Название: Ellos y yo
Автор: Джером К. Джером
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: En serio
isbn: 9788412310764
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—¡Ah, por supuesto! Podríamos deshacernos de las escaleras —acepté—. Sería un poco incómodo al principio, cuando quisiéramos irnos a la cama. Pero creo que acabaríamos acostumbrándonos. Podríamos fabricar una escalerilla de cuerda y subir a los dormitorios por la ventana; o podríamos adoptar el método noruego y poner las escaleras fuera.
—Me gustaría que demostraras un poco de sensibilidad —dijo Robina.
—Trato de hacerlo. Y también intento que veas las cosas con un poco más de sentido común. Ahora estás loca por el baile. Si pudieras, convertirías la casa en un salón de baile, con un anexo con unos cuantos catres para dormir. La manía de bailar te durará seis meses. Después querrás transformar la casa en una piscina, o en una pista de patinaje o de hockey. Puede que mi idea sea demasiado convencional. Pero no espero que simpatices con ella. Mi idea es... sencillamente, tener una casa cristiana común y corriente, no un gimnasio. En esta casa habrá dormitorios y una escalera que conduzca a ellos. Y te puede parecer vulgar, pero también habrá una cocina. Y aunque no entiendas el motivo, cuando la construyeron pusieron una cocina por algo.
—No te olvides de la sala de billar —dijo Dick.
—Si pensaras más en tu futuro profesional y menos en el billar —le señaló Robina—, tal vez en los próximos años acabaras la secundaria de una vez. Y si papá no fuera tan absurdamente indulgente con todo lo que a ti respecta, no pondría una mesa de billar en nuestra casa.
—Lo dices solo porque eres incapaz de jugar al billar —replicó Dick.
—Siempre te gano —dijo Robina.
—Una vez —reconoció Dick—. Una vez en un mes y medio.
—Dos veces —señaló Robina.
—Tú no juegas —le soltó Dick—. Tú tiras a lo loco y confías en la Providencia.
—Yo no tiro a lo loco. Siempre apunto a algo cuando tiro. Y cuando tiras tú y fallas, siempre dices: «¡Qué mala suerte!», y cuando tiro yo y me sale bien dices que ha sido por casualidad. ¡Es muy masculino todo eso!
—Los dos le dais demasiada importancia a la puntuación —intervine—. Cuando intentáis hacer carambola con la blanca y le dais en el lado equivocado y la mandáis a la tronera, y vuestra bola sigue corriendo sin acertarle a la roja, en vez de enfadaros...
—Si consigues una mesa de verdad, jefe, te enseñaré lo que es jugar al billar.
Me parece que Dick cree que sabe jugar. Pasa lo mismo con el golf. Los principiantes, invariablemente, tienen suerte. «Creo que esto me va a gustar —dicen—. Creo que lo llevo dentro, ¿sabes?».
