de la coronilla.

      —No sé qué pone. —Deslicé mis deditos por las palabras desvaídas—. Está escrito con letras raras. ¿Qué pone?

      —Pone «No olvides quién eres».

      —¿Tu madre se olvidó de quién era? —pregunté—. ¿Por eso necesitaba que se lo recordaran?

      —Hubo una época en la que la gente como nosotros no podía decir que era cheroqui —respondió él—. Teníamos que decir que éramos holandeses negros.

      —¿Qué es eso?

      —Un europeo de piel oscura.

      —¿Por qué no podíamos decir que éramos cheraquís? O sea, che-ro-quis.

      —Porque había que esconderlo.

      —Pero ¿por qué?

      —A los cheroquis los sacaban de sus tierras y los metían en reservas. Si nuestra gente decía que eran holandeses negros, los dejaban quedarse porque alguien con raíces europeas podía poseer tierras. Pero no puedes mentirte a ti mismo mucho tiempo porque acabas cansándote. Mi papá y mi mamá tenían que decir que eran holandeses negros tantas veces que mamá se quedaba sin aliento. Tenía que recordarse quién era de verdad.

      Lo miré.

      —¿Quién soy yo? —quise saber.

      —Tú eres tú, Betty —dijo él.

      —¿Cómo puedo estar segura?

      —Por tus antepasados. Desciendes de grandes guerreros. —Me puso la mano contra el pecho—. Desciendes de grandes jefes que llevaron a países enteros a la guerra y a la paz.

      Luego СКАЧАТЬ