Название: Cambio de vida
Автор: Sharon Kendrick
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413751054
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–Es un contrato en exclusiva –defendió Anna–. Es por eso.
Todd sacudió la cabeza.
–No estoy hablando de la cláusula que impide que las niñas trabajen para nadie más, sino que es restrictivo en un sentido mucho más amplio. A Tasha le está yendo muy bien en el colegio…
–¡Ya lo sé! –exclamó Anna con orgullo–. ¡Y quieren que solicite una beca el año próximo!
–Pero si quiere solicitarla, tendrá que estudiar mucho más, ¿verdad? ¿Y de dónde va a sacar el tiempo con las exigencias de Premium?
–Podía intentar ver menos televisión, para empezar –repitió Anna las palabras de todas las madres del mundo.
Pero Todd sacudió la cabeza con vigor.
–Eso no es justo y tú lo sabes. Ella no ve demasiada televisión y tiene derecho a ver algo, ¿no crees? Si no puede disfrutar de nada de tiempo de ocio entre el colegio, estudiar y trabajar, vaya vida para una niña de diez años, ¿no te parece? Y mientras tanto, a Tally le impiden que monte a caballo por si se hace alguna lesión –continuó él de forma inexorable–. Y lo que es peor, ha ahorrado suficiente dinero como para poder comprarse su propio caballo, por lo que es mucho más frustrante para ella.
–¡Pero si vivimos en Knightsbridge! ¿Cómo diablos va a tener un caballo cuando no tenemos sitio? ¿Dónde piensas buscarle un establo? ¿Enfrente de Harrods?
–¡Exactamente! –bramó Todd–. Knightsbridge no es sitio para tener mascotas. No tenemos sitio para un caballo, pero tampoco para un perro –prosiguió como si hubiera estado siglos meditando sobre aquel asunto.
¿Lo habría estado?, se preguntó Anna. Y si era así, ¿por qué no se lo había dicho antes?
–Tampoco tenemos manzanos que se cubran de flores fragantes en primavera y de sabrosos frutos en otoño –dijo con la voz menos apasionada que ella le había escuchado nunca. No hay arroyos para que las niñas los vadeen antes de hacerse lo bastante mayores como para desdeñarlos –continuó con la mirada turbia–. Ni flores silvestres para que se hagan coronas para el pelo. No verán conejos saltando por los campos ni oirán a las lechuzas por las noches.
–¡Has estado leyendo demasiados libros sobre la vida en el campo! –bromeó Anna con una sonrisa nerviosa. Pero no obtuvo una sonrisa de respuesta de los labios cincelados de su marido–. Te has olvidado de mencionar el barro y quedar aislados cuando el tiempo se pone malo.
–Te olvidas de que me crié en el campo, Anna –la contradijo con suavidad–. Y aunque mis recuerdos puedan estar un poco teñidos de rosa, te puedo asegurar que soy muy consciente de las desventajas de vivir en la naturaleza.
Anna recordó como había empezado aquella conversación… con moverse. Había pensado que eso era bastante malo, pero de lo que Todd estaba hablando ahora era de un cambio radical de estilo de vida. Bueno, formaban una pareja. No podría obligarlas a las niñas y a ella a ir a vivir al campo si no querían hacerlo y desde luego, ¡ella no quería de ninguna manera!
Pero, ¿cómo convencer a Todd de aquello?
Anna estiró los brazos sobre la cabeza para ganar tiempo y al notar un músculo tensarse en la mandíbula de Todd, se le ocurrió una osada idea de cómo acabar con aquella discusión.
Estaba empezando a sentir pánico. Ella había pasado la mayor parte de su vida en aquel apartamento. Su padre había vendido la propiedad a Todd a un precio muy barato como regalo de bodas, porque siendo como era Todd, se había negado a aceptar la casa como un regalo. Ella no podía imaginar vivir en ningún otro sitio. ¡Ni quería vivir en ningún otro sitio!
Pensó en lo frenéticas que se estaban volviendo sus vidas últimamente. ¿Quizá no le hubiera prestado demasiada atención a su marido últimamente? Eso estaba contra lo que todas las revistas de mujeres advertían todo el tiempo. Las mujeres daban a sus maridos por supuestos. ¿Era por eso por lo que Todd parecía tan malhumorado esa tarde?
Y sin embargo, ella tenía un arma muy efectiva que podía convencer a Todd de su punto de vista, pero, ¿se atrevería a usarla?
Anna lanzó un suspiro susurrante para pasarse el dorso de la mano por la frente seca. Y de repente, el plan no le pareció tan estrafalario porque algo en la pose alerta del cuerpo de Todd le hizo desearle… Anna se aclaró la garganta y la voz le salió sin querer como un susurro lujurioso.
–Está haciendo un calor terrible aquí, ¿verdad?
Todd supo por el repentino temblor de su voz lo que su mujer deseaba y sintió su propio cuerpo despertar en respuesta en parte porque la deseaba mucho y en parte porque no era lo que hubieran hecho normalmente.
Ellos apenas habían ido nunca a la cama a media tarde; él estaba normalmente trabajando y cuando no lo estaba, solían tener a unas niñas curiosas alrededor. Anna era normalmente dulce y tímida con el sexo. Debía desear con locura quedarse en Londres para intentar seducirle a plena luz del día.
Pero prefirió no hacer caso de la cuestión de si hacer el amor iba a ser suficiente para tapar las grietas que habían surgido ese día en su relación. Porque en ese momento no le importaba particularmente. Anna había encendido el fuego, así que aceptara ella las consecuencias.
–Tienes calor, ¿verdad? –preguntó a propósito.
–Hum. Estoy ardiendo.
Con una calma que traicionaban sus dedos temblorosos, Anna se despojó de la camiseta de manga larga para revelar una de manga corta. No era una particularmente nueva ni ajustada, pero moldeaba las curvas de sus senos a la perfección y Anna notó que Todd estaba observando con obsesión sus movimientos.
–Ya está –susurró con una voz tan ronca que le sonó decadente incluso a ella misma.
El músculo de su mandíbula palpitó de forma compulsiva y Todd supo que estaba atrapado en los sedosos lazos del deseo sexual.
–Entonces, ¿por qué no te quitas algo más? –sugirió en un murmullo.
–¿Y por qué… por qué no lo haces tú? –contestó ella temblorosa perdiendo el valor.
Él no necesitó más ánimos. Se inclinó hacia adelante con los ojos turbios y la boca curvada de anticipación antes de deslizarla por los femeninos labios entreabiertos en una fugaz caricia. Entonces deslizó la mano por debajo de su camiseta para abarcar uno de sus senos de forma posesiva.
Anna cerró los ojos y lanzó un hambriento gemido de placer por lo inesperado de que su deseo lo sedujera y la gratificante respuesta de Todd la estaba excitando con locura.
–¿Dónde están las trillizas? –preguntó él.
–En actividades extra escolares –jadeó Anna–. Saskia las traerá hoy a casa.
–¿Y a qué hora vuelven? –preguntó él deslizando el dedo bajo el encaje para frotarle el pezón que se endureció bajo su caricia.
–Nos queda un… un poco menos de una hora –susurró Anna temblorosa intentando recordar la última vez que habían hecho el amor de aquella manera.
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