Solo se lo diría a un extraño. Varios autores
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Solo se lo diría a un extraño - Varios autores страница 7

Название: Solo se lo diría a un extraño

Автор: Varios autores

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9786124838323

isbn:

СКАЧАТЬ hacia adelante, salpicando en su camino páginas y empuñaduras.

      Me tortura su dislexia sexual, me consumen con sus gemidos acentuados, con sus gritos silenciosos “irete hoshii”, “gaman dekinai!”, me pervierten, me envician. Si fuesen fértiles, ya sería padre de medio Yokohama.

      Hace unos años, una diosa oriental de carne y hueso apareció en mi vida. Poseía una gracia singular, tenía la piel afelpada, pelvis compacta, una cintura extraflexible, un cuello estilizado precioso, una sexualidad magnética. Tomaba clases de danza y era estudiante de intercambio en la facultad de Psicología. Swan era un precioso cisne nipón, y yo andaba absolutamente intoxicado con ella. Nuestras aventuras sexuales merecen ser inmortalizadas por el propio Osamu Tezuka en un manga hentai – edición especial. Terminando el ciclo, tuvo que regresar a Japón, y así terminó aquella mágica historia.

      Es a ella a quien busco dentro de los animes, es su cuerpo el que pretendo rearmar entre esas ilustraciones, dedicándole mil puñetas y fantasías, reviviendo una fábula tan real como esta confesión.

      Diecinueve

      Soñaba con pintar con spray las paredes de mi colegio-burbuja. Romper, al menos, una regla. Pero yo siempre fui un chiquillo respetuoso. Y aunque nunca dejó de revolotearme la tentación de la transgresión, el autoritarismo de mi madre y el “qué dirán” se encargaron de mantenerme siempre en el camino del bien.

      Un diagnóstico de fiebre reumática tardío me dejó postrado seis meses en cama. Sumado a eso, las intempestivas muertes de seres queridos impregnaron en mí, desde los trece años, el temor a quedarme solo.

      En mis veintes fui dichoso (o, al menos, eso creía). Festejé como un niño en cumpleaños, disfruté cada día como si fuera nuevo en eso de vivir, acumulé trabajos y experiencias. La verdad es que me escondía. Huía de esa desabrida felicidad que te hace pensar que tener privilegios lo es todo. Disfrutaba sin cuestionarme, saciándome de apariencias. Elegí un camino sin salida, sin encanto.

      Hasta que, un día, esa abundancia de apariencias estalló como un huevo al tirarlo contra un muro. Me fui a ser uno más. Uno que no pudiera llegar a ser Presidente con tres llamadas telefónicas. Me fui a buscar ser yo mismo. Fue entonces que comencé a cuestionarme. Me tracé objetivos y enfrenté la soledad en muchedumbre. Me perdí conociéndome, queriéndome y sintiéndome querido en aquella soledad.

      El sufrimiento se mantiene y la ansiedad decae, pero, igual, de vez en cuando me visita por las noches. Descubrirme amado solo por el hecho de estar aquí me ha dado paz y seguridad. Hoy, bordeo los cincuenta y siento que alcanzaré nuevos objetivos, abrazo nuevos amores y amistades sinceras, y quiero desafiar mi equilibrio actual, porque si algo aprendí en la soledad es que no nací para quedarme quieto.

      Veinte

      Te despiertas a las nueve, cuando Feli, tu nana de toda la vida, entra para llevarse a Lollipop a dar su paseo matutino. Reniegas, jalas las sábanas de algodón egipcio por encima de tu cabeza y tratas de seguir durmiendo, pero la luz, todo lo que tienes que hacer hoy y tu gato, que se acerca impregnado de olor a Chanel por todo el amor que le das, te lo impiden.

      Te paras de la cama, coges el vaso de jugo de naranja que Feli ha dejado en tu mesa de noche, caminas hacia el baño y te desvistes. Te miras al espejo. Aún se te ven las costillas. Puedes seguir tragando Nutella con cuchara una semana más.

