Conversaciones con José Vicente Anaya. Daniel Terrones
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Название: Conversaciones con José Vicente Anaya

Автор: Daniel Terrones

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9786073044103

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СКАЧАТЬ abstractas y geométricas. Ahora ya está demostrado que en la edad fetal los bebés lo primero que identifican al nacer es la voz de la madre, y lo mismo se ha identificado en los cachorros de los animales mamíferos. El tiempo nos ha enseñado más cosas. Yo decidí leerle poemas a mi hija cuando se encontraba en el vientre de su mamá, Doris… nos dábamos cuenta de que ponía atención porque la bebé respondía con movimientos, creo que expresando alegría o mostrando que estaba participando en la conversación.

      De mis primeros años tengo imágenes de Villa Coronado. En ese momento de mi niñez en mi pueblo todavía se usaban las carretas de caballos. Por cierto, mi padre tenía una fragua, y él se dedicaba hacer las llantas para las carretas que, como se sabe, en los rayos de madera se montaba un anillo circular de acero que se pone al rojo vivo y cuando entra se reduce y estrecha los rayos de la rueda. Ese era uno de los trabajos de mi padre en Villa Coronado. Teníamos una carreta. También una vaca que mi papá ordeñaba todos los días. Un panal en el patio, del cual mi padre sacaba miel periódicamente.

      En una ocasión toda la familia hicimos una excursión con la carreta, que mi padre manejaba, hasta la Zona del Silencio. Villa Coronado está muy cercana de ese lugar. Hay ahí una parte abrupta, desértica y de rocas monumentales, a donde la gente de las poblaciones cercanas solía excursionar (todavía hoy es un lugar muy visitado, incluso por personas que llegan de muy lejos, como los que gustan de hacer rapel sobre grandes paredes de rocas). Peñoles se llama ese lugar. Tengo muy claro el recuerdo de toda la familia preparándose, con alegría subiendo a la carreta, yendo hacia ese lugar. Hay una foto donde mi madre me tiene en brazos envuelto en un rebozo, lo cual denota que yo tendría menos de un año, pero es muy vivido el recuerdo del alboroto de mis hermanas y hermano, al alistar la comida que íbamos a comer allá.

      Igualmente recuerdo la salida de Villa Coronado, cuando mi padre ya había decidido que nos íbamos a Ciudad Juárez y yo tenía algo menos de tres años.

      Me voy a alejar por un momento de mi infancia, y voy a platicar la de mi padre. Mi abuelo paterno, Miguel Anaya, estaba casado, vivía y trabajaba en una mina de Parral, Chihuahua (aunque él era de Villa Coronado). Mi padre y sus hermanas habían nacido en Villa Coronado pero la vida matrimonial de mi abuelo y su trabajo hacían que estuviera en Parral. Cuando mi abuela, María Portillo iba a dar a luz por cuarta ocasión (mi padre, Ignacio, era el primogénito, luego nacieron tres niñas: Consuelo, Urbana y Luz). En el cuarto embarazo de mi abuela, el día del parto ella muere, pero la niña vivió. Mi abuelo quedó viudo con un niño y tres niñas en escalera, con un año de diferencia cada uno. En ese tiempo mi abuelo tenía una hermana en San Diego, California. Estoy hablando del tiempo de la Revolución Mexicana. No sé con exactitud el año, mi padre posiblemente nació en 1920. La hermana del abuelo le escribió diciéndole: “¿Qué haces en ese lugar, viudo y con cuatro hijitos, donde hay guerra, hambre y enfermedades? Salva a tus hijos. Vente a San Diego y mientras tú trabajas yo te cuido a tus niños”. Y esa es la razón por la cual mi padre y sus hermanas crecieron en los Estados Unidos. Dicho sea de paso que mi padre y sus hermanas fueron chicanos. Ha de ser por eso que me opongo a esa opinión racista de Octavio Paz, que escribió en su libro El laberinto de la soledad, donde denigra a los hijos de mexicanos que nacen en los Estados Unidos, dice que son “pochos”, que quiere decir “mochos”, porque no son ni mexicanos ni estadounidenses y no hablan bien el español ni el inglés. Después de mi primera lectura de ese libro de Paz, en 1968, me negué a aceptar su juicio equivocado, falso e ignorante que expresa en su “Laberinto”.

      Bueno, esa es parte de la historia por el lado de mi padre. Él vivió allá hasta los veinte años, lo que quiere decir que estudió hasta el nivel de preparatoria. Allá hizo una carrera corta de carpintero. En ese tiempo en los Estados Unidos había ese tipo de enseñanza de tipo técnico, de profesiones pequeñas. De estos carpinteros que son expertos en diferentes maderas, las clasifican, las trabajan y conocen todas sus propiedades porque no es lo mismo trabajar una caoba que un pino y cosas por el estilo. Se les llamaba “carpinteros en ebanistería”.

