Название: Un puñado de esperanzas 3
Автор: Irene Mendoza
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413485072
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—Ahora me toca a mí quitarte la ropa —dijo mordiéndose el labio con cara traviesa.
—Es lo justo —sonreí como un canalla—. ¿Y después?
—Después tengo pensado hacerte algunas cuantas cosas, pero… si te portas bien y me miras a los ojos y no a las tetas.
—No puedo, amor —reí haciendo un puchero.
—Sí que puedes.
Me reí y negué con la cabeza.
—Sabes lo que me gusta mirarte las tetas —dije tomándolas entre mis manos y besando cada una de ellas con suavidad.
—Vale, pues, entonces, para evitar que me las mires, voy a hacer algo.
E inmediatamente se levantó para coger la maleta y abrirla. Rebuscó, desordenándolo todo, sacó un pañuelo y vino con él hacia mí.
—Sé lo que quieres hacer con ese pañuelo —sonreí.
—Anda, calla, Gallagher.
Frank se puso detrás, me quitó la camisa y apoyó sus cálidos pechos en mi espalda desnuda mientras me ponía el pañuelo, tapando mis ojos y atándolo a la nuca. Al notar sus pezones duros y suaves presionando mi piel no pude evitar gruñir de gusto.
—¿Ves algo? —preguntó—. Y no mientas.
—No, nada. Palabra —dije levantando la mano y poniéndola sobre mi pecho, en el lado del corazón.
Supe que ella estaba sonriendo cuando acarició mis hombros y bajó sus manos por mis clavículas hasta mis pectorales, provocándome un suspiro. Las volvió a subir regalándome un masaje en la nuca.
—Estás muy tenso, chéri.
—Es por culpa de tu hija, mi vida.
—Nuestra hija, mon amour —dijo dejándome un suave beso en el cuello.
Volví a reír. Aquel juego estaba resultando muy divertido. Escuché cómo Frank se movía a mi alrededor colocándose delante, mientras yo continuaba sentado sobre la moqueta. Oí una cremallera y el sonido de una tela resbalando por la piel.
—Ahora túmbate —susurró.
Lo hice y se colocó de rodillas sobre mis muslos. Yo aún llevaba puestos los vaqueros. Ella ya se había quitado los pantalones porque noté su piel cálida rozando la mía. Quise comprobar algo más y extendí mi brazo tanteando hasta que mi mano se topó con el suave vello recortado de su sexo. Frank había decidido no depilarse más el vello púbico porque, en sus propias palabras, le parecía una tortura patriarcal absoluta que rayaba la pederastia y solo se lo recortaba. A mí me parecía bien lo que decidiese respecto a aquella delicada parte de su anatomía, no tenía que pedir mi opinión de ninguna manera, era su decisión y su precioso coño. Además, he de confesar que ese lugar tan íntimo es mucho más bonito adornado con un poco de suave pelo color canela. Soy antiguo hasta para eso.
Mis dedos rozaron el vello sedoso y resbalaron hacia sus pliegues mojados. Frank suspiró y yo intensifiqué las caricias sobre sus labios deslizándolas hasta dentro. Ella gimió y se removió sobre mi cuerpo. Enseguida me di cuenta de lo que pretendía porque noté cómo se colocaba justo encima de mi rostro. Aún con el pañuelo tapándome los ojos pude notar su aroma, su calor y escuchar su respiración agitada. Su piel es tan suave y cálida ahí abajo que nunca puedo resistir las ganas.
Elevé un poco mi cabeza y mis labios alcanzaron su sexo. Al momento me puse a saborearla. Mi boca chupaba, mi lengua lamía mientras mis manos acariciaban sus nalgas y sus muslos. Frank comenzó a gemir cada vez con más fuerza a medida que la punta de mi lengua alcanzaba el ritmo perfecto sobre su clítoris. Yo no paraba de gruñir sobre su carne tierna y empapada y ella no podía dejar de jadear mientras se balanceaba siguiendo la cadencia de mis labios succionando su delicioso sabor salado.
Gemí palabras que no pudo escuchar. El zumbido de mi voz contra ella, retumbando en su carne, la volvía tremendamente salvaje. No era importante lo que le decía, tan solo el sonido de su hombre disfrutando de su festín privado, de ella, de su esencia.
Metí uno de mis dedos entre sus pliegues y lo introduje entero en su interior, muy despacio. Frank gruñó de gusto. Lo saqué rozando y presionándola toda, y continué lamiéndola sin descanso, resoplando, abrumado por el dulce aroma a sexo y por los sonidos que emitía de puro placer. Volví a metérselo y volví a sacarlo, una y otra vez. Ella lloriqueaba muy bajito «sí, sí» mientras mi boca hacía brotar los primeros temblores de sus tiernas y ardientes entrañas. Mis manos presionaban sus nalgas. Las tomé entreabriéndola más y me afané en su clítoris ya duro e hinchado. Con cada nueva pasada de mi lengua conseguía un nuevo gemido maravilloso. Mis dedos mojados por sus fluidos le acariciaban los muslos y las nalgas ya empapadas. Uno de mis dedos recogió todo aquel néctar que brotaba de su interior y resbaló entre sus nalgas para comprobar cómo se abría. Introduje un dedo en cada entrada y justo en aquel momento Frank comenzó a palpitar sin control. Los espasmos y sus poderosos gritos orgásmicos me hacían temblar de placer. No dejé de lamerla mientras se agitaba desesperada sobre mi rostro.
Yo sabía que llegaba un momento, durante su orgasmo, en que incluso el más leve roce le resultaba casi insoportable de tanto placer que le causaba, así que paré de presionar y solo me dediqué a depositar suaves besos sobre su carne estremecida.
Poco a poco, Frank dejó de jadear y comenzó a respirar con menos afán. Me quitó el pañuelo y pude contemplar aquella sensualidad salvaje que emanaba de ella. Respiré con fuerza y sentí aquel dulce y antiguo dolor en mi pecho.
—Creo que este ha sido tu regalo, ¿verdad? —susurró.
—Exacto. Todo para ti —sonreí acariciando sus muslos temblorosos.
Yo no era un hombre que hiciese muchos regalos, pero todos mis besos y abrazos eran para ella y Frank lo sabía.
Se deslizó sobre mi cuerpo con una lujuriosa sonrisa en la cara y me soltó los vaqueros para tirar de ellos y dejarme completamente desnudo, liberándome. Yo estaba durísimo y casi me dolía. Sus dedos me acariciaron haciendo que mi miembro palpitara con fuerza y que se me escapase un quejido de placer. Miró mi erección y se pasó la lengua por los labios justo antes de sonreír.
—Tu turno, chéri.
Y se agachó para dedicarse a mí, para concederme el éxtasis con su boca. Mientras, Terence cantaba para nosotros:
Pero abrazarte a ti, significa dejar de lado el dolor.
Significa dejar de lado las lágrimas.
Significa dejar de lado la lluvia.
Significa dejarse curar las heridas.
Abrazándote a ti.
Capítulo 7
Missing You
«Duda que sean fuego las estrellas, duda que el sol se mueva, duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te amo».
William СКАЧАТЬ