Название: Yo Soy El Emperador
Автор: Stefano Conti
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835423904
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El terrible viaje de ida de anoche fue un paseo comparado con esto. Estaba lleno de fumadores y tuve que viajar con la cabeza fuera, pero aquí estoy al aire libre, ¡solo y con un muerto al lado! El ataúd, atado con sogas improvisadas, parece sacudirse con cualquier bache. Me escondo en el lado opuesto. No me atrevo a acercarme. Tengo el terror absurdo de encontrarme cara a cara con el cadáver. Después de que dejé mi trabajo en la universidad a regañadientes, no he querido volver a ver al profesor vivo y ¡muchos menos muerto!
Pienso en lo que pasó el día anterior y en el que me espera. La sola idea de volver a la aduana me da escalofríos. Por otro lado, tengo la tarea que me encomendó el decano de la Facultad de Letras: traer el cuerpo de regreso a Italia. Repito esta frase para recargarme durante el largo viaje, mientras el viento me golpea con fuerza.
Domingo 18 de julio
Son alrededor de las tres de la mañana cuando la furgoneta se detiene. Me temo que quieren dejarme aquí, en medio de la nada.
Los dos bajan y se dirigen a mí en un lenguaje oscuro.
El más pequeño, o mejor dicho, el menos grande repite la misma frase haciendo gestos exagerados con las manos. Supongo que tengo que bajarme. Los sigo hasta la choza destartalada, es una especie de zona de descanso, que va de lo familiar a lo sórdido. De inmediato, corro al baño. Esto es lo que se entiendo por un baño turco: una letrina sucia y maloliente.
Entonces entro a lo que debería ser el bar, si se le podría llamar así. Una mujer regordeta prepara un trago extraño, mientras esos dos compañeros de viaje están sentados en una mesa fumando y bebiendo una cerveza enorme. Aprovecho para desayunar y trato de fingir que no he visto que el conductor está bebiendo en la madrugada. Bebo, lentamente, otro café hirviendo, acompañado de un pan plano relleno de un extraño salami. El color y el sabor no es el mejor, pero tengo mucho hambre porque no he cenado gracias a la repentina salida de Tarso.
Pasa al menos media hora antes de que los dos terminen de tomar otra cerveza y decidan volver a la furgoneta. El menos borracho me ofrece una manta vieja. El aire estaba caliente cuando salimos; ahora está helado, típico de las primeras horas del día. Hasta ahora, abandonado en la parte de atrás de la camioneta, era como un neumático de repuesto: así me había sentido.
Al amanecer llegamos a Ankara. Todavía estoy aturdido por el aire y la carretera, cuando los dos turcos comenzaron a sacar el ataúd de la furgoneta para entregárselo a un grupo de agentes de aduanas. El teniente Karim me ordena que lo deje allí y que vuelva al día siguiente a recogerlo con los documentos de la embajada. ¡Detesto a ese tipo! Les doy las gracias a los dos transportistas con una generosa propina – que no rechazan –, mientras me despido del Barbarino, que colocan en una especia de garaje en el sótano de las aduanas.
Estoy abrumado por el cansancio. Frente al aeropuerto, se ven varios hoteles brillar a la luz del día que comienza. Elijo el único que tiene el cartel de cuatro estrellas: Hotel Esenboga Airport. Será caro, pero no importa. El decano de Siena había prometido reembolsar todos los gastos si llevaba de vuelta a casa al distinguido colega.
Después de pasar dos noches viajando, tan pronto me “desmayo” en la enorme cama de la habitación. Me despierta el sonido del teléfono, que había olvidado encendido. ¡Son las seis! ¿Quién puede llamar a esta hora?
«Hola, soy Chiara Rigoni. En las aduanas me dijeron que habías regresado con el cuerpo. Debo explicarte una serie de cosas que tienes que hacer».
Por la luz que entra por las cortinas, me doy cuenta de que son las seis, pero de la tarde. Intento recuperarme. «¿Por qué no hablamos de eso más tarde? ¿Tal vez comiendo juntos?»