      Para terminar con esta etapa de la vida de mi padre, cuando él tenía 21 años de edad, era propietario de una troca pick up, y un día un amigo se la pidió prestada. Iba a hacer un traslado de muebles. Cuando le regresa la troca, ésta iba con llantas nuevas. Días después llegó la policía a casa reclamando que la troca tenía llantas robadas y que por eso mi padre tiene que ir a la cárcel. Mi padre nunca aceptó que él se robó las llantas, pero tampoco denunció a su amigo. No lo sacaron del argumento de que él no sabía nada de la misteriosa aparición de llantas nuevas en su troca. Esas llantas habían llegado ahí sin que él se diera cuenta. La policial harta y prepotente, como suele ser, le puso como condición que tenía que aceptar que él las había robado y aceptar que iba a ser enjuiciado y condenado a unos años de prisión, si es que quería optar por la nacionalidad estadounidense, y si no aceptaba haber cometido el delito, lo expulsarían del país. Mi padre optó por la segunda opción, cuando platicaba el suceso siempre repetía: “Gringos hijos de la chingada, yo no les debo nada”. Decidió volver a Villa Coronado, su pueblo de nacimiento.

      JVA. A mi madre, Julia Soledad Leal Bueno, vivió una experiencia semejante a la de mi padre de vivir unos años en los Estados Unidos. Aunque ella llegó adolescente llevada por su hermana mayor, Candelario, quien ya tenía años, casado y con hijos en los Estados Unidos. De ahí se deriva otra historia realmente larga, porque el papá de mi mamá, mi abuelo Jesús Leal, fue guerrillero villista. Hay un corrido que se canta de él. Si ustedes en YouTube buscan el “Corrido de Jesús Leal” lo pueden escuchar, está grabado por más de cinco conjuntos norteños, menos por los Tigres del Norte (risas) porque son muy nuevos. A mi madre le tocan los trastornos de la Revolución Mexicana siendo niña y queda huérfana como a los ocho años de edad, siendo la más chica y con tres sus hermanos (Candelario, Jesús y Juan). A ella le toca ser la zocoyota de la familia. El hermano mayor, Candelario, desde los doce años de edad entró a combatir en la División del Norte, el ejército regular de Pancho Villa. Tal vez con la anuencia de su padre quien ya llevaba una doble vida (normal y clandestina) con su trabajo de caporal en Villa Coronado y su clandestinidad de colaborador en tanto guerrillero para la División del Norte. En su vida regular, mi abuelo trabajaba como caporal que se encargaba del ganado de un hacendado. Como caporal era el jefe de los vaqueros pero clandestinamente también era el jefe de la guerrilla de la que formaban parte él y los vaqueros que simpatizaban con la revolución. Mi madre me platicaba que ella intuía la inclinación de su padre por la revolución y que por eso ella simpatizaba jugando, agitaba una vara y brincando a la vez que gritaba: “¡Yo soy pura maderista, hasta la tierra que piso!”, y de su padre me decía: “Yo no entendía bien por qué mi papá se ausentaba muchos días de la casa pero me ponía muy contenta cuando regresaba”. A veces se ausentaba cuando por su trabajo de caporal llevaban al ganado a las zonas de pastizales para que se alimentaran; pero en otras, entre sus acciones de guerrillas él y sus cómplices mataban una vaca del hacendado y destazada la llevaban alimentar al ejército de Villa o participaban en algún combate (como se supone que sucedió en la única foto que guardo de mi abuelo, donde con sus carrilleras y su fusil hace guardia militar frente a una puerta, que ha de ser el palacio municipal del lugar donde los villistas tuvieron una victoria. Villa combinaba la guerra regular (de un ejército con miles de soldados) con la guerra de guerrillas a partir de grupos pequeños que hacían labor de sabotaje al enemigo.

      En una de las ocasiones en que mi abuelo se ausentó de casa muchos días, la abuela entró en trabajo de parto, al final del cual ella falleció junto con su bebé. Cuando el abuelo regresó se encontró con la noticia de la muerte de su esposa y de quien sería su última hija, a partir de entonces, decía mi mamá, que su padre se puso muy triste, casi no comía ni salía de casa… después de un corto tiempo murió. ¿Cuántas veces él se arriesgó de morir en una batalla, en medio de una balacera? Pero su destino fue el de ser un guerrero que no murió en el campo de batalla, sino que murió de amor. Es un caso muy especial, insólito de verdad… Ojala escuchen su corrido porque también cuenta un suceso muy especial, pues СКАЧАТЬ