La riqueza de las naciones. Adam Smith
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Название: La riqueza de las naciones

Автор: Adam Smith

Издательство: Bookwire

Жанр: Зарубежная деловая литература

Серия: Autores

isbn: 9788417893309

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СКАЧАТЬ agua abre para todos los sectores un mercado más amplio que el que puede abrir sólo el transporte terrestre, es en las costas del mar y en las orillas de los ríos navegables donde los trabajos de toda suerte empiezan naturalmente a subdividirse y a progresar, y sucede con frecuencia que debe transcurrir mucho tiempo hasta que dicho progreso se traslade al interior del país. Un gran carro guiado por dos hombres y tirado por ocho caballos, con unas cuatro toneladas de carga, demora ocho semanas en un viaje de ida y vuelta entre Londres y Edimburgo. En aproximadamente el mismo tiempo, un barco tripulado por seis u ocho personas, lleva de Londres a Leith y vuelta doscientas toneladas de carga. Así, con la ayuda del transporte por agua, seis u ocho hombres pueden desplazar entre Londres y Edimburgo, y vuelta, la misma cantidad de mercancías que cincuenta carros, guiados por cien hombres y tirados por cuatrocientos caballos. Por lo tanto, sobre doscientas toneladas de mercancías, transportadas por vía terrestre de la forma más barata posible, hay que cargar la manutención de cien hombres durante tres semanas y el mantenimiento, o lo que es casi igual que el mantenimiento, el desgaste de cuatrocientos caballos y cincuenta carros. Mientras que si el transporte es por agua hay que cargar sobre la misma cantidad de bienes sólo la manutención de seis u ocho personas y el desgaste de un barco con una carga de doscientas toneladas, además del valor del riesgo mayor, o sea, la diferencia entre el seguro del transporte por tierra y por agua. Si sólo fuera posible el transporte terrestre entre esos dos lugares, por lo tanto, como no sería posible transportar otras mercancías que aquellas cuyo precio fuera muy elevado en relación a su peso, no podría haber sino una pequeña proporción del comercio que actualmente existe, y consiguientemente sólo una pequeña parte del estímulo que hoy cada ciudad ofrece a las actividades de la otra. Y casi no podría existir comercio entre las zonas más distantes de la tierra. ¿Qué mercancías soportarían el coste del transporte por tierra entre Londres y Calcuta? Y si hubiese alguna tan preciosa como para absorber este coste ¿con qué seguridad sería acarreada a través del territorio de tantas naciones bárbaras? En la actualidad, sin embargo, esas dos ciudades entablan un considerable comercio, y al suministrarse mutuamente un mercado se animan recíprocamente de forma extraordinaria.

      Dadas las ventajas del transporte por agua, es natural que los primeros progresos en las artes y la industria aparezcan allí donde el mundo es abierto por esta facilidad como mercado para la producción de toda suerte de trabajos, y que siempre ocurra que se extiendan mucho después a las regiones interiores del país. Estas regiones tendrán como mercado para la mayor parte de sus bienes sólo a las tierras circundantes, que las separan del mar y los grandes ríos navegables. La extensión de su mercado se mantendrá durante mucho tiempo en proporción a la riqueza y población del país y en consecuencia su progreso siempre será posterior al progreso del país. En nuestras colonias norteamericanas las plantaciones siempre se han ubicado a lo largo de las costas del mar o las orillas de los ríos navegables, y en casi ninguna parte lo han hecho a una gran distancia de las dos.

      De acuerdo a la historia más autorizada, las naciones que se civilizaron primero fueron las establecidas en torno a la costa del mar Mediterráneo. Este mar, con mucha diferencia el mayor de los mares interiores que existen en el mundo, al no tener mareas, y por tanto tampoco olas, salvo las provocadas sólo por el viento, resultó ser, por la calma de su superficie, por la multitud de sus islas y la proximidad de sus orillas, extremadamente favorable para la naciente navegación del mundo; en esos tiempos los hombres, ignorantes de la brújula, temían perder de vista la costa, y debido a la imperfección de la industria naval recelaban de abandonarse a las vociferantes olas del océano. Ir más allá de las columnas de Hércules, es decir, navegar pasando el estrecho de Gibraltar, fue considerado en la Antigüedad el viaje más maravilloso y arriesgado. Pasó mucho tiempo hasta que los fenicios y cartagineses, los navegantes y constructores de barcos más diestros de la época, lo intentaron, y durante un periodo muy prolongado fueron las únicas naciones que lo hicieron. De todos los países de la costa del mar Mediterráneo fue Egipto el primero en el que tanto la agricultura como las manufacturas alcanzaron un nivel apreciable de cultivo y desarrollo. El alto Egipto no se alejaba del Nilo más que unas pocas millas, y en el bajo Egipto ese gran río se divide en una gran cantidad de canales que, con la ayuda de obras menores, permitieron la comunicación por agua no sólo entre todas las grandes ciudades sino también entre todos los pueblos importantes e incluso muchos caseríos del país; casi igual a como sucede hoy en Holanda con el Rin y el Mosa. La amplitud y facilidad de esta navegación interior fue probablemente una de las causas fundamentales del progreso temprano de Egipto.