Un amigo mío, un viejo capitán de barco, es ese tipo de hombre que cuando las tres bolas están en línea recta y pegadas a la banda es cuando más contento se pone; porque sabe que puede hacer carambola y dejar la roja justo donde quiere. Un jovencito irlandés llamado Malooney, compañero de universidad de Dick, estaba de visita en casa y como era una tarde lluviosa, el capitán le dijo que le explicaría cómo podía jugar al billar sin peligro de rasgar el tapete. Le enseñó a sostener el taco y cómo se hace un puente. Malooney se mostró agradecido y estuvo practicando durante una hora. No demostró ser una gran promesa. Es un joven fornido y, por lo que se veía, no se daba cuenta de que no estaba jugando a cricket. Casi todas las veces que tocaba la bola por debajo, salía volando. Para ahorrar tiempo y daños en el mobiliario, Dick y yo decidimos adoptar, pues, la técnica del cricket. Dick se situó en el puesto del long stop y yo en el del short slip1. Sin embargo, era un trabajo peligroso y cuando Dick pilló la bola al vuelo dos veces seguidas nos pusimos de acuerdo en que habíamos ganado y nos lo llevamos a tomar el té. Por la noche, como ninguno de nosotros estaba dispuesto a probar suerte por segunda vez, el capitán dijo que, solo por divertirse un rato, le daría a Malooney ochenta y cinco puntos de ventaja en una partida a cien. A decir verdad, no le encuentro ninguna diversión en particular a jugar al billar con el capitán. El juego consiste, en lo que a mí respecta, en caminar alrededor de la mesa, devolverle las bolas, y decir: «¡Buen tiro!». Y cuando llega mi turno no importa lo que pase: todo parece estar siempre en mi contra. El capitán es un viejo caballero amable y tiene buenas intenciones, pero el tono en el que dice «¡Qué mala suerte!» cada vez que fallo un tiro fácil me molesta. Por un instante, le lanzaría las bolas a la cabeza y arrojaría la mesa por la ventana. Supongo que debo de ponerme en un estado un tanto irritable, pero incluso la manera en que le pone tiza al taco me saca de quicio. Lleva su propia tiza en el bolsillo del chaleco, como si la nuestra no fuera lo bastante buena para él, y cuando ha terminado de usarla, suaviza los bordes de la punta con el índice y el pulgar y golpea el taco contra la mesa. «¡Venga, juegue ya de una vez! —le diría —¡Deje ya de hacer tanta pantomima!».
El capitán empezó la partida, fallando a propósito. Malooney agarró su taco, respiró hondo y tiró. El resultado fueron diez puntos: una carambola y las tres bolas en la misma tronera. De hecho, hizo dos carambolas; pero la segunda, como bien le explicamos, por supuesto, no contaba.
—¡Buen comienzo! —dijo el capitán.
Malooney parecía satisfecho de sí mismo y se quitó la chaqueta.
En el primer tiro largo, la bola de Malooney pasó por lo menos a treinta centímetros de distancia de la roja, pero le dio al volver, tras rebotar en la banda y la mandó a la tronera.
—Noventa y nueve a cero —anunció Dick, que se ocupaba del marcador—. Capitán, ¿no sería mejor que la partida fuera a ciento cincuenta puntos?
—Bueno, me gustaría tirar una vez antes de que se acabe la partida —dijo el capitán—. Así que tal vez sería mejor que la hagamos a ciento cincuenta puntos; si el señor Malooney no tiene ninguna objeción.
—Lo que usted decida me parecerá bien, señor —concedió Rory Malooney.
Malooney terminó su turno con un tiro de veintidós puntos, dejando su bola en el borde mismo de la tronera del medio y la roja encima de la línea.
—Ciento ocho a cero —dijo Dick.
—Cuando quiera saber la puntuación —le soltó el capitán—, ya te la preguntaré.
—Lo siento, señor.
—Detesto que hagan ruido mientras juego —explicó el capitán.
El capitán, decidiéndose con una cierta prisa, pegó su bola a la banda, veinte centímetros más allá de la línea.
—¿Qué hago ahora? —preguntó Malooney.
—No lo sé —le contestó el capitán—, pero estoy esperando verlo.
Debido a la posición de la bola, Malooney no podía usar toda su fuerza. Durante ese turno todo lo que hizo fue meter la bola del capitán en la tronera y dejar la suya pegada a la banda inferior, a doce centímetros de la roja. El capitán pronunció una palabra náutica y falló otro tiro. Malooney se preparó para tirar las bolas por tercera vez y todas salieron disparadas, presas del pánico. Golpearon unas contra otras, regresaron y volvieron a golpearse sin ninguna razón aparente. Parecía que Malooney había conseguido enloquecer a la bola roja en particular. La roja es una bola estúpida, en general: su único propósito es quedarse contra la banda y contemplar la partida. Con Malooney, pronto descubrió que no estaba segura en ninguna parte de la mesa; su única esperanza eran las troneras. Puede que me equivoque СКАЧАТЬ