Название: Bajo El Emblema Del León
Автор: Stefano Vignaroli
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835426455
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Así que, una vez que quedó sola en la habitación de la hospedería, se asomó a la ventana varias veces para admirar la cúpula celeste, que se presentaba a sus ojos como una alfombra de estrellas luminosas, en la cual la luna no se veía, pero su presencia se intuía como un disco oscuro evidente en un punto concreto del cielo. Recordaba una por una las palabras de la oración que su abuela Elena le había enseñado, para dirigirse a la Tierra, a la Buona Dea.
Hazme libre.
Enciende el Fuego Sagrado y
hazme libre de ser
hazme libre para amar.
Hazme libre y me enseñarás a tener dentro de mí
todos los amores del Mundo.
Sintió un escalofrío a lo largo de la espalda al pensar que cualquiera de los frailes hubiese podido intuir sus pensamientos. La inquisición era una institución muy poderosa de la Iglesia, incluso en aquellos lugares perdidos, y no era el caso tener que pelear con ellos. Pero ahora el deseo de llegar a Colle d’Aggiogo, el lugar mágico en que en su momento había sido iniciada en el arte del curanderismo y donde le había sido entregado el volumen La chiave di Salomone para que fuese su guardiana, era demasiado fuerte. A fin de cuentas, ¿qué había de malo, una vez llegada allí arriba, en encender una hoguera, quizás con el fin de secar al calor de la misma los estigmas del crocus, recitar la plegaria a la Buona Dea y celebrar de esta manera el equinoccio de primavera de manera digna, aunque en solitario? Podría volver al monasterio antes del alba, antes de la plegaria matutina de los monjes y nadie se daría cuenta de nada.
Cuando estuvo segura de que todo estaba tranquilo, cogió los frasquitos con el crocus y salió al frío cortante de la noche, llegó hasta su caballo, lo soltó y, para no hacer ruido, lo condujo a pie durante un buen trecho, luego saltó a la silla y subió por la cuesta que, superados los pequeños poblados de Poggio y de Frontale, conducía a Colle dell’Aggiogo.
La llanura que había delante, la que eran las ruinas de la casa de Alberto y Ornella, estaba iluminada de manera tenue por la claridad azulina emanada por las estrellas. La cúpula celeste era atravesada por la Vía Láctea y Lucia reconocía perfectamente las principales constelaciones, el Pequeño y el Gran Carro, Orión, Tauro, el Auriga, el Can Mayor, etc. El lugar recordaba demasiado a Lucia los trágicos acontecimientos de los que había sido escenario más o menos dos años atrás, así que decidió seguir hasta la cumbre de la colina. Localizó un claro tranquilo, ató a Morocco a un árbol, recogió leña y encendió la hoguera. En poco tiempo las llamas se elevaron alegres, dispersándose hacia lo alto en miles de pavesas. La joven dispuso los crocus cerca del fuego y se concentró en las llamas que, por momentos, asumían formas y tonalidades diversas.
Las pavesas convierten todo lo que es invisible e irreal en visible y real.
Ahora el rostro de Lucia estaba iluminado por las llamas y todavía más vivo por su luz. La muchacha, inmersa en sus pensamientos y en sus meditaciones, ni siquiera se dio cuenta de las mujeres jóvenes que, poco a poco, se estaban acercando a la hoguera y que, cogiéndose de la mano, se habían unido a sus meditaciones.
Todo es amor, y el amor libera todo y a todos y nos hace libres.
Lucia escuchó llegar estas palabras a sus oídos, de manera amortiguada, casi como si fuesen pronunciadas en voz baja por ella misma. Luego miró a su alrededor y se vio circundada por al menos una decena de muchachas que, al calor de la hoguera, habían comenzado a desvestirse hasta quedar desnudas, formando un círculo alrededor del fuego. Echó más leña al fuego para reavivar las llamas y aumentar la altura y sintió también el instinto de liberarse de los vestidos.
El ariete nos envuelve con su abrazo. Nos invita a abrazar, a sentir el achuchón, a sentir el corazón que explota de felicidad en el pecho.
Declamando estas palabras, cogió de la mano a dos de las jóvenes cercanas a ella, invitando a las otras a hacer lo mismo para unirse en un círculo alrededor de la hoguera.
Nos merecemos a nostras mismas.
Nos debemos amar a nosotras mismas.
Nosotras debemos curar dando amor y amor.
Curar es liberar el amor que tenemos dentro
y liberar la fuerza que sentimos dentro.
Es el momento de florecer y de saborear el aire fresco y lleno de amor.
Las muchachas, ahora, doce en total, incluida Lucia, danzaban en círculo cogidas de la mano, completamente desnudas, a la luz del fuego y de las estrellas.
En esta Luna Nueva, que trae cambio
y aprendizaje, debemos solamente abrazarnos entre nosotras
y ser capaces de amar hasta el fondo.
El ariete trae como regalo el fuego del amor.
En ese momento, el círculo se rompió y, de dos en dos, las muchachas se dejaron caer al suelo, comenzando a acariciarse entre ellas, los cuerpos empapados de sudor, que brillaban ante las llamas. Manos que acariciaban caderas, lenguas que buscaban erectos pezones, labios rojos como el fuego que besaban generosas vaginas. La tierra acogía jadeos y gritos discretos, a medida que cada una de las jóvenes llegaba al sumo placer. Luego se cambiaba de compañera y recomenzaba el rito. Lucia había alcanzado el orgasmo ya tres veces, cuando se dio cuenta de que el fuego estaba disminuyendo, la luminosidad de la cúpula celeste se estaba atenuando y que, hacia el este, se comenzaba a ver la claridad que presagiaba un nuevo día. Se dio cuenta de que se había quedado sola, que a su lado no había nadie. ¿Sería posible que hubiese imaginado todo? ¿Sería posible que, presa de un trance incontrolable, hubiese sólo practicado el auto erotismo, estimulada por el calor del fuego? ¡No importaba! La noche había sido maravillosa, su cuerpo había gozado, se había fundido con algunos de los elementos de la naturaleza, con el fuego, con la tierra, con el aire, con el agua, ahora sentía discurrir el riachuelo que estaba allí cerca. En definitiva, estaba en paz consigo misma. También los crocus se habían secado perfectamente y podían ser utilizados para fines curativos. Pero ahora debía darse prisa y volver al convento. O decidir no volver en absoluto, para evitar que los frailes, sobre todo el Prior, sospechase de ella y de su comportamiento. No era propio de una doncella dar vueltas por el bosque una noche de luna nueva, sobre todo si coincidía con el equinoccio de primavera. ¡Sería tachada de bruja enseguida!
Por lo tanto, recogió sus cosas, recuperó su caballo y se dirigió hacia el centro poblado de Apiro. Mejor contar al Prior que había partido muy temprano para no molestar a los frailes. A fin de cuentas, Germano degli Ottoni, a cuya casa se estaba dirigiendo, confirmaría la versión de los hechos, en el caso de que alguien tuviese una sombra de duda. Pero quizás eran precauciones del todo inútiles.
Capítulo 10
Con la impresión de ser espiados a cada momento durante su recorrido, Andrea, Fulvio y Geraldo llegaron a Ferrara cuando ya era bien entrada la noche. Habían iluminado el camino con las antorchas, sobresaltándose ante el mínimo ruido. Sólo la visión de la imponente silueta del castillo estense consiguió calmar sus ánimos. En efecto, desde el poblado de Pallantone a Ferrara no habían encontrado ni un alma pero el temor de toparse de nuevo con bandas de lansquenetes había invadido sus ánimos durante СКАЧАТЬ