      Los adelantos en la agricultura y las manufacturas parecen remontarse también a muy antiguo en las provincias de Bengala en las Indias Orientales, y en algunas de las provincias orientales de China, aunque ello no ha sido contrastado por las historias que en esta parte del mundo nos resultan más fiables. En Bengala, el Ganges y otros amplios ríos forman un elevado número de canales navegables, de igual manera que el Nilo en Egipto. Asimismo, en las provincias del este de China, varios grandes ríos forman con sus diversos brazos una multitud de canales, y en su mutua comunicación permiten una navegación interior tan vasta como la del Nilo o del Ganges, y quizás tanto como ambos ríos juntos. Es notable que ni los antiguos egipcios, ni los indios, ni los chinos hayan estimulado el comercio exterior, sino que hayan derivado toda su opulencia de dicha navegación interior.

      Todas las regiones interiores de África, y toda la región de Asia al norte de los mares Negro y Caspio, la antigua Escitia y las modernas Tartaria y Siberia, parecen haberse mantenido siempre en el estado bárbaro e incivilizado en que se encuentran hoy. El mar de Tartaria es el océano helado que no admite navegación alguna, y aunque algunos de los mayores ríos del mundo atraviesan ese país, están demasiado separados como para permitir el comercio y la comunicación en buena parte del mismo. En Africa no hay mares interiores, como el Báltico y el Adriático en Europa, el Mediterráneo y el Negro en Europa y Asia, y los golfos de Arabia, Persia, India y Bengala en Asia, que permitan llevar el comercio marítimo hacia las regiones interiores de ese gran continente; y los caudalosos ríos de África se hallan separados por distancias demasiado grandes como para que se pueda acometer ninguna navegación interior apreciable. El comercio que puede realizar una nación mediante un río que no se divide en muchos brazos o canales, y que fluye a lo largo de otro territorio antes de desembocar en el mar, nunca puede ser muy importante, puesto que las naciones que dominan ese otro territorio siempre pueden bloquear la comunicación entre dicha nación y el mar. La navegación del Danubio es de poca utilidad para los distintos estados de Baviera, Austria y Hungría, en comparación con lo que sucedería si cualquiera de ellos poseyera todo el curso del río hasta que desemboca en el mar Negro.

      4 DEL ORIGEN Y USO DEL DINERO

      Una vez que la división del trabajo se ha establecido y afianzado, el producto del trabajo de un hombre apenas puede satisfacer una fracción insignificante de sus necesidades. Él satisface la mayor parte de ellas mediante el intercambio del excedente del producto de su trabajo, por encima de su propio consumo, por aquellas partes del producto del trabajo de otros hombres que él necesita. Cada hombre vive así gracias al intercambio, o se transforma en alguna medida en un comerciante, y la sociedad misma llega a ser una verdadera sociedad mercantil.

      Pero cuando la división del trabajo dio sus primeros pasos, la acción de esa capacidad de intercambio se vio con frecuencia lastrada y entorpecida. Supongamos que un hombre tiene más de lo que necesita de una determinada mercancía, mientras que otro hombre tiene menos. En consecuencia, el primero estará dispuesto a vender, y el segundo a comprar, una parte de dicho excedente. Pero si ocurre que el segundo no tiene nada de lo que el primero necesita, no podrá entablarse intercambio alguno entre ellos. El carnicero guarda en su tienda más carne de la que puede consumir, y tanto el cervecero como el panadero están dispuestos a comprarle una parte, pero sólo pueden ofrecerle a cambio los productos de sus labores respectivas. Si el carnicero ya tiene todo el pan y toda la cerveza que necesita, entonces no habrá comercio. Ni uno puede vender ni los otros comprar, y en conjunto todos serán recíprocamente menos útiles. A fin de evitar los inconvenientes derivados de estas situaciones, toda persona prudente en todo momento de la sociedad, una vez establecida originalmente la división del trabajo, procura naturalmente manejar СКАЧАТЬ