Pero el ruido de la crisis mundial no permite escuchar los problemas de fondo: la economía española empieza a quedar afectada por los cambios en la geografía de las ventajas comparativas cuando aparecen en escena países industriales emergentes, particularmente en el sudeste asiático (Corea del Sur, Hong-Kong, Taiwan y Singapur). Una situatión que se agrava, entre otros motivos, porque los cambios institucionales derivados de la superación del régimen dictatorial y la consolidación de la democracia tendrán efectos importantes sobre las estrategias competitivas, ya que crearán una presión alcista salarial incompatible tendencialmente con la estrategia tradicional basada en los precios bajos.
Efectivamente, las libertades sindicales permitirán a los trabajadores mejorar la capacidad de negociación y, por consiguiente, se conseguirán aumentos sustantivos de los salarios nominales, sin relación con el comportamiento de la productividad, lo que hará aumentar los costes laborales unitarios (CLU). A todo eso hay que añadir el incremento simultáneo de cargas fiscales vinculadas al factor trabajo, como es el caso de las contribuciones a la Seguridad Social.
Por suerte para la economía valenciana y española, los problemas llegan cuando el cambio estructural iniciado en los sesenta ya está muy avanzado. Aun así, la crisis tendrá graves repercusiones. Por ejemplo, el paro, que en 1975 era del 2,4% (en España, el 4,4%), en 1985 había subido al 21,8% (en España, al 22,0%). La contracción económica supone que, si en el período anterior (1960-1975) la tasa de crecimiento permitía duplicar el volumen de bienes y servicios cada diez años, en este segundo período esta duplicación habría necesitado treinta.5
A pesar de las dificultades políticas y económicas con las que tropezó la transición a la democracia, la Constitución de 1978 permitió transformar profundamente la estructura del viejo Estado centralista en una de base plural, al crear el Estado de las Autonomías. Una etapa nueva, pues, en la que un gobierno propio, la Generalitat, podrá elaborar políticas económicas específicas para la economía valenciana.6 Al mismo tiempo, el ingreso en la Comunidad Europea –la actual Unión Europea–, en 1986, abrirá plenamente las economías española y valenciana a los avatares de un mercado entonces de más de 300 millones de personas.
La recuperación económica –española y valenciana–, iniciada en 1985, fue preparada por las políticas estructurales más perentorias que había emprendido la administración socialista a raíz de su victoria electoral de octubre de 1982, como también por las expectativas que había alimentado el previsible ingreso de España en la Comunidad Europea. En resumidas cuentas, había creado las condiciones para aprovecharse plenamente de la recuperación económica europea, que durará hasta principios de los noventa y estará animada por el descenso de los precios del petróleo. Hay que decir que, a partir de entonces, se intensificará la convergencia del ciclo económico español y valenciano con el europeo, que ya había tomado cuerpo con las medidas de apertura económica de los años sesenta.
Recordemos que las fluctuaciones cíclicas de las economías se deben a que los factores de oferta que determinan su crecimiento (población, productividad y precio de los factores de producción) y los de demanda (consumo, inversión y exportaciones limpias) no evolucionan de manera gradual y sostenida, sino con frecuencia de forma súbita (shocks), lo que origina desajustes como inflación, desempleo, déficit exterior o déficit público.7
Posteriormente, el ciclo económico se dirige hacia una crisis, corta pero aguda (1992-1993), en prácticamente todos el países de la OCDE, precedida de una desaceleración económica desde mediados de 1990. Varios factores habían intervenido en esta desaceleración económica, entre los que hay que destacar la inicial dificultad para comprimir la tasa de inflación. Coincide la ampliación de las actividades terciarias, que suele ser el sector más inflacionario,8 y un fenómeno coyuntural, el encarecimiento del precio del petróleo como consecuencia de la invasión iraquí de Kuwait.
En Europa, además, la crisis coyuntural había sido alimentada por las dificultades alemanas para financiar la reconversión de la economía de la zona oriental (a raíz de la unificatión que siguió a la caída del muro de Berlín en 1989), que presionaron al alza los tipos de interés. Eso derivaría en tensiones monetarias en el seno del Sistema Monetario Europeo y, en consecuencia, en inestabilidades cambiarias cuando justamente este sistema se había creado para conseguir una zona de estabilidad en el camino hacia la Unión Monetaria y para hacer viable el Mercado Único, que entró en vigor a principios de 1993.
En España, la crisis se había particularizado en altas tasas de inflación y de paro. Además, el elevado precio del dinero hizo caer la rentabilidad esperada de los proyectos de inversión y, en consecuencia, la tasa de inversiones. En el País Valenciano, la crisis fue especialmente dura porque la política monetaria, que sostenía una peseta de alta cotización (desde que había entrado en el Sistema Monetario Europeo en 1989), creaba problemas a las exportaciones y, por lo tanto, hacía que la crisis adoptara perfiles más agudos porque era una economía con más alta propensión a exportar. Asimismo, cuenta el fin del ciclo del sector de la construcción, explicado en buena parte por los excedentes de la oferta inmobiliaria acumulados, por la endeble actividad turística y por el aumento de los tipos de interés.
Así, una economía como la valenciana que tradicionalmente había crecido por encima de la media española, entonces lo hará por debajo durante dos años, 1992 y 1993, y la tasa de paro superará a la española –dada la especial sensibilidad de nuestro mercado de trabajo a los altibajos económicos, por su especialización productiva en actividades intensivas en el uso del factor trabajo–, lo que no pasaba desde hacía diez años.
A partir de 1994, la economía española y la valenciana siguieron –como ya no podía ser de otro modo, por el alto grado de apertura en el que se encontraban– la recuperación económica de los países de la OCDE, con las exportaciones como principal fuente de crecimiento –favorecidas inicialmente por sucesivas devaluaciones de la peseta en 1992 y 1993– y sin que la demanda interior, a pesar de la bajada de la tasa de inflación y de los tipos de interés, despuntara hasta 1998. A partir de este año, fue el consumo interior –y la construcción– el pilar que sostuvo el diferencial de crecimiento respecto a la media europea.
Hay que decir que la mayor propensión a exportar de la economía valenciana permitió que la recuperación se avanzase a la española, además de mantener una dinámica de crecimiento ligeramente superior –incluso en la pequeña sacudida de 1996-97– hasta el 2002. Con la disminución del ritmo de crecimiento general a partir del 2003, la economía valenciana también empieza a crecer por debajo de la española, hecho inédito en etapas expansivas.
En resumidas cuentas, hablamos de un ciclo expansivo muy largo y que sólo empezó a aflojar cuando los primeros síntomas del estallido de la burbuja inmobiliaria en EE. UU. y la crisis financiera subsiguiente –con el protagonismo originario de las hipotecas sub prime- originaron la desaceleración del otoño del 2007. Aunque esta desaceleración se convertirá en recesión un año más tarde, cuando ambas crisis, inmobiliaria y financiera, afecten de lleno a la economía real de España y del País Valenciano, como a la del resto del planeta.
1.3 Crecimiento y cambio estructural
1.3.1 El caso español
1.3.1.1 Crecimiento
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