Desaparecido: memorias de un cautiverio. Mario Villani
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Название: Desaparecido: memorias de un cautiverio

Автор: Mario Villani

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия:

isbn: 9789876919432

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СКАЧАТЬ yo quien lo decidió”. Lo único que estuvo a su alcance fue hacer lo posible, día tras día a lo largo de cuarenta y cuatro interminables meses, para que no lo mataran. Debió mentir, simular y ocultar sus verdaderos sentimientos mientras trabajaba como mano de obra esclava en los campos reparando aparatos electrónicos, acondicionando automóviles y ayudando a limpiar y cocinar. Durante todo ese tiempo una mínima esperanza le permitió seguir adelante: el deseo de quedar vivo para que alguien contara lo sucedido. En Los hundidos y los salvados, Primo Levi reproduce las palabras de uno de los pocos sobrevivientes de los Sonderkommandos: “Es verdad que hubiera podido matarme o dejarme matar, pero quería sobrevivir para vengarme y para dar testimonio de todo aquello. No creáis que somos monstruos, somos como vosotros, aunque mucho más desdichados” (46). ¿Es posible –o incluso moral– pagar un precio semejante para lograr dar testimonio? Que cada lector decida por sí mismo. Pero que al hacerlo tenga en cuenta que los actores de esta historia fueron contradictorios e imperfectos, como todos los seres humanos: “Murieron los peores y los mejores, sobrevivieron los mejores y los peores” (Vezzetti, 141). Como ejemplifica Mario Villani en su relato, ni morir fue prueba última de heroísmo, ni sobrevivir lo fue de traición a los ideales. Los sobrevivientes de los centros clandestinos no son monstruos ni fenómenos de circo. Por el contrario, son seres humanos, tan humanos como nosotros, tal vez incluso más humanos porque acarrean consigo el deber (y la desdicha) de para siempre tener que atestiguar.

      Atlanta, mayo de 2011

      1

       A modo de presentación

      Soy un ex desaparecido, un sobreviviente, o si se quiere un desaparecido reaparecido. El 18 de noviembre de 1977 a las nueve de la mañana me secuestraron en plena calle en la ciudad de Buenos Aires. No lo sabía entonces, pero cuando un grupo de hombres armados y vestidos de civil me sacó del auto por la fuerza, me convertí en un desaparecido por los siguientes tres años y ocho meses de mi vida. Durante ese largo tiempo que hoy puedo medir cronológicamente pero que mientras duró consistió simplemente en tratar de sobrevivir cada día hasta el siguiente, pasé por los centros clandestinos de detención conocidos como el Club Atlético, el Banco, el Olimpo, el Pozo de Quilmes y la ESMA.

      Desde mi retorno de las tinieblas creció en mí la necesidad de hacer públicas mis memorias y compartir las reflexiones que esa experiencia me suscitó, tanto durante mi permanencia en los campos como después de mi liberación. Éstas me ayudaron a sobrevivir entero, no sólo allí adentro sino también en el arduo período que siguió a mi liberación. Me ha llevado muchos años concretar este deseo. No soy un escritor y, por añadidura, me resulta muy difícil escribir sobre experiencias personales tan traumáticas, sobre todo en lo relacionado a las emociones y los afectos. Dentro de los campos no me podía permitir sentir o emocionarme, so pena de que se resquebrajara la armadura que me ayudaba a soportar ese infierno. Una vez en libertad, tuve que empezar a deshacerla lentamente –proceso que aun continúa– para poder recuperar la alegría de vivir.

      Afortunadamente surgió la propuesta de mi querido amigo y escritor, Fernando Reati, de hacer de este libro un trabajo conjunto. Tras una larga serie de entrevistas grabadas, que él desgrabó y a las que –reflejando fielmente mis dichos– les dio forma literaria, el libro pudo concretarse. Pretendemos que este relato contribuya a la denuncia del terrorismo de Estado. No se me escapa que muchas de mis reflexiones pueden resultar polémicas. No me considero el dueño de la verdad y no le temo a la discusión, más bien le doy la bienvenida. De ella podemos aprender todos; la discusión ayuda a que se mantenga viva la memoria.

      Éste es entonces el relato de mi paso por el infierno.

