¿Entiendes más de cine?. Verónica Gómez Torres
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Название: ¿Entiendes más de cine?

Автор: Verónica Gómez Torres

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788416164455

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      —A una bailarina del montón y algo pendenciera no le va bien estar entre cisnes; claro que las cosas se arreglan un poco si aparece un griego borrachín y la recoge...

      —No te va en absoluto el papel de víctima.

      —No te puedes imaginar el asco que me da aguantarlo —toqué donde dolía, lo noté enseguida—, alguien como tú no lo puede ni imaginar.

      —¿Y cómo soy yo?

      —Valiente. Y con un cuerpo para pasarse muchas horas descubriendo sus recovecos —volvió a jugar con su pelo.

      —¡σkαTά! ¡Tengo suficiente! Ya pago bastante, no trate de convencerme. —La voz de Nick Papadakis resonó de fondo contra las paredes de la cafetería.

      —¿Lo escuchas? ¡Es repugnante!

      —¿Qué dice?

      —Anda todo el día así; para él todo es una mierda salvo su maldito dinero.

      —Siempre hay un camino, Cora, y tú has elegido éste.

      —Cualquier camino puede llevarte hacia varias direcciones. Éste solo ha sido un atajo. ¿No crees, Frankie?

      Era la primera vez que pronunciaba mi nombre. Se resistía a hacerlo y me torturaba, medio en broma, llamándome novata. Lo hizo apoyando la lengua entre los dientes, despacio, con la boca entreabierta. Sus ojos azules, entornados.

      —¿Qué quieres decir?

      —Que siempre puede uno dejarlo todo y mandarlo al diablo…

      Sentía su pulso latiendo en las sienes a una cuarta de mi boca. Respiraba su aliento.

      —Y este lunar —puso su dedo índice junto a mi boca—, ¿es tuyo o te lo dibujas para sacarme de mis casillas?

      La agarré por la cintura, detrás de su delantal. Tenía un cuchillo en la mano. Primero lo aferró con fuerza hasta que su puño se abrió y el cuchillo cayó clavándose en el suelo. Entonces, echó el cuello hacia atrás y se tumbó en la mesa sobre restos de harina. Yo me dejé caer, apretujándome sobre ella. Era una criatura salvaje que se movía debajo de mí cómo un animal moribundo. O tal vez como un animal que estuviera naciendo. Había besado muchas bocas antes, mis treinta y cinco años no habían sido precisamente los de una timorata, pero ningún sabor se podía comparar al de la suya. Los labios de Cora no tenían prisa y sabían a azúcar tostado.

      —¿Crees que a Nick le doy esto? —me dijo mientras se desabrochaba su camisa celeste.

      —Sé que Nick lo toma cada vez que quiere.

      —¡Bah! Él es un bruto que cree que es mi dueño. Es un bruto que está de sobra. Tú sabes que hay otro camino...

      —Y tú sabes que a las personas las cuelgan por eso…

      —¡Cora! Mi amigo quiere café —vociferó el griego desde la otra habitación. ¿Traes dos tazas, gatita?

      Cora me apartó de un manotazo y se levantó.

      —La oferta está hecha. A lo mejor no soy tan cobarde como tú crees, Frankie.

      Su expresión había cambiado por completo. Aunque persistía esa fiera, agazapada detrás de sus pupilas.

      *********

      Aquellos cinco días fueron los mejores de mi vida. El primer día tuvimos la suerte de que un autocar de excursionistas se detuviera. Acabaron con todas las existencias y llenaron la caja, de manera que Cora y yo cerramos la puerta y echamos las persianas, quedándonos a nuestras anchas. Nos pasábamos la mañana en su cama. Yo ahora no tenía que dormir en la cabaña de afuera. Luego, tomábamos un baño juntas. Cora me preparaba tortitas y yo a ella, enchiladas. El último día, nos acercamos a la playa y retozamos como dos niñas pequeñas saltando las olas.

      —¿Eres de Méjico, cariño? —me preguntó—. Sus mejillas estaban sonrosadas.

      —¿Quién, yo? —me reí—. Soy tan blanca como tú aunque mi piel sea oscura. He vivido en muchos lugares así que podría ser de cualquier parte. Es una larga historia.

      —Frankie…

      —Dime, cariño —Noté un ligero temblor en su voz.

      —Creo que ha llegado el momento. La noche de Santa Bárbara es nuestra ocasión. Tenemos que hacerlo.

      —Quiero hacerlo, Cora, pero no es tan fácil.

      —¿Y quién dijo que fuera fácil? ¿Acaso es más fácil que sigamos así? ¿No te querrás largar ahora?

      —No sin ti. ¡Huyamos! Vente conmigo a San Francisco.

      —¿A San Francisco? ¡Estás loca! Ahora no te puedes echar atrás. Tenemos que hacerlo.

      —San Francisco es un buen lugar para empezar; allí las cosas están lo suficientemente revueltas como para que nadie le preste atención a dos chicas enamoradas. Ya empiezo a cansarme de andar de un sitio para otro.

      —¿Crees que quiero vivir como una trotamundos, Frankie? ¿De dónde sacaríamos el dinero?

      —Podríamos coger algo de la cafetería, te deslomas trabajando para ese gusano, el dinero es más tuyo que de él. No sabes cómo les enloquece a los hombres ver a una mujer tirando los dados, siempre me las he arreglado muy bien con ese juego; sería solo por un tiempo y con lo que consiguiéramos podríamos montar un pequeño negocio lejos de aquí. No tendríamos que hacer nada. Solo eso, Cora.

      —¿Como en Méjico, Frankie? —. Su tono sonó entre provocativo e inocente. ¿Acaso no tuviste que salir huyendo de allí?

      —Te lo acabo de decir, cariño, eso ya pasó. Tijuana queda muy atrás. Ya no quiero ser la Frankie de antes.

      —Estoy segura de que no es tu primera vez... ¿No estarías dispuesta a hacerlo por mí? ¿Te asusta?

      Cora me abrazó por la espalda. Sentía su bañador mojado contra mi cuerpo. Podía pedirme lo que quisiera.

      —De acuerdo, cariño. El sábado será la noche. Todo va a salir bien, ya lo verás.

      *********

      Aquella noche pasó lenta y tortuosa. Tuvimos que bailar con los amigos del griego, contonearnos delante de Nick Papadakis, que nos mostraba como un trofeo de caza. Cora estaba especialmente bonita. Se había puesto un vestido que parecía estar hecho para quitárselo. Desempeñó perfectamente su papel riéndole a su marido todos sus chistes repugnantes. Bien entrada la madrugada, el griego no se tenía en pie y se dejó arrastrar hacia su viejo Ford. Cora tomó el volante y yo me puse en el asiento trasero, tal y como habíamos previsto. El griego canturreaba a su lado con la cabeza apoyada contra el cristal de la ventanilla. Yo sostenía una botella de licor que pasé al griego tras fingir que le daba un trago.

      —Sigamos con la fiesta, Nick.

      —Mujeres como tú hacen perder la cabeza a cualquier hombre, Frankie —arrastraba las palabras con trabajo—. Sí, “sinior”... Cora, pajarito, bebe СКАЧАТЬ