Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods
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Название: Castillos en la arena - La caricia del viento

Автор: Sherryl Woods

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Tiffany

isbn: 9788413752235

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СКАЧАТЬ blah –dijo ella con sarcasmo.

      –Es la pura verdad. Él es mi principal prioridad, y que yo iniciara una relación con tu nieta y ella acabara por marcharse no le beneficiaría en nada; de hecho, a mí tampoco. Me imagino lo que dirían los padres de Jenny, les faltaría tiempo para llevarme a los tribunales para pedir la custodia de mi hijo. No quiero que ninguno de nosotros, en especial B.J., tenga que pasar por algo así.

      –Eres un necio testarudo.

      Boone no se ofendió al oír aquello, y se limitó a contestar:

      –Me han llamado cosas peores.

      –Esto aún no ha terminado –le advirtió ella, antes de regresar al restaurante.

      Él suspiró mientras la seguía con la mirada, ya que sabía que estaba metido en un buen lío. Cuando Cora Jane se empecinaba en algo, era imposible razonar con ella. Se preguntó si habría alguna forma de conseguir que ella se centrara en la vida amorosa de otra persona, pero, por desgracia, se dio cuenta de que esa posibilidad era muy improbable.

      Emily se acercó a su abuela, que parecía estar al borde del colapso, y le dijo con firmeza:

      –¡Abuela! Como no te sientes y pongas los pies en alto, le pediré a Boone que te meta en su camioneta y te lleve a tu casa, ¡te lo juro!

      –¡No serías capaz! –exclamó la anciana con indignación.

      –¡Ponme a prueba!

      –Yo la veo dispuesta a hacerlo, abuela –apostilló Gabi, con más delicadeza–. Si de verdad quieres abrir mañana mismo, no puedes agotarte hoy.

      Cora Jane recorrió el restaurante con una mirada llena de frustración antes de admitir:

      –Me parece que estamos librando una batalla perdida, niñas. No podré abrir mañana por mucho que quiera, así que supongo que más vale que lo admita y me siente un rato.

      –Gracias –le dijo Emily–. Si te sientas diez minutos, las demás también podremos hacerlo. Estoy sedienta, ¿a alguien más le apetece beber algo?

      –Un té fresquito con azúcar –contestó Cora Jane de inmediato.

      –Lo mismo para mí –dijeron Gabi y Emily al unísono.

      –Yo lo traigo –se ofreció Samantha, antes de ir a la cocina. Cuando regresó con cuatro vasos de té y una jarra llena hasta los topes, se sentó junto a Gabi y comentó con un suspiro–: Lo admito, estoy hecha polvo.

      –Y yo he descubierto músculos que ni sabía que tenía, me duele todo el cuerpo –comentó Gabi.

      –Empezamos a última hora de la mañana y ya son casi las siete de la tarde, voto por dejarlo por hoy.

      Aunque Emily lo dijo como si aquello fuera una democracia, todas sabían que era Cora Jane la que tenía la última palabra; aun así, cuando la matriarca de la familia empezó a dar la respuesta negativa que cabía esperar, Gabi la interrumpió.

      –Ni siquiera me has dejado pasar por la casa esta mañana, no tenemos ni idea de lo que vamos a encontrar allí. Tenemos que ir mientras es de día, yo voto como Emily.

      –Y yo secundo la moción –dijo Samantha, antes de posar la mano sobre la de su abuela–. Nos cundirá más el trabajo cuando volvamos mañana descansadas, un día más no va cambiar gran cosa. Nadie espera que obres milagros, abuela.

      –Es que no soporto la idea de decepcionaros –admitió ella.

      –Mira, Tommy Cahill ha reemplazado las tablas del suelo de la terraza que ha visto que estaban dañadas, y dice que el resto de la estructura está bien –le explicó Emily–. La cocina funciona casi al cien por cien, ¿por qué no sirves un menú básico mañana? Huevos, beicon y tostadas por la mañana, hamburguesas al mediodía. Pídele a un par de las camareras que vengan a ayudar, y nosotras nos encargamos de limpiar.

      A su abuela se le iluminó el rostro al oír aquella sugerencia, y comentó más animada:

      –Es una buena idea. La panadería va a servirnos pastas por la mañana, así que también contamos con eso.

      –¿Mañana te van a traer un pedido de la panadería?, ¿a qué hora? –Emily se lo preguntó a pesar de que tenía miedo de cuál iba a ser la respuesta.

      –A las cinco y media, como siempre –le contestó Cora Jane, como si fuera lo más normal del mundo.

      –Dios mío de mi vida –susurró Samantha–. Tenemos que ir a casa cuanto antes, me iré a dormir en cuanto me dé una ducha.

      Cora Jane soltó una carcajada.

      –Vaya trío de debiluchas, ¿se puede saber qué os ha pasado? Esa actitud no la aprendisteis de mí.

      –No, pero empiezo a recordar los inconvenientes de pasar los veranos contigo –comentó Gabi.

      –Yo también –apostilló Emily.

      Boone, B.J. y Andrew entraron en ese momento procedentes del aparcamiento. El primero sacudió la cabeza al verlas sentadas, descalzas y tan tranquilas, en una de las mesas, y comentó con ironía:

      –Supongo que no tenéis la misma jefa que yo, porque a mí no me ha dado permiso para descansar y poner los pies en alto.

      –Nos hemos rebelado y ahora es nuestra prisionera –le explicó Emily–. Vamos a llevarla a casa en cuanto tengamos fuerzas para movernos.

      –¿Habéis cenado algo? –les preguntó él–. La casa ha estado sin luz mucho tiempo, no podéis comer nada de lo que haya en la nevera.

      –¡Es verdad!, ¡y estoy hambrienta! –gimió Gabi.

      Jerry salió de la cocina justo a tiempo de oír el comentario.

      –No os preocupéis, acabo de preparar una olla de sopa de cangrejo y puedo hacer hamburguesas a la parrilla. El generador no se ha apagado, así que lo que había en las cámaras no se ha echado a perder.

      –¿Hay patatas fritas? –le preguntó B.J. con entusiasmo–, ¡yo quiero una hamburguesa con patatas fritas! –frunció la nariz al añadir–: No me gusta la sopa de cangrejo, ¡puaj!

      –Yo estoy con B.J. en lo de la hamburguesa con patatas fritas, nada de sopa –dijo Samantha.

      –No entiendo cómo es posible que seas de aquí y no te guste el marisco –comentó Cora Jane.

      –Solo sé que nunca me ha gustado ni el olor, ni el sabor, ni la textura.

      –Puede que sea porque tenías una reacción bestial cada vez que lo probabas. Eres alérgica a él, idiota –dijo Emily.

      –No llames idiota a tu hermana –la regañó su abuela–. ¿Seguro que es alergia?

      Emily asintió.

      –Sí, te lo juro. Gabi, ¿no te acuerdas de aquella vez que mamá se empeñó en que Samantha probara al menos un pastel de cangrejo, y tuvimos que ir corriendo al hospital? La pobre СКАЧАТЬ