Название: El castillo de cristal I
Автор: Nina Rose
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789561709249
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— ...base, la cual es bastante grande comparada con otros, tenemos suerte de tener a los enanos que nos ayudan con las armas, no hay mejores herreros en los Reinos que los enanos, ¿sabías? Son increíblemente hábiles, uno de los nuestros creó mi arco y mi espada corta, las espadas cortas son fáciles de maniobrar para alguien como yo, pero tú eres más alta, supongo que verán algo apropiado para ti en el futuro, eso sí es que sobrevives porque nunca se sabe que puede salir mal en una batalla, nunca está de más ser precavido...
Rylee no podía creer que la chica no estuviese desmayada por falta de aire; ni siquiera pausaba para respirar. Ánuk, a su lado, había bajado las orejas lo más cerca posible a su cabeza, seguramente porque la vocecita de Menha la tenía mareada.
Ya había conocido a varios miembros del campamento. Su instructora le había presentado a algunos de los soldados y de ellos había recibido variadas bienvenidas: unos la saludaban con entusiasmo, agradecidos de la advertencia que probablemente les había salvado la vida; otros la ignoraban o la miraban desafiantes, desconfiados ante la intrusa que, de la nada, había aparecido portando noticias enemigas.
Las impresiones que le dejaron estos soldados, hombres y mujeres humanos, elfos y medio—elfos, no fueron tan imperecederas como lo fue conocer a los centauros. En el campamento había siete y obedecían casi con exclusividad a la única hembra del grupo, una centáuride que le doblaba en edad al mayor de los machos. Todos eran majestuosos e imponentes; miraban constantemente el cielo, sin prestarle mayor atención a las recién llegadas. Excepto, claro, la hembra, quien atenta vigilaba los pasos de la chica a medida que se acercaba.
—Lenna, ella es Rylee Mackenzie, la chica que advirtió del ataque. El general ha decidido que se quede, entrenará conmigo y estará bajo los cuidados de Gwain. Y ella es su loba.
Los oscuros ojos de Lenna escrutaron a Rylee y a Ánuk. La muchacha notó la fuerza que exudaba; también notó su pelaje negro y lustroso, su piel oscura brillante y su sedoso cabello blanco, que la adornaba como una crin sobre su cabeza. Se veía mayor que los otros y Rylee no supo si fueron las cicatrices de luchas pasadas, su aura sobrenatural o su mirada sobre ella, pero volvió a sentirse inferior.
La centáuride alzó los ojos al cielo y, con una grave voz, dijo:
—Has llegado en época de cambios, niña humana. Las estrellas hablan de transformaciones, muerte y cenizas. Pero también hablan de amor y esperanza... ¿Qué es lo que portas tú, niña humana?
Rylee no supo cómo contestar, ni qué decir.
—Eh, bueno….
La centáuride sonrió y volvió a contemplarla.
—Lo veremos —dio media vuelta y se internó un poco más hacia la espesura del bosque, seguida de los otros centauros. Pero antes de desaparecer se dio media vuelta y agregó—, mis hermanos no las lastimarán. Entrena bien, niña humana, la espada enemiga no esperará a que pongas el escudo para detenerla —y diciendo esto, se perdió entre los árboles.
—Meh, centauros. No son buenos conversadores —dijo Menha con un mohín—. En fin, te llevaré a la fragua, ven.
Rylee, aún un poco atontada por su encuentro con Lenna, siguió a la elfa hasta el lugar donde antes había visto a los enanos, seguida de Ánuk, que parecía tan aturdida como ella. Los vio a lo lejos; eran cinco, todos fornidos, barbudos y sudorosos por el trabajo.
—Bien, Rylee, ellos son los hermanos Granner —señaló a tres— y sus primos, los gemelos Stonner —apuntó a los otros dos. Todos son excelentes herreros y han hecho la mayoría de las armas de nuestros soldados. Si te la ganas, creo que no les molestará hacerte una espada.
