Название: Solidarios
Автор: Antonio R. Rubio Plo
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная психология
Серия: Fuera de Colección
isbn: 9788432153211
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UN TIEMPO DE SEGUNDA MANO PARA LA LIBERTAD
Los seis libros de Svetlana Alexievich se pueden reducir, según ella misma, a un único libro. Es, sobre todo, un libro acerca de la historia de una utopía, de cómo algunos querían construir sobre la tierra el reino de los cielos. El resultado fue un mar de sangre y millones de vidas humanas arruinadas.
El final del hombre soviético (2013) arranca de la muerte del imperio de los soviets entre lágrimas y maldiciones, pero los argumentos sobre el socialismo no murieron con esa desaparición. El hombre soviético se resistió a morir. El propio padre de la autora creyó en el comunismo hasta el final de su vida, y muchos de sus amigos también. Llegaron incluso a admitir que, si bien habían conocido el estalinismo, este no era auténtico comunismo. El comunismo constituía toda la existencia de aquellas personas. El comunismo era una religión secular con su propia concepción del bien y del mal. Sus partidarios integraron tanto su ideal en la vida de las personas que resultaría casi imposible de arrancar. Otra interesante observación de Alexievich es que los simpatizantes del comunismo han contemplado la vida desde una barricada, que siempre es un lugar peligroso para el ser humano. Estar en una barricada hace que la vista quede dominada por la niebla. No hay matices, ni colores. Somos incapaces de distinguir al ser humano que tenemos enfrente, y así, no es fácil despertar a la realidad.
Svetlana Alexievich vuelve en esta obra a sus paralelismos literarios, en este caso la novela El hombre anfibio (1928) de Alexander Beliaev (1884-1942), conocido como el Julio Verne ruso. Una peculiar criatura, Ictiandro, se aburre en la inmensidad del océano. Le gustaría ser como todos los seres humanos: vivir sobre la tierra y amar a una muchacha. Pero no será posible y morirá. Esta comparación sirve a la autora para subrayar la dificultad del paso del comunismo a la libertad. La mitificación de un ideal desemboca en el miedo a la verdad. Muchos ciudadanos de la URSS, en vísperas de la caída del comunismo, empezaron a ver como a un enemigo no solamente a la verdad sino también a la libertad. Comenzaba lo que nuestra escritora ha llamado un “tiempo de segunda mano”, el del triunfo de los hasta entonces denostados capitalismo y consumismo, lo que implicaría un modo de vivir carentes de ideales sublimes. Lo pequeño, lo insignificante, las preocupaciones ordinarias se convirtieron desde ahora en lo grande. Lo importante era tener dinero, y no haber leído la filosofía de Hegel, para extraer conclusiones.
¿Qué se entiende por libertad en la Rusia postsoviética? En la época comunista los ciudadanos la entendían como la ausencia del miedo, pero además crecieron en medio de la escasez y el racionamiento. Tras el fin del comunismo, la persona supuestamente más libre sería la que tiene la capacidad de elegir y comprar la mayor cantidad de productos en una tienda. Los representantes de las nuevas generaciones difundirán además la idea de la libertad interior, su libertad íntima, por no decir su privacidad, y le darán un valor absoluto. No tienen miedo a dar rienda suelta a sus propios instintos y deseos. Por el contrario, esperan conseguir mucho dinero para alcanzarlos. Pero lo cierto es, como afirma Alexievich, que la democracia no se importa como el petróleo o el gas, el chocolate suizo o los plátanos. Si no hay personas libres, tampoco existe la democracia.
Este concepto tan limitado de libertad sirve a Svetlana Alexievich para reflexionar acerca de la leyenda del Gran Inquisidor de Dostoievski, inserta en Los hermanos Karamazov. En la ciudad de Sevilla, el Gran Inquisidor reconoce en un prisionero a Jesús que ha vuelto a la tierra, pero le reprocha que haya venido a molestar a los hombres. La principal crítica del juez es que Dios haya dotado de libertad al hombre. Todo habría ido mejor si Cristo hubiera tomado la espada del César y proporcionado al ser humano un amor en el que depositar su conciencia. Así habría sido feliz, aunque fuera una felicidad sin libertad. La conclusión del Gran Inquisidor es que únicamente debe reinar sobre los hombres aquel que sea dueño de sus conciencias y tenga su pan en las manos, aquel que les convenza de no serán verdaderamente libres hasta que no le hayan confiado su libertad. Un texto de Dostoievski que es válido para todos los tiempos.
