Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray
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Название: Rodolfo Walsh en Cuba

Автор: Enrique Arrosagaray

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия:

isbn: 9789874039446

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СКАЧАТЬ o secuestrados a los que vengar, como le ocurriría para el fin de sus propios días.

      Además, Walsh tenía sólo 87 días en la Isla. Apenas empeza­ba a aprender qué estaba pasando en este paisito que sorprendía al mundo, incluso a los hombres más expertos en política inter­nacional. Incluso a aquellos que para sus análisis, tenían a su dis­posición todo el dinero que quisieran, todos los espías que se les antojaran y hasta la tecnología de punta más sofisticada para ver y oír allí en donde no llegan los oídos y los ojos de un hombre de carne y hueso.

      Su papel se resumía a accionar sobre el teclado.

      Sobre el teclado debía defender a la revolución cubana y estaba dispuesto a ello. ¿Que conocía de esta revolución? En realidad, casi nada. Ni dentro de las tropas revolucionarias había unidad teórica profunda. La había en lo central: contra la dictadura de Fulgencio Batista, y contra los yanquis hasta cierto punto. Walsh no conocía mucho más de lo que conocía todo el mundo. Y no tenía el espí­ritu revolucionario de los combatientes cubanos. No era cubano. No era marxista. Tenía una formación política de raíz conserva­dora y una actitud antiimperialista un tanto cándida. No cuestio­naba, por lo menos a fondo, al capitalismo.

      En la cabeza de Walsh, Cuba provocó una revolución. Una re­volución que lo arrasó.

      El desarrollo de la guerra revolucionaria de los barbudos cuba­nos, que culminaría formalmente el 1º de enero del 59 con la en­trada de tropas guerrilleras en La Habana y con la toma del poder político en esa capital nacional, era, de a ratos, tema de debate en el café La Paz, en Buenos Aires, allá por 1957 y 1958. La debatían algunos círculos de pequeñoburgueses a la salida del cine Lorraine o del Arte, o luego de las jornadas de trabajo que en algunos ca­sos, por sus características, se extendían hasta las mediasnoches. También era tema en los cafés apéndices de las facultades. Y en alguna reunión de insinuados en las artes de la literatura, de la poesía, del cine, de la actuación y hasta del humor, pizza por me­dio o no, casi siempre rodeada de vino tinto o de whisky.

      Claro que ese debate en los cafés porteños sobre la guerra revo­lucionaria centroamericana no tenía como parámetro a la obra de Karl von Clausewitz, clásica, y menos aún, a la de Mao Tse-tung, flamante. Prevalecía el asombro y el costado aventurero, llamati­vo. En algunos tenían cierto peso los potenciales rasgos antinor­teamericanos. No mucho más.

      Sin duda que para husmear cómo andaba la venta de su libro, una noche de ese verano, tarde, Walsh fue a ver al librero de la del­gada Librería Platero que tenía su negocio en la calle Talcahuano entre Lavalle y Corrientes. Aún existe.

      Esa noche, apenas unos minutos antes, una señora muy arre­glada, vendedora de antigüedades, salía del Teatro Colón tras sa­borear el Don Juan de Mozart, cruzó la plaza Lavalle y entró a esa librería a revolver libros y a saludar a su amigo Vicente López Perea, uno de los dueños. Cuando Walsh entró, se encontró al li­brero charlando con una mujer. Los presentó.

      -Poupée Blanchard…

      -Rodolfo Walsh, mucho gusto.

      Walsh no sabía que estaba viendo por primera vez la cara de su segunda esposa y que a través de ella conocería a la tercera. Demasiado para una sola presentación. Walsh era imaginativo pero no tanto.

      Poupée Blanchard:…apareció Rodolfo, sí. Charlamos…-entrecierra los ojos para reconstruir los hechos que viven en la penumbra de su memoria-. Vicente cerró y nos fuimos a mi casa a tomar algo y luego jugamos a una especie de mímica que im­provisamos en ese momento. Era un juego que estaba de moda en Estados Unidos, “si fueras…, tal cosa”; por ejemplo, una planta. Entonces tenías que hacer la mímica para que descubran qué eras.