Uno de los Granner se acercó a Rylee y la miró con su único ojo bueno; el otro estaba cubierto por un pañuelo bajo el cual notaba una fea cicatriz. Repentinamente, algo enorme voló hacia su cara; en milésimas de segundo Ánuk se posicionó para defenderla, pero el enano no la había golpeado: su mano había quedado a poca distancia de la nariz de la muchacha, quien la contempló sorprendida.
—Greynir —dijo, pronunciando con fuerza la “r”—. Mis hermanos, Gradir y Grerron, mis primos Stroit y Strennar —mencionaba los nombres con un gesto de la cabeza para identificarlos. Su mano seguía cerca de su nariz y Rylee comprendió que esperaba que se la estrechase.
—Ry... Rylee Mackenzie. Y Ánuk, mi loba —se alejó un paso y estrechó con cautela la mano ofrecida; bastó solo ese gesto para que el enano riera con ganas y la apretujara en un abrazo que le cortó la respiración.
—¡Ja, ja, ja! —rió— ¡Bienvenida, bienvenida! —la soltó; Rylee sintió cómo su estómago se reacomodaba en su interior y cómo Ánuk se relajaba a su lado—. Si necesitas ayuda, no dudes en recurrir a nosotros. Te haremos una bonita espada, si es que eres buena —le guiñó el ojo y, entre risas, volvió al trabajo.
—Vamos —le dijo Menha—, debes estar hambrienta. Gwain dijo que te tendría algo de comer en su tienda, te explicará algunas cosas.
Ambas se dirigieron hacia la tienda del mago, pero antes de que pudiesen entrar, una enorme sombra les interrumpió el paso. Por un momento, Rylee pensó que el nigromante la había seguido; sin embargo, el frío que despedía la masa frente a ella no era repulsivo. Al fijarse mejor, vio a un enorme hombre, tan alto que ella apenas le alcanzaba el pecho; en su rostro y en su cuerpo moreno tenía grandes trozos de metal adheridos en algunos sectores, como si éstos fueran parte de su piel, además de marcas que parecían ser maggena pero que Rylee no pudo leer. Era calvo y barbudo, de complexión fuerte, y miraba amenazadoramente a Ánuk, quien una vez más estaba a la defensiva.
—¿Quién eres? —su voz era tan profunda que Rylee pudo sentir un retumbar en su interior.
—Yitinji, ella es la chica nueva, Gwain la está esperando —le dijo Menha al gigante.
—El amo dijo a Yijinji que ella vendría. Pero Yitinji debe ser precavido con los extraños —miró a la muchacha con recelo—. Puedes pasar —se apartó de la entrada.
—Bien, aquí te dejo. El campamento partirá en unas horas, entrenaremos en cuanto hagamos una parada, así que prepárate —Menha la palmeó en un brazo y se alejó.
Rylee volvió a mirar a Yitinji, pero apartó la vista con rapidez, un poco asustada de que en cualquier momento la fuera a golpear. Ingresó a la tienda y se alejó lo más posible de la entrada.
Gwain estaba terminando de servir un vaso de vino, sentado en una pequeña mesa preparada para dos. Al acercarse, Rylee notó que en su puesto había un gran plato extra.
—No sabía cómo suelen comer y no quería ofender poniendo un plato en el suelo para Ánuk —explicó el mago al notar la mirada de la chica. Rylee sonrió, agradecida por el gesto y miró a su amiga, que parecía un tanto conmovida por la consideración.
—A ella le gusta echarse al suelo a comer. Le es más cómodo —puso el enorme plato en el piso al lado de su silla y Ánuk inmediatamente se acomodó a devorarlo, hambrienta.
Comían en silencio. La tienda era cálida y olía extremadamente bien, aunque Rylee no pudo precisar a qué correspondía el aroma. Como a ella nunca se le había dado bien mantenerse callada, soltó el tenedor y, como si se librara de un enorme peso, exclamó:
—Ok, ¿qué o quién era eso que estaba afuera?
Gwain, СКАЧАТЬ