Más de un cuarto de siglo después de la caída del comunismo soviético, la gente aprecia el contraste de las desigualdades, la pobreza y la riqueza arrogante. Lo vemos en otros testimonios del libro de Alexievich. Algunos jóvenes se refugian en la nostalgia de lo que no conocieron y se visten con camisetas del Lenin y Che Guevara. Esos muchachos no consideran la revolución como un error. La revolución era una fiesta, todo el mundo era feliz y hay que celebrar perpetuamente la gran guerra patriótica. El sistema soviético ciertamente se construyó sobre sangre, pero, en la opinión de algunos, esto representaba la prueba de que era sólido como una roca. Otros expresan su admiración por Stalin, que para ellos es un gran patriota. En Internet florecen las páginas salpicadas de nostalgia. En todos ellas se saca la conclusión de que Rusia es un gran imperio que debe ser regido con mano de hierro y que existe una vía rusa específica para organizar la política. No se necesitan antiguos disidentes en la política y en el gobierno al estilo de un Vaclav Havel o un Andrei Sajarov. Tales personas no sirven para gobernar a Rusia. Lo que se requiere es un zar, un padre, un secretario general, un presidente… Un hombre de hierro. Ese hombre es ahora Vladimir Putin, dotado de tanto poder como el antiguo secretario general, pero ya no es comunista. Enarbola las banderas del nacionalismo y la fe ortodoxa, pero no la del marxismo-leninismo.
Svetlana Alexievich contempla a las que considera sus dos patrias, Rusia y Bielorrusia, con una mirada de desolación. Ve en ellas, especialmente en Rusia, una cierta histeria militarista como en los años de la URSS. Sus habitantes tienen la conciencia de ser personas humilladas por Occidente. Tal es el mensaje transmitido por sus gobiernos, y así no resulta difícil ver enemigos de todas partes. Las esperanzas de la perestroika de Gorbachov se desvanecieron progresivamente, aunque por un instante trajeron el espejismo de que estos países podían “normalizarse” e incorporarse al mundo occidental. En aquel momento, y en los primeros años del gobierno de Yeltsin, había continuas alabanzas a la democracia liberal y a la economía de mercado. Sin embargo, no fue eso lo que triunfó en Rusia sino un capitalismo de oligarcas y un mayor empobrecimiento de la gente. Esto explica que en poco tiempo el liberalismo político y el económico perdieran su atractivo. Cayó el sistema comunista, pero nunca habría un juicio de Núremberg para los comunistas, tal y como recalca un entrevistado en el libro, pues esos mismos comunistas son los que tomaron el poder. Muchos exmiembros del partido poseen ahora villas en Chipre o en Miami.
La Nobel bielorrusa señala además que Tolstoi sería una figura incómoda en la Rusia actual. La mayoría de los rusos seguiría dispuesta a leer sus relatos, pero rechazaría su filosofía: la de que la Historia se mueve más por los millones de seres anónimos que por los grandes hombres. Una infinidad de rusos siguen sin comprender esto. Tolstoi coincide con Alexievich en dar da protagonismo a las voces anónimas. La autora acierta plenamente al afirmar que, en Rusia, durante la la época de Yeltsin, empezó una vida en el estilo de Chejov, con personajes grises y sin historia, pues los valores del pasado fueron arrastrados por una corriente impetuosa, la que se llevó a un régimen por delante. Llegó así el tiempo de los nuevos ricos, más preocupados por el lujo que por cualquier tipo de moral. Solo tenían ojos para sus casas suntuosas o sus nuevos automóviles. Particularmente opino que muchos rusos de hoy se sentirían identificados con la obra teatral póstuma de Anton Chejov, El jardín de los cerezos. En ella, Ermolai Lopajin, nieto de un siervo y convertido ahora en un rico comerciante, se propone adquirir una gran finca, en cuyo centro existe un amplio jardín con cerezos, para construir en ella casas de vacaciones para el verano, aunque esto suponga talar el jardín. Los aristócratas propietarios de la finca están arruinados y serán incapaces de hacer nada para impedirlo. La comparación me parece adecuada, pues para muchas personas el Estado soviético era su jardín y sería destruido por unos arribistas sin escrúpulos, los oligarcas de la época de Yeltsin.
Algunos de los entrevistados en el libro de Svetlana Alexievich se quejan de la falta de ideales en la sociedad. La única aspiración de la mayoría es la de trabajar para hacer dinero. Y una vez más la autora escudriña en las fuentes de la literatura rusa para encontrar similitudes e inspiraciones. Evoca el teatro de Alexander Ostrovski (1823-1886), СКАЧАТЬ