      Había otra persona esa noche, otro hombre, no me acuerdo quién. Esa reunión fue un éxito, una cosa infantil. ¡Nos divertimos!

      Estela Poupée Blanchard, verdadera promotora y protagonista de encuentros sociales, noctámbulos, instituyó que reuniones de este tipo se hicieran todos los viernes e invitó a numerosos ami­gos. Ya tenía la fértil “escuela” de su amiga querida Pirí Lugones. Reuniones abiertas a que cualquiera trajera al amigo que quisiera aunque de hecho se sabía que había cierta exigencia intelectual. Poupée vivía con su mamá en un departamento arriba de su ne­gocio, en la calle Montevideo casi Charcas. La puerta de acce­so era la de Montevideo 1009. El departamento en donde vivían era algo así como un segundo piso, luego de un entrepiso impor­tante, e incluía el área que aparece sobre la puerta número 1005. Dos únicos ventanales dan a la calle.

      ¿Presentación y flechazo?

      Poupée Blanchard: Allí comenzó la relación con Rodolfo pero no crea que fue así, un levante apresurado, no, no, la verdad es que era bastante tranquilo. Estábamos en plena campaña de Frondizi. Comenzamos a noviar, sí, pero varios meses después…

      No pueden haber sido demasiados meses porque el 58 tuvo nada más que doce y porque la campaña política de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) que impulsaba a Arturo Frondizi a la presidencia no fue eterna, por más laxa que haya quedado en la memoria de la Blanchard. Las elecciones fueron el 23 de fe­brero y Frondizi asume la presidencia el 1º de mayo de ese año.

      De estos hechos “no apresurados”, Poupée apresura y arriesga una primera característica de Walsh y proyecta una segunda. La pri­mera, que Rodolfo resultaba ser un tipo muy divertido. La otra característica es mucho más delicada e intenta explicarla.

      Poupée Blanchard: Rodolfo tenía una actitud para la orfandad. Era un huérfano integral. Su mamá no le daba bolilla. Su mamá amaba a su otro hijo, marino -se ríe y reconoce que tal vez se ex­ceda en su interpretación psicoanalítica-. De este hermano sacó un amor, pero un amor violento por las fuerzas armadas. ¡¡Él que­ría ser igual que el hermanito!! Porque él quiso ser marino pero lo bocharon en dibujo, según me contó. A falta de marino, le que­dó hacer una forma de vida militar cuando comenzó en Cuba lo de los bombardeos de Estados Unidos. ¡Bah! Estados Unidos ofi­cialmente no. ¡Pero venían de allí!

      Poupée Blanchard es del 20 y si bien por nacimiento es por­teñísima, su figura y su estilo destiñen y suman además algo de aristocrático, algo de avenida Quintana. Sirve un té de piropeado aroma mientras docenas de objetos de color, llamativos y diverti­dos, espían la charla desde los cuatro costados de su pequeño de­partamento céntrico. Poupée es menuda y elegante, con una alegría envidiable y una capacidad fantástica para disfrutar cada detalle del té porque la taza tiene su historia y porque hasta los bizcochi­tos que acompañan merecen un comentario. También sabe dis­frutar de la charla:

      ¿Cuál fue esa forma de vida militar por la que optó Walsh?

      Poupée Blanchard: Ante esos bombardeos, Fidel, que tenía aquella cosa grandilocuente y griega, llamó a la defensa de la Patria. Los civiles se podían poner el uniforme. Por supuesto Rodolfo se lo compró el primer día. Y segundo, hacer condicio­nes de tiro, cosa que Rodolfo hacía puntualmente, además, ¡con una puntería! Rodolfo tenía un dominio de sus actos, con inteli­gencia, todo era cuestión de concentración y podía meter la bala justo, por concentración. Tenía una disciplina, cosa que él le debe a otro de sus enconos, que son los irlandeses, en donde se educó. Unos curas repelentes, católicos e irlandeses. Demasiado. Tipo Savonarola. Él salió así.

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