La belleza del mundo. Cory Anderson
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La belleza del mundo - Cory Anderson страница 12

Название: La belleza del mundo

Автор: Cory Anderson

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: La belleza del mundo

isbn: 9786075573328

isbn:

СКАЧАТЬ —siseó Jack.

      Lo siguiente que supo es que Matty tenía ya la puerta abierta. Jack se enderezó detrás del sofá, sonrojado, y caminó hacia la puerta. Ella estaba a no más de medio metro de él. Sus mejillas se veían enrojecidas por el frío. En su cabeza llevaba un gorro tejido, y su cabello se desparramaba debajo de él en un desastre. Su abrigo caía justo por encima de las rodillas y estaba hecho de lana gastada, de un verde enebro con botones de latón deslustrados. Parecía una reliquia de la Segunda Guerra Mundial. Vio estos detalles a través de una neblina. Olía a algo cálido: nuez moscada o jengibre.

      —Hola —dijo ella.

      —Hola.

      Ella tomó aliento.

      —Necesito mi libro —dijo—. Para la escuela, hoy.

      Sus ojos color avellana lo miraron. Jack no podía pensar. Trató de actuar de manera casual, pero su corazón latía con fuerza. Bajó la mirada. Las botas de combate de Ava estaban desabrochadas, y en los treinta centímetros entre los cordones y la parte inferior de su abrigo, podía ver sus piernas desnudas. Levantó la mirada. Ella lo estaba observando.

      —Tal vez ella debería entrar —dijo Matty. Se paró junto a Jack con las manos en los bolsillos.

      Jack cerró un poco la puerta. No. Demonios, no. Ella no podía entrar en esta ratonera.

      —No tengo tu libro.

      —Oh —ella dio un paso atrás—. Está bien.

      —Lo dejé en la escuela —dijo Jack.

      Ella lo miró durante un minuto y luego a Matty. Asintió con la cabeza.

      Con la leve brisa, un mechón de su cabello se levantó y voló sobre su mejilla, sus labios. Jack quiso acercarse. Acomodar el mechón detrás de su oreja. ¿Cómo se sentiría tocarla? Su mano estuvo a punto de levantarse. Agarró los costados de su abrigo.

      —Tenemos prisa —dijo él.

      Las mejillas de Ava se enrojecieron todavía más.

      Dio media vuelta, salió del porche y bajó por el estrecho sendero, con la espalda recta y el cabello revuelto ondeando detrás de ella, iluminado por el frío sol de la mañana. La nieve fresca brillaba a su alrededor. Cuando el camino terminó, subió al auto y lo puso en marcha, salió del camino y condujo hacia la carretera.

      Dejaron la sala hecha un desastre. Jack ayudó a Matty a ponerse el abrigo, le cerró la cremallera y tomó su mochila. Matty no lo miraba.

      —¿Qué? —preguntó Jack.

      Matty negó con la cabeza. Jack deslizó la mochila de Matty sobre sus hombros.

      —Podrías haberla dejado entrar —dijo Matty.

      Jack no respondió. Encontró el gorro y se lo puso a su hermano. Él seguía sin mirarlo.

      —¿Por qué no la dejaste entrar? —preguntó.

      —Ella me dijo que me mantuviera alejado.

      —¿Cuándo?

      —En la escuela.

      —¿Por qué?

      —No lo sé.

      Matty se quedó allí, reflexionando al respecto. Sacó los guantes de los bolsillos de su abrigo y se los pasó entre los dedos.

      —Tal vez no lo dijo en serio. A veces la gente dice cosas que no quiere decir.

      —Tal vez.

      —Eso es cierto —dijo Matty—. ¿No es así?

      —Sí, eso es cierto.

      Por fin, Matty lo miró. Asintió.

      —Ella me agrada.

      Salió y esperó el autobús.

      Una hora después empezó a nevar. Jack estaba sentado a la mesa de la cocina, mirando por la ventana. Cómo caían los pálidos copos. El frío y el silencio. Se mantuvo mirando a través de la ventana como si ella pudiera reaparecer, pero no sucedió. Observó durante un largo rato. Todo se tornó gris. Se frotó los ojos y los presionó con la palma de sus manos.

      Con los ojos cerrados, podía ver cada detalle de la chica. La curva de sus labios. Su cabello al sol, su piel desnuda. Su olor a especias. Eres un completo estúpido, pensó. Podrías haber sido amable, podrías haber hablado con ella. Ahora, no la volverás a ver.

      Su pecho se sentía caliente, tosió y se quedó ahí parado. Está bien. Necesitabas deshacerte de ella. Fue lo mejor. Además, hay muchas cosas más que nunca volverás a ver.

      Comenzó a registrar la casa. En la cocina, encontró el Tracfone de mamá. No tenía tiempo aire, pero podía comprar más. Reunió fósforos, dos velas, la lata de duraznos y un rollo de cinta adhesiva. Puso todo sobre la mesa. ¿Qué más? Algunos tenedores y cucharas, tazas resistentes. Abrelatas. El resto de las papas que quedaban en la despensa. Una lata de ejotes. Café. La sartén ocuparía mucho espacio, pero la necesitaban. Sacó el bote amarillo del armario y vació el dinero junto a los fósforos.

      Trece dólares con treinta y seis centavos.

      Cuando llegó a la sala, vació la cómoda y separó la ropa buena y abrigadora de la maltratada. Formó una pequeña pila. Dobló una manta y una colcha. Dos almohadas. Puso todo sobre la mesa y subió las escaleras. Cepillos de dientes y jabón del baño. Vendajes. Un peine. El jabón era casi nuevo y duraría un tiempo.

      Se dirigió al dormitorio y se detuvo frente a la puerta cerrada con la mano en la perilla. Cuando abrió la puerta, ella estaba colgando del ventilador del techo. Sus ojos abiertos. Se volvió, revisó en la cómoda y salió de ahí con tres dólares y algo más de cambio. En el armario, encontró una maleta deportiva. No había armas. Él había empeñado la pistola y el rifle mucho tiempo atrás. Volvió a registrar el tocador, pero no había nada que valiera la pena llevarse. En la alfombra junto a la cama vio el cuchillo de caza de papá y lo levantó. Luego desdobló un papel que estaba sobre la mesita de noche y leyó las tres palabras escritas en negritas en la parte superior: Libertad condicional denegada.

      Así que ésta es la razón. Por esto lo hiciste.

      Se quedó allí un minuto, sosteniendo el papel, luego abrió el cajón, lo acomodó junto al relicario en forma de corazón de su madre y cerró el cajón. Su foto de boda estaba acomodada en el tocador, en un marco plateado. No tenía la intención de hacerlo, pero miró al lugar donde ella había estado colgando y ya no estaba allí.

      Atravesó el patio nevado hasta el granero y tiró de la puerta para abrirla sobre sus ruedas metálicas. Piso de tierra congelada. Un armario de herramientas con pintura roja descascarada. Revolvió los cajones de aluminio y, en el de abajo, cerró la mano sobre el frío metal. Lo sacó: un martillo. Lo guardó en su bolsillo trasero. En un rincón de la penumbra, había una máquina de Coca-Cola oxidada junto a un viejo librero y un sofá reclinable lleno de bultos, con tapicería de flores. Los muelles de acero de los cojines estaban expuestos. Aquí es donde él solía leerme.

СКАЧАТЬ