Maleducada. Antonio Ortiz
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Название: Maleducada

Автор: Antonio Ortiz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789583061011

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СКАЧАТЬ eternidad de rodillas, expulsando demonios que se fueron por el retrete. Cuando me compuse un poco, aún mareada, salí y escuché a James maldiciendo. Abrí la puerta del cuarto de donde venían las groserías y pude divisar a Becka semidesnuda, sin blusa ni brasier: había vomitado y estaba en un estado lamentable. James estaba desnudo, untado de vómito en el pecho y de mal humor. Como pude traté de vestir a Becka, y con mucho esfuerzo le puse la blusa. Tenía los ojos completamente blancos, como un zombi. Le limpié la boca con una de las sábanas, y al ver el estado en el que se encontraba reaccioné violentamente e insulté a James.

      —¿Qué le hiciste? ¿Qué tomó? —le grité, pero estaba tan drogado o era tan pervertido, que me miró con lujuria.

      Bajó su voz y me dijo:

      —Desnúdate, pero no te vayas a vomitar como la perra de tu amiga.

      Lo empujé, lo saqué de la habitación y cerré con llave. Él golpeaba la puerta con fuerza; estaba asustada porque no sabía si la iba a tumbar. Me sentí deses­perada porque Becka no reaccionaba, y cada vez estaba peor. Pasaron casi diez minutos y nadie me ayudaba, aunque gritaba con todas mis fuerzas. Becka hacía ruidos extraños, como si roncara bajo el agua. Traté de moverla, pero no pude. Grité, pero por el ruido de la música seguían sin oírme. Se me quitó inmediatamente la borrachera y el mareo. Cuando pensé que todo estaba perdido, sentí un silencio sepulcral y los golpes en la puerta cesaron. Cuando volví a gritar, escuché la voz de una mujer que decía:

      —¡Abre la puerta, es la policía!

      Todo sucedió muy rápido: sirenas, policías, ambulancias, el maldito cielorraso del hospital, esa luz blanca del techo, el olor fatídico de ese lugar, el color blanco que te dice que todo está mal, las horas que pasan y no te dicen nada, las miradas que te juzgan y te acusan.

      Becka me abandonó para siempre el 11 de abril de 2012, a solo diez días de cumplir quince años. Los médicos dijeron que se había ahogado en su propio vómito y que ingirió un coctel mortal de éxtasis que no le permitió tener los sentidos para darse cuenta de lo que estaba pasando. Todos en la fiesta fueron arrestados y llevados a la comisaría. Los padres de los menores fueron a sacarlos del aprieto, y a los mayores los retuvieron por diferentes cargos, pero luego los dejaron en libertad. James solo tuvo dos cargos por exhibición indecente y por posesión de marihuana.

      Aunque investigaron para encontrar al responsable de la muerte de Becka, todos argumentaron que nadie le había suministrado las pastillas que ingirió y que nosotras habíamos llegado allí por nuestra cuenta. El abogado de James me despedazó en una audiencia, cuando sugirió que al mentir sobre nuestras edades y al maquillarnos nos hicimos responsables de nuestros actos. No sé cómo, pero una bolsa con marihuana y dos pastillas de éxtasis (Kermit y Love Herz) fueron encontradas en el bolso de Becka, lo cual le permitió a la policía deducir que Becka era una consumidora frecuente y que la combinación de pastillas y licor le había labrado su destino. Caso cerrado e impune.

      Recuerdo que estaba en la sala de espera de la clínica cuando Jossete y Abbey, con rostros de angustia, se acercaron en silencio y me abrazaron. No faltó decir una sola palabra para entender que era imposible para nosotras cambiar el resultado. Aquella mujercita fuerte a la que no se la veía llorar y que aconsejaba a las demás ya no estaría con nosotros, al menos no físicamente. Jamás había llorado con tanto sentimiento por algo o por alguien; sentí que ese día había muerto una parte de mí.

      Las lágrimas nublaban mi visión y no puedo recordar mis pensamientos. Solo sé que caminé hasta la habitación en la que estaba y vi su cuerpo pálido y sin vida cubierto por unas sábanas blancas, bajo ese maldito cielorraso, con esas lámparas que deslumbran y enceguecen. Se veía maltratada y golpeada, pero tranquila y callada. Como pude tomé su mano inerte, le dije lo mucho que lo sentía y lo mal que estaba por no haber podido hacer algo para ayudarla. Mis palabras salían acompañadas de lágrimas y dolor; estaba desolada con un nudo en el pecho, como si alguien se hubiese sentado allí; mi cuerpo no tenía fuerza y me sentía en un trance del cual no podía escapar. No me cabía en la cabeza que ella, mi mejor amiga, la única que se interesaba por mí, no fuera a despertar jamás. Pasaban los minutos y esperaba que abriera los ojos y me dijera: “Larguémonos de aquí”. Nunca sucedió. Me quedé los años por venir esperando verla cruzar por mi puerta y entender que todo esto era una pesadilla horrible que no acabaría nunca.

      Después me llevaron a Main House, donde tuve una crisis nerviosa. Las directivas pensaron que me quería suicidar, solo porque me había desmayado en el baño. No era para menos: me había cortado en piernas y brazos durante mi ya conocido y decadente ritual. Aun así el dolor del alma no me abandonaba, pero el corporal se hacía más profundo. Con mi “genialidad” decidí tomar una grapadora y clavarme los ganchos para “decorar” todo mi brazo desde la mano izquierda. Qué estúpida. Solo logré un problema mayúsculo y armar otro escándalo.

      El funeral de Becka fue muy triste. Me pidieron que dijera unas palabras y, aunque lo intenté, solo pude decirle adiós. No tuve el valor y tampoco estaba en las condiciones físicas para hacerlo: me encontraba en una silla de ruedas, consecuencia de mis “grandes” ideas de apagar el dolor. En fin, el llanto no me permitió decirle todo lo que quería; solo recuerdo su sonrisa, su voz y algunos de sus consejos. Días después, arreglando las cosas en el cuarto, encontré una especie de diario escrito por Becka. Tomé fuerzas para abrirlo, y de todas las historias que contaba, leí lo que había en unas páginas dedicadas a mí.

Diario

      Vi que me conocía muy bien y que sabía leer entre líneas todas mis emociones. Una vez más pensaba que cada vez que trataba de querer a alguien, algo malo le pasaba. Parecía que la vida se ensañaba conmigo y que solo tenía preparadas para mí desdicha y tristeza; pero en el verano de 2012 y “gracias” a la desafortunada muerte de Becka, las directivas de The Moldingham School se reunieron con mis padres y decidieron que lo que necesitaba era otro espacio, y que seguir allí sería un inconveniente para todos. En otras palabras, ¡me echaron! Mis padres gestionaron todo para que volviera a Colombia. El cambio de ambiente me vendría bien… o eso pensábamos.

Capítulo 2

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