Название: Las mentiras del sexo
Автор: Antonio Galindo Galindo
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Psicología
isbn: 9788472457225
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Cualquier práctica (sexual o no) responde a un objetivo. Cuando el objetivo ya no tiene sentido, deja de existir la práctica. |
Prácticas que hace tiempo tenían vigencia ya no la tienen (menos mal). Lo increíble es que aún nos extrañemos de que seamos machistas o racistas, cuando todavía existen objetivos ocultos en muchas de nuestras prácticas. Y además las prácticas evolucionan, nunca permanecen. Por ejemplo:
Los propósitos o los objetivos tienen que ver con el desarrollo de creencias. Así pues, los grupos desarrollan creencias compartidas que a veces pueden ser justas o no para todos. Pero ahí están, son creencias. Y las creencias se pueden cambiar. Ésta es la buena noticia. Responden a un período determinado y un contexto cultural determinado, pero no te obligan a nada, salvo que tú quieras responder al mismo propósito al que sirven.
Una creencia muy compartida en la sociedad afgana es el uso del burka. Otro ejemplo significativo lo tenemos en la Europa del siglo XIX con el veto del voto a las mujeres. El cambio de esta creencia vino cuando un grupo de personas de la misma cultura empezó a pensar que el propósito podía ser diferente y que el control económico se podía compartir entre hombres y mujeres, y los movimientos feministas empezaron a hablar de que las creencias eran injustas y beneficiaban sólo a una parte de la realidad: los hombres. Y sobre el tema de la pena de muerte probablemente algunas personas comenzaron a cuestionar su propósito: se empezó a creer que todos los seres humanos tenían derecho a la vida (no entro a juzgarlo) o que el orden social se rompía independientemente de que se matara o no a personas que se consideraban asesinos. Y lo que inicialmente creían sólo unos cuantos se fue extendiendo hasta producir el cambio de la costumbre cultural. Ese tipo de cambio masivo de costumbres se convierte más tarde en cambio social. Es evidente pues que, con la experiencia, una creencia que da lugar a pautas de comportamiento puede cambiarse e ir creando nuevos comportamientos.
Todo lo que hacemos con nuestra sexualidad –y en general con la vida– responde a creencias, ya sean propias, de los demás o de la cultura en la que vivimos. De tal modo que, cuando a alguna persona de un determinado grupo se le ocurre practicar algo en lo que no cree el resto de personas de ese grupo, a esta persona o grupo se les mira inicialmente como diferentes e incluso como anormales y se convierten en un punto de mira.
¿Qué es aquello a lo que llamamos lo normal? Un invento transitorio (en tanto que evoluciona históricamente) y que sirve para provocar la unión de un grupo de personas frente a otro grupo de personas que no creen lo mismo.14 |
Puedes creer sin lugar a dudas lo que tu sociedad piensa (amigos, familia, grupos de influencia), pero ésa no es la única alternativa. Si no compartes esas creencias, estarás ejerciendo un acto de libre elección. Por ejemplo, ante la debatida creencia de si se pueden o no casar personas homosexuales entre sí, ¿cuál es tu creencia? Observa si socialmente la creencia sirve a un propósito y verás cómo, en el fondo, toda polémica humana tiene siempre una explicación que afecta a lo económico, lo cultural o lo moral. Y estos factores son cambiantes y relativos. No fue igual en todas las épocas.
Propongo que nuestra sexualidad es la que es porque se basa en un sistema de familias (que sería diferente, por ejemplo, a grupos de personas todas ellas juntas sin tener por qué compartir lazos de sangre) que mantiene como normales la monogamia15 y la heterosexualidad.16 O sea, la condición para que esta creencia se siga manteniendo es que exista la unión –legitimada socialmente– de una pareja fiel y compuesta exclusivamente por un hombre y una mujer. Lo que explica que todo lo que es diferente de este modelo se perciba como “menos normal”. Y que se perciba “menos normal” no significa que sea anormal, sino que es diferente. Pero es un fenómeno psicosocial que lo diferente suele verse con recelo y desconfianza inicialmente.
Este convencionalismo (invento) de lo normal (que se gestó en años de historia) ha estado en permanente cambio, pero puede considerarse aún que quienes viven una sexualidad no monogámica ni heterosexual no siguen el sistema, es decir, son diferentes por contraste con lo que se considera “normal” y ello debido al enorme peso que sigue teniendo ser monogámico y heterosexual en nuestra cultura. Veamos de dónde procede este fenómeno.
¿CÓMO SURGEN LAS FAMILIAS?
Aunque hay diferencias en el uso del sexo según las diferentes culturas, los antropólogos –véase una relación de escritos en Velasco (1995) y Harris (1986)– coinciden en asociar el uso del sexo al interno de las familias (y no al externo de ellas) como principal lugar de manifestación y vinculándolo básicamente con la necesidad de la reproducción.17 La familia es el mínimo grupo de relación que parece encontrarse en prácticamente todas las culturas y se configura como núcleo básico de unidad social. ¿Quiere eso decir que no hay –en las diferentes culturas– manifestaciones sexuales más allá de lo que es el fin de la reproducción para hacer crecer las familias? Sí las hay, y de hecho existen ritos de iniciación en algunas culturas, encuentros sexuales fuera de las parejas oficiales, etc., que muestran que el sexo tiene muchas manifestaciones. Pero llamo la atención sobre lo siguiente: la sexualidad utilizada para la reproducción se encuentra en el origen de la formación de las familias como grupo social básico con la función de convertirse en unidades de producción. Y además la familia es un hecho evolutivo, no el único modo de asociación entre personas, que responde a unos objetivos como ya he argumentado en el epígrafe anterior. Los propósitos iniciales de las familias fueron crecer en población y servir de unidad económica.
Con el fin del nomadismo y el inicio del sedentarismo –y el consiguiente hecho de empezar a cultivar la tierra (medios de producción)– se fue creando la necesidad de tener más personas (mano de obra) que pudiesen colaborar en las tareas de siembra, riego, recolección, etc. ¿Y qué mejor alternativa de colaboración que la extensión de la propia familia a través de un vínculo determinado, el sanguíneo o el parentesco (Beattie 1986, Lévi-Strauss 1991, Schenider [1971] en Dumont, 1975)?18 Así pues, nuestro modelo sexual se asocia indefectiblemente al progresivo surgimiento de la propiedad privada y las familias como sistema básico de producción. Y una conclusión más radical de este planteamiento extrapolada a nuestros días sería que hacemos el amor o tenemos sexo según lo marca nuestro sistema de consumo y de propiedad privada.
Por lo tanto es importante entender que lo que hoy conocemos como familias tiene su origen en una conveniencia evolutiva de la especie humana, y ello no quiere decir que el uso básico del sexo haya de ser la reproducción, sino que sólo hay indicios claros de que la reproducción, originariamente, fue una razón poderosa. No nos extrañe, por lo tanto, cómo esta creencia y este propósito siguen vigentes en nuestras cabezas y son la causa de algunos problemas que tienen la sexualidad como trasfondo:
Chicas que se quedan embarazadas sin tener una pareja reconocida pueden seguir siendo un problema. Y pueden sufrir traumas, angustia o trastornos emocionales.
Muchas personas piensan que hacer el amor fuera de la pareja se considera una traición entre quienes forman la propia pareja (otras personas, en cambio, no lo piensan).
Muchos están solos deseando tener una familia.
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