Salí de la habitación y, cerrando la puerta, me juré de todo corazón no volver jamás a emprender aquellos trabajos; y luego, con pasos temblorosos, busqué mi alcoba. Estaba solo. No había nadie cerca de mí para disipar la tristeza y consolarme ante aquellas terribles pesadillas. Transcurrieron varias horas, y permanecí junto a la ventana observando el mar. Casi estaba inmóvil, porque los vientos guardaban silencio, y toda la naturaleza descansaba bajo la mirada de la luna callada. Solo algunos barcos de pesca moteaban el agua, y aquí y allá una dulce brisa traía los ecos de las voces cuando los pescadores se llamaban unos a otros. Sentía el silencio, aunque apenas era consciente de su asombrosa profundidad, hasta que de repente llegó a mis oídos el chapoteo de unos remos cerca de la orilla, y una persona saltó a tierra cerca de mi casa. Pocos minutos después oí el chirrido de mi puerta, como si alguien estuviera intentando abrirla muy despacio. Estaba temblando de la cabeza a los pies. Tuve el presentimiento de quién podía ser y pensé en avisar a alguno de los campesinos que vivían en una casa no muy lejos de la mía. Pero me encontraba aturdido por esa sensación de impotencia que tan a menudo se vive en las pesadillas, cuando uno trata en vano de huir de un peligro inminente y le resulta imposible moverse. Entonces oí el sonido de unas pisadas en el pasillo, la puerta se abrió y el engendro al que tanto temía apareció. Cerrando la puerta, se aproximó a mí y dijo con una voz ahogada:
—Has destruido la obra que comenzaste… ¿qué es lo que pretendes? ¿Te atreves a romper tu promesa? He soportado calamidades y miserias. Abandoné Suiza detrás de ti; me arrastré a lo largo de las orillas del Rin, entre sus pequeños islotes y por las cumbres de sus colinas. He vivido durante muchos meses en los páramos de Inglaterra y en los solitarios bosques de Escocia. He soportado un cansancio que no puedes imaginar, y frío y hambre. ¿Y te atreves a destruir mis esperanzas?
—¡Apártate de mí! —contesté—. ¡Rompo mi promesa! ¡Nunca crearé otro ser como tú, igual de deforme e igual de criminal!
—Esclavo… —dijo el engendro—, ya intenté razonar contigo una vez, pero has demostrado ser indigno de mi condescendencia. Recuerda que yo tengo el poder; tú crees que eres miserable, pero yo puedo hacerte tan desgraciado que incluso la luz del día podría resultarte odiosa. Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedéceme!
—Monstruo… —dije—, la hora de mi debilidad ha pasado, y el tiempo de tu poder ha concluido. Tus amenazas no pueden obligarme a cometer un acto de maldad, sino que me confirman en la decisión de no crear para ti una compañera en el crimen. ¿O es que debo, a sangre fría, arrojar al mundo otro demonio cuyo único placer consiste en sembrar muerte y destrucción? ¡Vete! ¡No cambiaré de opinión, y tus palabras solo conseguirán aumentar mi furia!
El monstruo vio la determinación en mi rostro e hizo rechinar los dientes en la impotencia de su ira.
—Cada hombre tiene su mujer, y cada animal tiene una compañera… ¿y yo tendré que estar solo? —gritó—. Tenía sentimientos de cariño, y todo lo que me devolvieron fue desprecio. Hombre: tú puedes odiarme, ¡pero ten cuidado! Tus horas transcurrirán entre el terror y el dolor, y muy pronto caerá sobre ti el rayo que te arrebatará la felicidad para siempre. ¿O es que piensas que vas a ser feliz mientras yo me arrastro en mi insoportable sufrimiento? Tú puedes negarme todos mis deseos, pero la venganza permanecerá… la venganza, más amada que la luz o los alimentos. Y puedo morir, pero antes tú, mi tirano y mi verdugo, maldecirás el sol que verá tu miseria. ¡Ten cuidado, porque no tengo miedo y, por tanto, soy poderoso! Estaré observando, con la astucia de una serpiente, para morderte e inocularte el veneno. ¡Hombre: te arrepentirás del daño que infliges!
—¡Maldito demonio! —grité—. ¡Cállate, y no emponzoñes el aire con tus malvadas amenazas! ¡Ya te he dicho cuál es mi decisión, y no soy ningún cobarde para asustarme por unas palabras! ¡Déjame! ¡Está decidido!
—Muy bien —dijo—. Me iré. Pero recuerda: ¡estaré contigo en tu noche de bodas!
CAPÍTULO 13
Avancé decidido hacia él y grité:
—¡Miserable! ¡Antes de que firmes mi sentencia de muerte, asegúrate de que tú mismo estás vivo!
Lo habría atrapado, pero me esquivó, y abandonó la casa precipitadamente… unos instantes después lo vi subir a una barca, que cruzó las aguas con la suavidad de una saeta y pronto se perdió en medio de las olas.
Todo volvió a quedar en silencio; pero sus palabras resonaban en mis oídos. Ardía en deseos furiosos de perseguir al asesino de mi tranquilidad y hundirlo en el océano. Caminé arriba y abajo en mi habitación, nervioso y conmocionado; mi imaginación conjuraba ante mí miles de imágenes que solo conseguían atormentarme y zaherirme. ¿Por qué no lo había perseguido y había entablado con él una lucha a muerte? Bien al contrario, le había permitido escapar, y había dirigido sus pasos hacia tierra firme. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando imaginé quién podría ser la siguiente víctima sacrificada a su insaciable venganza. Y entonces volví a pensar en sus palabras: «¡Estaré contigo en tu noche de bodas!» Así pues… ese era el plazo fijado para el cumplimiento de mi destino. En aquel momento, moriría y por fin aquel monstruo podría satisfacer y aplacar su maldad. Aquella perspectiva no me infundió temor; sin embargo, cuando pensé en mi amada Elizabeth… en sus lágrimas y en su infinita pena cuando comprobara que se le había arrebatado a su amante de un modo tan cruel… las lágrimas, las primeras que había derramado en muchos meses, anegaron mis ojos, y decidí no caer ante mi enemigo sin entablar una batalla feroz.
La noche pasó, y el sol asomó tras el océano. Mis sentimientos se calmaron, si puede llamarse calma a ese estado en que la furia violenta se hunde en las profundidades de la desesperación. Abandoné la casa, el espantoso escenario de la lucha de la noche anterior, y caminé por la playa junto al mar, y lo miré casi como la insuperable barrera que me separaba de mis semejantes. Más aún, cruzó mi mente el deseo de que semejante hecho se hiciera realidad; deseé poder pasar la vida en aquella roca yerma; desalentador, es cierto, pero al menos viviría ajeno a cualquier golpe fortuito de la desdicha. Si regresaba, era para ser sacrificado… o para ver morir a aquellos que más quería bajo la garra de un demonio que yo mismo había creado. Vagué por la isla como un alma en pena, lejos de todo lo que amaba y amargado por tal separación. A mediodía, cuando el sol ya estaba muy alto, me tumbé en la hierba y me venció un profundo sueño. Había estado despierto toda la noche anterior: tenía los nervios destrozados y los ojos inflamados por la vigilia y el dolor. El sueño en que me sumí me hizo bien; y cuando me desperté, sentí СКАЧАТЬ