      Justo antes de meterte a la ducha, cambias de opinión. Regresas a tu cuarto y eliges un par de juguetes: no los más nuevos, pero sí tus favoritos. Vuelves al baño, coges tu teléfono y entras a la página de porno ético y feminista que encontraste hace poco —y que no te gusta precisamente por lo ético o feminista, sino porque todo parece real y eso te calienta más.

      Terminas rápido, te bañas, te vistes y te sientas frente a la computadora. Hay varias cosas que hacer hoy, pero últimamente te sientes un poco bajoneada. Abres, sin pensarlo, la página de Latam. Barcelona, tecleas rápido, y compras un pasaje, solo de ida. Felizmente, tu asiento de siempre, el A1, está disponible. No te sorprende. Siempre has tenido muy buena suerte.

      Veintiuno

      La tristeza de mi madre me atravesó como la bala perdida que recibes en un fuego cruzado. Quema y calienta por dentro. No mata. Solo hiere.

      He tratado, con todos los versos del mundo, de sosegar tu tristeza, alegrar tu existencia con tarjetas de dibujos con payasos y rimas inexpertas. También has sido mi sol. Esa mujer que, con lágrimas y abandonos, me enseñó un mundo luminoso.

      Eras lo único que ansiaba cuando el universo se me hacía inmenso. Cuando, parada en el patio gris del colegio, tampoco encontraba la contraseña para ser feliz. Y como aprendí que la tristeza es un lugar, hice mis maletas y me marché en silencio.

      He cincelado mis miedos a punto de perseverancia. He silenciado a mi niña tímida con una máscara de autosuficiencia. No he querido volver, de ningún modo, siendo la misma. En esa transición, me he tatuado “Brillar o morir”.

      Me gusta ser la reina de la fiesta, llamar la atención a donde voy. A algunos les jode. Ese entusiasmo amarillo puede provocar las ganas de pincharme el globo con un alfiler. Ese alfiler puntiagudo quiebra toda mi confianza en un santiamén. ¿Será tan evidente aún mi inseguridad?

      Ni los tacos aguja ni todas las ganas en las que estoy parada podrán levantarme cuando me siento rechazada. Poco aceptada. En esos momentos, vuelvo al patio gris de mi infancia: vuelvo a ser insignificante.

      Todas las miradas me atraviesan como ráfagas sin piedad, hasta que me encuentro con una mirada que se detiene en mí. Me mira distinto, se encuentra conmigo y me hace sentir que de ningún modo soy transparente. No, ya no soy transparente.

      El universo ya no me queda grande. A la tristeza solo la visito como viajera itinerante. Mi madre, ese lugar donde siembro semillas con la esperanza de que dé flores llenas de color.

      Veintidós

      “Yo sé que tú puedes más” fue la sentencia con la que crecí. Camaleonico veredicto, sucesor indiferente de éxitos y fracasos. De chica, la asumí con ignorancia, con inocencia. Con los años, entendí el verdadero peso de aquella fulminante condena.

      ¿Qué significa “más”? ¿Cuánto mide “más”? ¿Más que qué? ¿Más que quién?

      Ese “más” ladrón siempre amargó el sabor de la victoria.

      Lejos de motivarme, me anulaba. Nunca nada era suficiente. Yo no era suficiente.

      Desde entonces, vivo en una competencia de alto rendimiento contra mí misma. Soy la heroína, soy la villana. Soy alguito más que menos. Soy mucho menos que más. La que se sabotea centímetros antes de la meta, moviendo la línea siempre un poquito más allá del final.

      Antes, le echaba la culpa a mi madre por ser la autora de la frase. Fue ella quien me clavó esa cruz. Pero, ahora, ¿a quién? Si ya la hice mía. ¿No soy yo acaso quien la vive? ¿No soy yo quien la perpetúa?

      Porque, hoy, soy yo la que decide darle cabida todos los días. Hasta la disfruto, aun sabiendo que hace que todo me sepa a poco. Detona algo en mí que me moviliza y no me da tregua: saber que siempre puedo más.

      Veintitrés

      Conocía la agudeza СКАЧАТЬ