Añorantes de un país que no existía. Salvador Albiñana Huerta
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Название: Añorantes de un país que no existía

Автор: Salvador Albiñana Huerta

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Oberta

isbn: 9788491346685

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СКАЧАТЬ que lamentaba Deltoro. Para entonces ya había dejado atrás República Dominicana. José Puche, presidente de la filial mexicana del SERE, envió el auxilio económico para el pasaje. Ana y Antonio salieron de Santo Domingo rumbo a La Habana. Un viaje accidentado en el que Ana sufrió un aborto que les obligó a permanecer un mes en la isla.54

      ***

      República Dominicana, el primer contacto con América, había sido casi una aventura; todavía no era el exilio. Tampoco lo fue inicialmente México, a donde llegaron en mayo de 1941.

      Nosotros pensábamos –como creo que todos– que si España había sido el primer país que se había enfrentado al fascismo, al triunfar la democracia sobre el fascismo nos iban a reponer, era lo normal. No pensábamos que el exilio iba a ser tan largo. Nuestra mentalidad era la de hombres en tránsito… y madurar un poco, pasar ese poco de cualquier manera.

      Apenas llegados, lograron trabajo en el Instituto Luis Vives –nombre de claro alcance simbólico–, el primer centro educativo creado por el exilio en la ciudad de México, abierto en enero de 1940. Fue un trasplante del programa institucionista y pronto gozó de un gran prestigio. Deltoro ingresó en agosto de 1941 como profesor de Literatura Española, plaza vacante por la salida de Concha de Albornoz. Ana lo hizo algo después, por el fallecimiento de Pedro Moles, y fue una reconocida profesora de Geografía e Historia por largo tiempo, entre 1941 y su jubilación en 1978:

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      Antonio Deltoro Fabuel, Antonio Deltoro Martínez, Ana Martínez Iborra y Ana Deltoro Martínez, México, 1955. Archivo Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.

      En 1951, razones económicas llevaron a Deltoro a abandonar la docencia de manera definitiva y comenzó a trabajar en la mejor retribuida industria farmacéutica. La decisión no debió de resultarle fácil: «Allí torcí mi destino, […] Ya me había orientado en un derrotero un poco falso, la propaganda farmacéutica…», le confesaba a Matilde Mantecón en una afirmación no exenta de tristeza, como si con ella se produjera la quiebra de una vocación y de un interés profesional por las letras. Mantuvo el gusto por la lectura –y así le retrató su amigo Renau en 1944–, y como directivo de imagen y publicidad pudo aplicar de algún modo sus conocimientos sobre la tipografía y el diseño. Deltoro ideaba la imagen, redactaba el texto y cuidaba su impresión, por lo común en los talleres de Elicio Muñoz Galache, un impresor del exilio. La biblioteca que fueron reuniendo Deltoro y Martínez Iborra, conservada en la actualidad por sus hijos Ana y Antonio, reunía el amplio catálogo del exilio en México, era variada de autores y temas –en particular en lo referido a historia, artes y letras– y contaba con un buen número de primeras ediciones de poesía española contemporánea. Los libros, al igual que las revistas, en su mayoría escritas por y para el exilio, fueron otro ejercicio de memoria de la España perdida.