100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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Читать онлайн книгу 100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери страница 116

Название: 100 Clásicos de la Literatura

Автор: Люси Мод Монтгомери

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378079987

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СКАЧАТЬ que ellos supieran, estaban en lo cierto.

      Un día después que el globo se hubo llevado a Oz, los cuatro amigos se reunieron en el Salón del Trono para hablar de la situación. El Espantapájaros sentóse en el gran sillón y los otros, muy respetuosos, permanecieron de pie ante él.

      —No estamos tan mal —dijo el nuevo gobernante—, pues este Palacio y la Ciudad Esmeralda nos pertenecen y podemos hacer lo que nos plazca. Cuando recuerdo que no hace mucho estaba clavado en un poste en medio de un maizal y que ahora soy el gobernante de esta hermosa ciudad, me siento muy satisfecho con mi suerte.

      —Yo también estoy contento con tener un corazón —manifestó el Leñador—, y en realidad era lo único que ansiaba en el mundo.

      —Por mi parte me alegra saber que soy tan valiente como cualquier otra fiera... si es que no lo soy más —dijo el León con gran modestia.

      —Si Dorothy se contentara con vivir en la Ciudad Esmeralda, todos podríamos ser felices —agregó el Leñador.

      —Pero es que no quiero vivir aquí —protestó la niña—. Quiero regresar a Kansas y vivir con mi tía Em y mi tío Henry.

      —Bien, entonces, ¿qué se puede hacer? —preguntó el Leñador.

      El Espantapájaros decidió meditar al respecto, y tanto pensó que los alfileres y agujas empezaron a sobresalirle por la coronilla. Al fin dijo:

      —¿Por qué no llamas a los Monos Alados y les pides que te lleven por sobre el desierto?

      —¡Jamás se me ocurrió! —exclamó Dorothy con gran alegría—. Es lo más indicado. Iré a buscar el Gorro de Oro.

      Poco después regresó con el Gorro al Salón del Trono y dijo las palabras mágicas que en muy poco tiempo atrajeron a la banda de Monos Alados, los que entraron volando por la ventana abierta y se detuvieron frente a ella.

      —Es la segunda vez que nos llamas —dijo el Rey, inclinándose ante la niñita—. ¿Qué deseas de nosotros?

      —Quiero que me lleven volando a Kansas —pidió Dorothy.

      Pero el Mono Rey meneó la cabeza.

      —Eso es imposible —contestó—. Sólo pertenecemos a este país y no podemos dejarlo. Aún no ha habido ningún Mono Alado en Kansas, y supongo que jamás lo habrá, pues no pertenecemos a ese lugar. Con mucho gusto te serviremos en lo que esté a nuestro alcance, pero no podemos cruzar el desierto. Adiós.

      Y, haciendo otra reverencia, el Mono Rey extendió sus alas y se fue por la ventana con sus súbditos a la zaga.

      Dorothy estuvo a punto de llorar a causa del desengaño sufrido.

      —He malgastado el encanto del Gorro de Oro para nada, pues los Monos Alados no pueden ayudarme —dijo.

      —Es doloroso de veras —murmuró el bondadoso Leñador.

      El Espantapájaros estaba pensando de nuevo, y su cabeza se agrandaba tanto que Dorothy temió que estallara.

      —Llamemos al soldado de la barba verde y pidámosle consejo —dijo al fin el hombre de paja.

      Llamaron al soldado, quien entró en el Salón del Trono con gran timidez, pues mientras Oz estaba allí, jamás se le permitió que pasara de la puerta.

      —Esta niñita desea cruzar el desierto —le dijo el Espantapájaros—. ¿Cómo puede hacerlo?

      —No sabría decirlo porque nadie ha cruzado el desierto, salvo el Gran Oz —contestó el soldado verde.

      —¿No hay nadie que pueda ayudarme? —preguntó Dorothy en tono ansioso.

      —Glinda podría ayudarte —sugirió el soldado.

      —¿Quién es Glinda? —quiso saber el Espantapájaros.

      —La Bruja del Sur. Es la más poderosa de todas y gobierna a los Quadlings. Además, su castillo se halla al borde del desierto, de modo que tal vez ella sepa cómo cruzarlo.

      —Glinda es una Bruja Buena, ¿verdad? —dijo la niña.

      —Los Quadlings la quieren mucho, y ella es buena con todos —contestó el soldado—. Me han dicho que es una mujer hermosa que sabe mantenerse joven a pesar de los años que ha vivido.

      —¿Cómo puedo llegar a su castillo?

      —El camino va directo al sur, pero dicen que está lleno de peligros para los viajeros. En el bosque hay bestias salvajes y una raza de hombres extraños a quienes no les gusta que los forasteros crucen sus tierras. Por esta razón nunca viene ninguno de los Quadlings a la Ciudad Esmeralda.

      El soldado se retiró entonces, y el Espantapájaros manifestó:

      —A pesar de los peligros, parece que lo más conveniente es que Dorothy viaje a las tierras del Sur y pida a Glinda que la ayude, porque de otro modo jamás podrá volver a Kansas:

      —Seguro que has estado pensando otra vez —comentó el Leñador.

      —Así es —repuso el Espantapájaros.

      —Yo iré con Dorothy —declaró el León—. Estoy cansado de la ciudad y extraño el bosque y los campos. Ya saben que soy una fiera salvaje. Además, Dorothy necesitará a alguien que la proteja.

      —Eso es verdad —concordó el Leñador—. Mi hacha podría serle útil, de modo que iré con ella a la tierra del Sur.

      —¿Cuándo partimos? —preguntó el Espantapájaros.

      —¿Tú también vas? —preguntaron sorprendidos.

      —Claro que sí. De no ser por Dorothy, no tendría cerebro. Ella me sacó del poste en el maizal y me trajo a la Ciudad Esmeralda, así que le debo mi buena suerte y jamás la dejaré hasta que haya partido hacia Kansas de una vez por todas.

      —Gracias —agradeció Dorothy—. Son muy bondadosos conmigo, y me gustaría partir lo antes posible.

      —Nos iremos mañana por la mañana —dijo el Espantapájaros—. Ahora vamos a prepararnos; el viaje será largo.

      CAPÍTULO 19

      EL ATAQUE DE LOS ARBOLES BELICOSOS

      La mañana siguiente Dorothy se despidió con un beso de la bonita doncella verde y después saludaron todos al soldado de la barba que los había acompañado hasta la puerta. Cuando el guardián volvió a verlos, se extrañó mucho de que quisieran salir de la hermosa ciudad para correr nuevas aventuras; pero en seguida les quitó los anteojos, que volvió a guardar en la caja verde, y les deseó muy buena suerte.

      —Ahora eres nuestro gobernante —dijo al Espantapájaros—. Así que debes volver lo antes posible.

      —Lo haré si puedo —fue la respuesta—. Pero primero debo ayudar a Dorothy a regresar a su hogar.

      Al despedirse del bondadoso guardián, la niña le dijo:

      —Me СКАЧАТЬ