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СКАЧАТЬ una raza de demonios cuya figura y mente sumiría al hombre en el terror. ¿Es que tenía yo algún derecho, solo por mi propio beneficio, a infligir esta maldición a las generaciones futuras? Me había dejado convencer por los sofismas del ser que había creado; me había dejado convencer por sus diabólicas amenazas; y ahora, por vez primera, el horror de mi promesa se presentó claramente ante mí. Me recorrió un escalofrío al pensar que los siglos futuros me maldecirían como si fuera la peste, y dirían que, por egoísmo, no había dudado en comprar mi propia tranquilidad a un precio que tal vez ponía en peligro la pervivencia de la especie humana. Temblé, y se me paralizó el corazón cuando levanté la mirada y vi al demonio junto a la ventana, iluminado por la luz de la luna. Una mueca fantasmal le retorcía los labios mientras miraba hacia donde yo me encontraba. Sí, me había seguido en mis viajes; se había detenido en los bosques, se había escondido en las cuevas o se había refugiado en los vastos páramos desiertos; y ahora venía a ver mis adelantos y exigía el cumplimiento de mi promesa. Cuando lo miré, su rostro pareció expresar la más inconcebible maldad y traición. Pensé con una sensación de locura en mi promesa de crear otro ser como él y, temblando de ira, hice pedazos la cosa en la que estaba trabajando. El monstruo me vio destruir la criatura en la cual había fundado la felicidad de su futura existencia y, con un alarido de diabólica desesperación y venganza, se alejó.

      Salí de la habitación y, cerrando la puerta, me juré de todo corazón no volver jamás a emprender aquellos trabajos; y luego, con pasos temblorosos, busqué mi alcoba. Estaba solo. No había nadie cerca de mí para disipar la tristeza y consolarme ante aquellas terribles pesadillas. Transcurrieron varias horas, y permanecí junto a la ventana observando el mar. Casi estaba inmóvil, porque los vientos guardaban silencio, y toda la naturaleza descansaba bajo la mirada de la luna callada. Solo algunos barcos de pesca moteaban el agua, y aquí y allá una dulce brisa traía los ecos de las voces cuando los pescadores se llamaban unos a otros. Sentía el silencio, aunque apenas era consciente de su asombrosa profundidad, hasta que de repente llegó a mis oídos el chapoteo de unos remos cerca de la orilla, y una persona saltó a tierra cerca de mi casa. Pocos minutos después oí el chirrido de mi puerta, como si alguien estuviera intentando abrirla muy despacio. Estaba temblando de la cabeza a los pies. Tuve el presentimiento de quién podía ser y pensé en avisar a alguno de los campesinos que vivían en una casa no muy lejos de la mía. Pero me encontraba aturdido por esa sensación de impotencia que tan a menudo se vive en las pesadillas, cuando uno trata en vano de huir de un peligro inminente y le resulta imposible moverse. Entonces oí el sonido de unas pisadas en el pasillo, la puerta se abrió y el engendro al que tanto temía apareció. Cerrando la puerta, se aproximó a mí y dijo con una voz ahogada:

      —Has destruido la obra que comenzaste… ¿qué es lo que pretendes? ¿Te atreves a romper tu promesa? He soportado calamidades y miserias. Abandoné Suiza detrás de ti; me arrastré a lo largo de las orillas del Rin, entre sus pequeños islotes y por las cumbres de sus colinas. He vivido durante muchos meses en los páramos de Inglaterra y en los solitarios bosques de Escocia. He soportado un cansancio que no puedes imaginar, y frío y hambre. ¿Y te atreves a destruir mis esperanzas?

      —¡Apártate de mí! —contesté—. ¡Rompo mi promesa! ¡Nunca crearé otro ser como tú, igual de deforme e igual de criminal!

      —Esclavo… —dijo el engendro—, ya intenté razonar contigo una vez, pero has demostrado ser indigno de mi condescendencia. Recuerda que yo tengo el poder; tú crees que eres miserable, pero yo puedo hacerte tan desgraciado que incluso la luz del día podría resultarte odiosa. Tú eres mi creador, pero yo soy tu dueño: ¡obedéceme!

      —Monstruo… —dije—, la hora de mi debilidad ha pasado, y el tiempo de tu poder ha concluido. Tus amenazas no pueden obligarme a cometer un acto de maldad, sino que me confirman en la decisión de no crear para ti una compañera en el crimen. ¿O es que debo, a sangre fría, arrojar al mundo otro demonio cuyo único placer consiste en sembrar muerte y destrucción? ¡Vete! ¡No cambiaré de opinión, y tus palabras solo conseguirán aumentar mi furia!