«Está bien» responde Chiara, tras una breve vacilación.
«Hay un restaurante en el centro. Nos vemos allí a las 9:30. La dirección es Izmir Caddesi 3/17».
«¿Puedes repetir?» pregunto un poco aturdido aún.
«I-Z-M-I-R-C-A-D-D-E-S-I 3/17» lo deletrea.
«Sí, lo he escrito. ¿A qué hora nos vemos?»
«21:30 – 22:00, para la cena» enfatiza.
En Turquía, deben tener sus propios horarios; sin embargo, después del desayuno a las tres y para esperar la cena, como un paquete de maní y un juto de rutas que están en el minibar. Con las fuerzas recuperadas, saco de mi bolso el mode de la inscripción hecha en el Monte Tauro, lo desdoblo con cuidado y empiezo a traducir del griego la huella.
Julian, habiento dejado el Tigris por la impetuosa corriente, yacía aquí. Era un buen emperador y un guerrero valiente.
“Yacía”, “yacía”. Ese verbo en pasado y no en el presente habitual, solo implica una cosa. ¡En el momento de la inscripción, el cuerpo o lo que quedaba de él ya no estaba allí! Por eso, el epígrafe se colocó en un cenotafio, en un monumento erigido para conmemorar el entierro de un hombre ilustre, pero cuyos restos se encuentran, ahora, en otro lugar. Pero, ¿dónde?
Para ya no pensar en esto, decido ir a ver la famosa columna levantada en la ciudad al Apóstata. Me visto rápido, salgo del hotel y llamo al primer taxi que veo.
« Can you drive me to the place of Julian’s column?»
«Ah, eh…» responde el joven taxista con una mirada de asombro. Sin embargo, la plaza es famosa por la columna de Julian; la única de la época romana que aún se conserva. Hago un gesto casi obsceno para imitar la columna, pero de alguna manera el chico logra compreder de forma correcta la mímica y comienza a manejar a toda velocidad.
« Ulus, ulus» repite incomprensiblemente el descontrolado taxista. Me deja en una plaza anónima, rodeada de edificios modernos. En el centro, hay una columna, de 10 a 15 metros de altura. En ella, se ven representados episodios de la vida de Julian. Camino admirando las distintas escenas, hasta que me sorprende el bajorrelieve del cortejo fúnebre del difunto emperador Constancio. Detrás del cadáver tendido en un carro, hay dos personajes coronados que abren la procesión. Hasta donde recuerdo, los estudiosos los han identificado como Julian y al otro, un poco más grande, como el dios Helios. Ahora, a la luz del descubrimiento del epígrafe y la tumba vacía, planteo la hipótesis de una interpretación alternativa. ¿Y si toda la escena no representa el cortejo fúnebre de Constancio, sino la ceremonia de traslado del cuerpo del Apóstata? ¡Quizás en las columna que se describen los episodios más destacados de su vida, también querían recordar su último viaje! En tal caso, Julian no sería el que está parado, sino el cuerpo tendido; mientras que los personajes coronados que lo siguen podrían ser el nuevo gobernante Valentiniano y, la figura más pequeña, su hermano Valente. Quizás el profesor también lo había adivinado. En realidad, creo que puedo afirmar algo que los autores antiguos no han transmitido. Cuando llegaron a Tarso, Valentiniano y Valente no solo rindieron homenaje a la tumba de su ilustre antecesor, se lo llevaron. Probablemente, pensaron que este no podía ser el lugar adecuado para albergar los restos mortales de un emperador. Quizás temían que terminarían de la misma manera: enterrados en un rincón olvidado de la Turquía más montañosa. Luego hicieron erigir el cenotafio cerca del río Cidno con la inscripción que encontró el profesor y, al mismo tiempo, ordenaron transportar el cuerpo de Julian a un lugar más adecuado. Pero, ¿dónde? No СКАЧАТЬ