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СКАЧАТЬ a la dominación de las reglas y del culto a los antiguos. Se acentúan las cualidades afectivas y naturales. Se extrapolan al vocabulario crítico las expresiones acuñadas y desarrolladas en los salones. A la omnipotente doctrina aristotélica se enfrenta una preocupación casi exclusiva por lo natural y delicado. El público se presenta como árbitro de la obra, al margen de autoridades exteriores (los antiguos, los doctos). Lo que importa, al fin y al cabo, es el juicio de la Cour et de la Ville, del mundo contextualizado.

      Ciertamente, la polémica entre la estética de la délicatesse y los seguidores de la estética cartesiana seguirá abierta y penetrará profundamente en el siglo XVIII, con todos sus dualismos. Pero el tránsito de una estética doctrinal a una estética de la subjetividad, de una estética esencialista a una estética del sentimiento, estaba ya totalmente franqueado, de la mano del gusto. Y frente a estas herencias y estas discusiones adquieren su perfil las reales academias, preocupadas por la docencia y el aprendizaje, por el establecimiento de criterios y supervisiones estimativas, por la teorización, la historia y la investigación en torno a las bellas artes.

      El siglo XVII puso los fundamentos de la teoría del gusto, pero será en el XVIII cuando las consideraciones sobre el gusto y sobre la belleza –en relación con él– adquirirán nuevos impulsos. Especialmente será el contexto inglés el que tome la antorcha en este concreto juego de relevos tras las indagaciones en torno al standard of taste, y luego el alemán, con el aporte kantiano, entre el empirismo y el racionalismo. Aunque, en cualquier caso, ya siempre la teoría del gusto estará indisolublemente ligada a los interrogantes estéticos.

      José Luis Peset

      Instituto de Historia-CSIC

      El inicio del mandato de la nueva Corona de los Borbón supuso un cambio importante en la relación del poder con el saber. La herencia de la casa de Austria era rica pero ya se encontraba agostada. De forma tradicional el rey solucionaba sus necesidades de ciencia y técnica a través de tres instituciones, aparentemente muy alejadas. La Universidad era la forma más habitual de conseguir ayudas, sobre todo en el terreno de algunas ciencias como las matemáticas o la física, también, y de forma especial, la medicina. Era una institución creada en la Edad Media por la Corona y el Papado para conseguir, sobre todo, juristas, médicos y teólogos. Otra institución notable era la Iglesia, que disponía de bibliotecas, aulas, tiempo y dinero para dedicarse al saber. Desde luego, eran la teología y el saber canónico los estudios más valorados por ella, pero como mostró López Piñero para el Siglo de Oro, eran muchos los clérigos cultivadores de la ciencia (López Piñero, 1979). Hubo matemáticos, arquitectos, físicos, naturalistas..., incluso, aunque la Iglesia veía con malos ojos el ejercicio médico para sus miembros, aparecen en la Ilustración muy notables personajes interesados en este saber. En fin, el Ejército era notable tesoro de sabios y, sobre todo, de técnicos. Matemáticas, física, astronomía, química, arquitectura, ingeniería, cirugía..., eran actividades de primera importancia. Será junto a la Universidad la institución que más progrese en esta colaboración con la ciencia, pues los ejércitos y la marina necesitaban cada vez más del saber. Sin embargo, las durísimas batallas contra Nelson y Napoleón ponen un triste final a todo este esfuerzo.

      Este sencillo esquema me permitirá en esta exposición ir reencontrando a una serie de personajes que han sido mis compañeros. Han sido valencianos –alguno de adopción– que he encontrado a lo largo de mis lecturas, que me han acompañado y enseñado el camino del alejamiento, que es el de la vida. Serán –y no es casualidad– un universitario, un militar y un clérigo, o si se quiere un médico, un físico y un naturalista. Son representantes de esas tres instituciones a las que me he referido, pero también de las principales disciplinas científicas que se cultivaron a lo largo del Setecientos. También lo son de la muy brillante Ilustración valenciana (López Piñero y Navarro, 1995; Navarro, 1985).

      LAS AULAS MÉDICAS

      Hijo de Aragón, la ilustre personalidad de Andrés Piquer se formó en su tierra, en Valencia y en Madrid, pero quizá es aquí, entre nosotros, donde es recordado con más devoción. Su efigie se ve en los edificios universitarios y sus libros han sido motivo de estudio desde su tiempo hasta hoy. Se ha convertido, de alguna manera, en el patrón de los médicos valencianos, junto a Arnau de Vilanova y Lluís Alcanyís. Estudió Medicina en la Universitat de València y fue profesor de anatomía en sus aulas. Al mediar el siglo es llamado junto a Gaspar Casal como médico de cámara del rey, es decir, como protomédico. Empieza entonces una carrera de honores, en especial a través del Protomedicato y de la Academia Médica Matritense.

      En este médico encontramos, como es muy propio del siglo XVIII, tanto al clasicista como al novator. Un buen ejemplo es su libro Medicina vetus et nova, en donde aúna la tradición antigua con la modernidad, СКАЧАТЬ