Rebelión en la granja. George Orwell
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Название: Rebelión en la granja

Автор: George Orwell

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9789561235458

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Tres noches más tarde el viejo Mayor murió serenamente mientras dormía. Su cuerpo fue enterrado al fondo del huerto.

      Esto sucedió a comienzos de marzo y durante los tres meses siguientes hubo muchas actividades misteriosas. El discurso de Mayor había hecho que los animales más inteligentes cambiaran su manera de ver la vida. No sabían cuándo tendría lugar la revolución anunciada por Mayor; no tenían motivos para pensar que sucedería durante el transcurso de sus propias vidas, pero entendían perfectamente que tenían el deber de prepararse para aquél suceso.

      Naturalmente, la tarea de enseñar y organizar a los demás recayó en los cerdos que eran, según la opinión generalizada, los más inteligentes del grupo. Predominaban entre los cerdos dos verracos llamados Bola de Nieve y Napoleón, que el señor Jones estaba criando para la venta. Napoleón era un verraco grande, de raza Berkshire y aspecto feroz. Era el único de esa raza en la granja y aunque no hablaba mucho, tenía fama de conseguir lo que se proponía. Bola de Nieve era un cerdo más vivaz que Napoleón, más rápido al hablar y más ocurrente, pero se pensaba que no poseía mucho temple. Todos los demás cerdos de la granja eran cebados y el más conocido entre ellos era uno chico y gordo llamado Chillón, de mejillas muy redondas, ojos chispeantes, agilidad de movimiento y voz estridente. Era un conversador brillante y cada vez que discutía acerca de un tema espinudo, acostumbraba a brincar de un lado a otro y agitar su cola. Esto de algún modo hacía que sus argumentos sonaran convincentes. Los demás afirmaban que Chillón podía hacer que el negro pareciera blanco.

      Estos tres personajes habían organizado las enseñanzas del viejo Mayor en una doctrina bien delineada, la cual llamaron Animalismo. Varias noches a la semana, después que el señor Jones se retiraba a dormir, ellos realizaban reuniones secretas en el establo y explicaban las bases del Animalismo a los demás. Al principio se encontraron con mucha estupidez y apatía. Algunos de los animales decían que le debían lealtad al señor Jones, a quien llamaban «el amo», o hacían afirmaciones tan propias de mentes simples como: «El señor Jones nos da de comer. Si él se fuera moriríamos de hambre». Otros hacían preguntas como: «Si esta Rebelión va a suceder de todas maneras, ¿qué importancia tiene que nosotros trabajemos o no por ella?». Los cerdos tenían grandes dificultades para explicarles que esta actitud iba en contra del espíritu del Animalismo. Fue Mollie, la yegua blanca, quien hizo las preguntas más estúpidas de todas. La primera cosa que preguntó a Bola de Nieve fue:

      –¿Seguirá habiendo azúcar después de la Revolución?

      –No –respondió Bola de Nieve con firmeza–. No tenemos los medios para fabricar azúcar en esta granja. Además, tú no necesitas azúcar; tendrás toda la avena y el heno que quieras.

      –¿Y se me permitirá llevar cintas en la melena? –inquirió Mollie.

      –Compañera –respondió Bola de Nieve–, esas cintas que a ti te gustan tanto son símbolo de esclavitud. ¿Te es tan difícil entender que la libertad es más valiosa que unas cintas?

      Mollie estuvo de acuerdo, pero no se veía muy convencida.

      Los cerdos tuvieron más problemas aún al tratar de contrarrestar las falsedades que echaba a correr Moisés, el cuervo domesticado. Moisés, que era el regalón del señor Jones, era un espía y un chismoso, pero a su vez era un conversador brillante. Él aseguraba conocer la existencia de un maravilloso país llamado Montedulce, donde iban todos los animales al morir. Estaba ubicado por allá arriba, en el cielo, un poco más allá de las nubes, afirmaba Moisés. En Montedulce, los siete días de la semana eran domingo, la temporada del trébol duraba el año entero, y en los cercados crecían terrones de azúcar y tortas de linaza.