      2

       El secuestro

      Los integrantes de la “patota” iban siempre provistos de un voluminoso arsenal, absolutamente desproporcionado respecto de la supuesta peligrosidad de sus víctimas. Con armas cortas y largas amedrentaban tanto a éstas como a sus familiares y vecinos [...] La cantidad de vehículos que intervenían variaba, ya que en algunos casos empleaban varios autos particulares (generalmente sin chapa patente)...

      Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, Nunca más (17)

      Aquel 18 de noviembre de 1977 me acababa de levantar para ir al trabajo. Vivía en la calle Patagones entre Monasterio y Manuel García del barrio de Parque Patricios, y estaba empleado en la empresa de un amigo donde ayudaba a armar equipos de electrónica. Ya no era un jovencito, tenía treinta y ocho años, y debido a mis actividades políticas hacía un tiempo había dejado de trabajar en la CNEA, donde desarrollaba modelos matemáticos para el funcionamiento de reactores nucleares. Ese día, después de bañarme y tomar el desayuno, salí de casa y subí a mi Fiat 600. La calle donde vivía era mano hacia la derecha y, media cuadra hacia la izquierda, otra calle me llevaba directamente al centro de la ciudad. Para ahorrar tiempo hice como todos los días y recorrí a contramano esos cincuenta metros. Después doblé a la derecha para dirigirme al trabajo, pero tuve que detenerme frente a un semáforo en rojo. Fue en ese momento cuando me rodearon tres autos.

      Uno era un típico Ford Falcon de la época. Otro era un taxi Siam Di Tella con su habitual techo amarillo. Al tercero no lo recuerdo bien, pero probablemente era un Torino. Uno se me cruzó adelante, otro atrás y el último se me paró al lado. Se bajaron unas diez personas con armas a la vista, todos vestidos de civil con remeras y pantalones vaquero, alguno incluso con barba. Yo iba con la ventanilla abierta porque hacía calor y me metieron un arma por la ventanilla apuntándome a la cabeza. Me gritaron: “¡Bajate!”. Todo fue muy rápido. Yo estaba aterrorizado. Fueron apenas unos pocos instantes pero en mi memoria parece mucho tiempo: para contar algo que tal vez duró unos segundos necesitaría horas. Todo ocurrió como en un flash. Sin embargo no vi pasar mi vida como una película frente a mis ojos, según dicen que ocurre en el momento de enfrentarse a algo terrible. Siendo un militante, de algún modo estaba esperando que eso sucediera. Había grandes posibilidades de que a un militante le pasara algo así, de manera que pensé: “Me llegó la hora”.

      Se me cruzaron recuerdos de todo lo que había escuchado que le pasaba a la gente en situaciones similares; sobre esa base empecé a tratar de prever lo que me podía ocurrir. Se me presentaron ideas de todo tipo: desde que me matarían allí mismo hasta que me torturarían de inmediato. Pensé que me darían picana –ya sabía de la picana por relatos de otra gente– o que me quebrarían los huesos; tal vez me meterían agujas debajo de las uñas o me quemarían los ojos. Durante el viaje me patearon y me amenazaron verbalmente, aunque no lo tengo grabado como una experiencia física sino más bien como una vivencia terrorífica. No sabía quiénes eran. Si bien me imaginaba que eran policías o militares, no lo podía confirmar y eso me aterrorizaba más. Al mismo tiempo sabía que si me dejaba llevar por la imaginación no lograría cosas mínimas como descubrir quiénes eran y dónde me llevaban. Lamenté, ahí tirado en el piso, no haber gritado mi nombre a los vecinos que pasaban en el momento en que me secuestraron. Cuando me pusieron el revólver en la cabeza y abrieron la puerta del Fiat podría haber tratado de pegar un tirón y salir corriendo, pero la sorpresa y el miedo me frenaron. Llegué a pensar que perdería el control de esfínteres y me orinaría encima.

      Mario VIllani en la plaza Pizzurno de la ciudad de Buenos Aires.

      Foto tomada en 1977, quince días antes de su secuestro.

      Después de vendarme los ojos me taparon la boca con un esparadrapo, me ataron las manos con una cuerda y me tiraron en el piso trasero de uno de los autos, creo que el Siam Di Tella. Todo duró apenas unos segundos. Ya en el piso, dos personas se sentaron atrás y me pusieron los pies encima. Uno de ellos tenía un arma en la mano y cada vez que el auto se paraba en un embotellamiento o frente a un semáforo la sacaba СКАЧАТЬ