Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington
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СКАЧАТЬ su padre.

      Ni siquiera notó su presencia y ella solo pudo observar horrorizada cómo abría la puerta del cuarto de la mujer.

      Entonces, todo pareció suceder a la vez.

      –¿Qué diablos hace aquí? –demandó con voz furiosa e incrédula mientras entraba, apartaba el sillón para las visitas y agarraba al hombre por el hombro de la chaqueta.

      Lexi se pegó aún más contra la pared.

      –¿Quién es usted y qué es lo que quiere? –la voz proyectaba una amenaza y fue lo bastante alta como para alertar al recepcionista, que alzó el auricular del teléfono–. ¿Y cómo ha introducido una cámara aquí? Yo me ocuparé de eso, parásito.

      La cámara salió volando por la puerta y se estrelló contra la pared próxima a ella, con tanta fuerza que la lente quedó aplastada. Para horror de Lexi, vio al hombre joven de la recepción sacar una cámara digital del bolsillo y empezar a tomar fotos de lo que sucedía dentro de la habitación desde la seguridad del pasillo. De pronto la quietud del hospital se llenó de gritos, del ruido del mobiliario y el equipo médico al romperse, de jarrones estrellándose contra el suelo, enfermeras corriendo y otros pacientes que salían de sus habitaciones para ver qué significaba todo ese ruido.

      La dominaron la conmoción y el miedo. Sencillamente, sus piernas se negaron a moverse.

      Estaba paralizada. Inmóvil. Y le era imposible apartar los ojos de esa habitación.

      La puerta se había cerrado a medias, pero pudo ver a su padre debatirse con el hombre del traje. Se empujaban contra la ventana de cristal y se le partió el corazón por la pobre mujer que permanecía tan quieta en la cama, ajena a la lucha que había estallado allí mismo.

      La puerta se abrió y su padre trastabilló hacia el pasillo, con el brazo izquierdo levantado para protegerse. Lexi se cubrió la boca con ambas manos mientras el atractivo desconocido echaba hacia atrás el brazo derecho y le daba un puñetazo en la cara, tumbándolo en el suelo justo a sus pies.

      El desconocido se acercó, levantó a su padre del suelo por las solapas de la chaqueta y comenzó a zarandearlo con tanto vigor que Lexi sintió náuseas. Gritó.

      –¡Pare ya… por favor! ¡Es mi padre!

      Lo tiró al suelo otra vez con un ruido sordo. Ella cayó de rodillas y apoyó la mano en el pecho agitado de su padre mientras él se incorporaba sobre un codo y se frotaba la mandíbula. Solo entonces alzó la vista a la cara del agresor. Y lo que vio en ella hizo que reculara horrorizada.

      El atractivo rostro estaba retorcido en una máscara de ira y furia que apenas lo hacía reconocible.

      –¿Su padre? De modo que funciona así. Ha empleado a su propia hija como cómplice. Perfecto.

      Retrocedió moviendo la cabeza y tratando de alisarse la chaqueta mientras unos guardias de seguridad se arremolinaban en torno a él y las enfermeras corrían a la habitación de la paciente.

      –Felicidades –añadió–, ha conseguido lo que vino a buscar.

      La mirada penetrante de esos ojos tan azules como un mar tormentoso se clavó en ella como si tratara de atravesarle el cráneo.

      –Espero que se sienta satisfecha –agregó con expresión de desagrado y desprecio antes de girar la cabeza, como si no pudiera tolerar más mirar a ninguna de esas personas.

      –¡Yo no lo sabía! –explicó ella–. No sabía nada de esto. Por favor, créame.

      Él estuvo a punto de girarse, pero solo se encogió de hombros y regresó al dormitorio, cerrando a su espalda y dejándola arrodillada en el suelo del hospital, dominada por las náuseas producidas por la conmoción, el miedo y la más abyecta humillación.

      Capítulo 1

      Cinco meses después

      La voz de su madre se oía con tanta claridad en el teléfono que tenía pegado al oído, que costaba creer que se hallara a cientos de kilómetros de distancia en el sótano de un histórico teatro londinense mientras ella avanzaba por un camino comarcal de la campiña de Paxos, en Grecia.

      –Ya sabes cómo funciona esto –respondió a la pregunta de su madre–. Así, de repente. La agencia me ha enviado a Grecia, ya que soy la especialista oficial cuando se trata de escribir biografías para otros. He de reconocer que desde que bajé del hidroavión procedente de Corfú no he visto a ningún habitante local, con la excepción de unas cabras. Y también que hace mucho calor.

      –Una isla griega en junio… no sabes cuánto te envidio –su madre suspiró–. Es una pena que tengas que trabajar, pero lo compensaremos cuando vuelvas. Eso me recuerda que esta mañana hablé con un joven actor muy agradable al que le encantaría conocerte, y no me quedó más alternativa que invitarlo a mi fiesta de compromiso. Estoy segura de que te gustará.

      –Oh, no, mamá. Te adoro y sé que tienes buenas intenciones, pero basta de actores. En especial después del desastre con Adam. De hecho, hazme el favor de dejar de buscarme novio. Estoy bien –insistió, tratando de contener la ansiedad de su voz y cambiando de tema–. Tienes cosas mucho más importantes que arreglar que preocuparte por un novio para mí. ¿Has encontrado ya local para la fiesta? Espero algo deslumbrante.

      –No me hables de eso. Los parientes de Patrick parecen aumentar por momentos. Creía que cuatro hijas y tres nietos eran más que suficientes, pero quiere que asista toda la tribu. Es tan anticuado para esas cosas… ¿Sabes que ni siquiera acepta acostarse conmigo hasta que tenga en el dedo el anillo de su abuela?

      –¡Mamá!

      –Ya lo sé, pero ¿qué puede hacer una chica? Es tan atractivo… y estoy loca por él. Bueno, he de irme, tengo que buscar capillas góticas. No te preocupes, te lo contaré todo cuando vuelvas.

      Frenó ante el primer camino de acceso que había visto hasta el momento.

      –Ah… creo que ya he llegado a la casa de mi cliente. Al fin. Deséame suerte.

      –Lo haría si la necesitaras, lo que no es así. Llámame en cuanto regreses a Londres. Quiero saberlo todo sobre el misterioso cliente con el que vas a trabajar. No te preocupes por mí. Tú intenta disfrutar. Ciao, preciosa.

      Colgó, dejándola sola en la silenciosa campiña.

      Alzó la vista hacia las letras talladas en una placa de piedra, luego comprobó bien la dirección que había apuntado unas cinco horas antes mientras esperaba que su equipaje apareciera en el aeropuerto de Corfú.

      Sí, había llegado a la Villa Ares. ¿Ares no era el dios griego de la guerra? Curioso nombre para una casa.

      Volvió a arrancar el coche de alquiler y condujo despacio por un camino de grava que terminaba en curva alrededor de una larga casa blanca de una planta antes de detenerse.

      Guardó el teléfono y permaneció quieta unos minutos para asimilar la asombrosa belleza de la villa. Por la ventanilla abierta inhaló hondo el aire caliente y seco, fragante con el aroma de los naranjos en flor que había al final del sendero. Los únicos sonidos eran el de los pájaros en los olivares y el suave movimiento del agua de la piscina.

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