      Los animales odiaban a Moisés porque era chismoso y no trabajaba, pero algunos creyeron en Montedulce y a los cerdos les costó mucho convencerlos de que ese lugar no existía. Los más fieles seguidores de estos últimos eran los dos caballos de tiro, Campeón y Hoja de Trébol. A ese par le costaba mucho pensar algo por sí solos, pero una vez que hubieron aceptado a los cerdos como sus maestros, fueron capaces de absorber todo lo que se les decía y transmitirlo a los demás con explicaciones sencillas. No faltaban jamás a las reuniones secretas en el establo y llevaban la voz cantante al entonar Bestias de Inglaterra, himno con el cual las reuniones siempre terminaban.

      Bien, sucedió que la Rebelión triunfó mucho antes y con mayor facilidad que lo jamás imaginado. En años anteriores el señor Jones, no obstante su severidad, había sido un granjero eficiente. Sin embargo últimamente la situación estaba cambiando. Se había desanimado enormemente al perder dinero en un juicio y había comenzado a beber más de lo conveniente. A veces se echaba en su silla de la cocina durante días enteros leyendo periódicos, bebiendo y, en ocasiones, alimentando a Moisés con cortezas de pan remojadas en cerveza. Sus trabajadores se tornaron flojos y poco honrados, los campos se llenaron de malezas, los techos de las edificaciones se deterioraron, los cercados estaban abandonados y los animales mal alimentados.

      Llegó el mes de junio y el heno ya casi estaba listo para ser cortado. La víspera del solsticio de verano, que cayó en sábado, el señor Jones fue a Willingdon y se emborrachó a tal grado que no regresó hasta el medio día del domingo. Los trabajadores habían ordeñado las vacas temprano en la mañana y después se habían ido a cazar conejos, sin molestarse en alimentar a los animales. Cuando el señor Jones regresó se quedó dormido de inmediato en el sofá del salón con la cara tapada por un diario, así es que cuando cayó la tarde, los animales seguían sin haber comido. Finalmente estos no pudieron soportar más. Una de las vacas rompió con su cuerno la puerta de la barraca de las provisiones y todos los animales comenzaron a alimentarse directamente de los recipientes. Fue en ese instante cuando el señor Jones despertó. El momento siguiente él y sus hombres estaban en la barraca blandiendo sus látigos en todas direcciones.

      Esto fue demasiado para los hambrientos animales. De común acuerdo, aunque nada de esto había sido planeado con antelación, se abalanzaron contra sus agresores. Jones y sus hombres se encontraron de pronto siendo embestidos y pateados desde todos lados; la situación se tornó incontrolable para ellos. Nunca habían visto que animales se comportaran de esa manera y esta repentina sublevación de creaturas a las que ellos estaban acostumbrados a golpear y maltratar a su amaño los aterrorizó hasta hacerlos perder la cabeza. Apenas pasados unos momentos abandonaron los intentos de defenderse y pusieron pies en polvorosa. Un minuto más tarde, los cinco huían despavoridos por el sendero que llevaba al camino principal, con los animales triunfantes pisándoles los talones.

      La señora Jones se asomó por la ventana del dormitorio, vio lo que sucedía, rápidamente tiró algunas cosas dentro de un bolso y se escabulló de la granja por otro lado. Moisés saltó de su percha y se fue aleteando tras ella, dando fuertes graznidos. Mientras tanto los animales habían perseguido a Jones y su gente hasta que estos alcanzaron el camino y entonces cerraron de un golpe el portalón de cinco barras. Y así, casi antes de darse cuenta de lo sucedido, la Rebelión se había llevado a cabo con éxito. Jones había sido expulsado y la granja Señorial pertenecía ahora a los animales.

      Durante los primeros minutos, los animales apenas podían dar crédito a su buena suerte. Su primera acción consistió en galopar en tropel alrededor de los límites de la granja, como si quisieran asegurarse de que no quedaba ningún ser humano escondido en alguna parte. Una vez hecho esto, se fueron al galope hasta las edificaciones con el fin de borrar los últimos vestigios del odioso poderío de Jones. El cuarto de los arreos, ubicado al fondo de los establos, fue descerrajado; los frenos, las narigueras, las cadenas de los perros, los crueles cuchillos que el señor Jones acostumbraba usar para castrar los cerdos y las ovejas, fueron lanzados al pozo. Las riendas, los ronzales, las anteojeras, las degradantes cebaderas fueron amontonados en la fogata de desperdicios que ya ardía en el patio. Igual suerte corrieron los látigos; todos los animales comenzaron a retozar alegremente al ver los látigos ardiendo. Bola de Nieve también lanzó al fuego СКАЧАТЬ