      El monstruo vio la determinación en mi rostro e hizo rechinar los dientes en la impotencia de su ira.

      —Cada hombre tiene su mujer, y cada animal tiene una compañera… ¿y yo tendré que estar solo? —gritó—. Tenía sentimientos de cariño, y todo lo que me devolvieron fue desprecio. Hombre: tú puedes odiarme, ¡pero ten cuidado! Tus horas transcurrirán entre el terror y el dolor, y muy pronto caerá sobre ti el rayo que te arrebatará la felicidad para siempre. ¿O es que piensas que vas a ser feliz mientras yo me arrastro en mi insoportable sufrimiento? Tú puedes negarme todos mis deseos, pero la venganza permanecerá… la venganza, más amada que la luz o los alimentos. Y puedo morir, pero antes tú, mi tirano y mi verdugo, maldecirás el sol que verá tu miseria. ¡Ten cuidado, porque no tengo miedo y, por tanto, soy poderoso! Estaré observando, con la astucia de una serpiente, para morderte e inocularte el veneno. ¡Hombre: te arrepentirás del daño que infliges!

      —¡Maldito demonio! —grité—. ¡Cállate, y no emponzoñes el aire con tus malvadas amenazas! ¡Ya te he dicho cuál es mi decisión, y no soy ningún cobarde para asustarme por unas palabras! ¡Déjame! ¡Está decidido!

      —Muy bien —dijo—. Me iré. Pero recuerda: ¡estaré contigo en tu noche de bodas!

      CAPÍTULO 13

      Avancé decidido hacia él y grité:

      —¡Miserable! ¡Antes de que firmes mi sentencia de muerte, asegúrate de que tú mismo estás vivo!

      Lo habría atrapado, pero me esquivó, y abandonó la casa precipitadamente… unos instantes después lo vi subir a una barca, que cruzó las aguas con la suavidad de una saeta y pronto se perdió en medio de las olas.

      Todo volvió a quedar en silencio; pero sus palabras resonaban en mis oídos. Ardía en deseos furiosos de perseguir al asesino de mi tranquilidad y hundirlo en el océano. Caminé arriba y abajo en mi habitación, nervioso y conmocionado; mi imaginación conjuraba ante mí miles de imágenes que solo conseguían atormentarme y zaherirme. ¿Por qué no lo había perseguido y había entablado con él una lucha a muerte? Bien al contrario, le había permitido escapar, y había dirigido sus pasos hacia tierra firme. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando imaginé quién podría ser la siguiente víctima sacrificada a su insaciable venganza. Y entonces volví a pensar en sus palabras: «¡Estaré contigo en tu noche de bodas!» Así pues… ese era el plazo fijado para el cumplimiento de mi destino. En aquel momento, moriría y por fin aquel monstruo podría satisfacer y aplacar su maldad. Aquella perspectiva no me infundió temor; sin embargo, cuando pensé en mi amada Elizabeth… en sus lágrimas y en su infinita pena cuando comprobara que se le había arrebatado a su amante de un modo tan cruel… las lágrimas, las primeras que había derramado en muchos meses, anegaron mis ojos, y decidí no caer ante mi enemigo sin entablar una batalla feroz.

      La noche pasó, y el sol asomó tras el océano. Mis sentimientos se calmaron, si puede llamarse calma a ese estado en que la furia violenta se hunde en las profundidades de la desesperación. Abandoné la casa, el espantoso escenario de la lucha de la noche anterior, y caminé por la playa junto al mar, y lo miré casi como la insuperable barrera que me separaba de mis semejantes. Más aún, cruzó mi mente el deseo de que semejante hecho se hiciera realidad; deseé poder pasar la vida en aquella roca yerma; desalentador, es cierto, pero al menos viviría ajeno a cualquier golpe fortuito de la desdicha. Si regresaba, era para ser sacrificado… o para ver morir a aquellos que más quería bajo la garra de un demonio que yo mismo había creado. Vagué por la isla como un alma en pena, lejos de todo lo que amaba y amargado por tal separación. A mediodía, cuando el sol ya estaba muy alto, me tumbé en la hierba y me venció un profundo sueño. Había estado despierto toda la noche anterior: tenía los nervios destrozados y los ojos inflamados por la vigilia y el dolor. El sueño en que me sumí me hizo bien; y cuando me desperté, sentí СКАЧАТЬ