La Chica Y El Elefante De Hannibal. Charley Brindley
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Название: La Chica Y El Elefante De Hannibal

Автор: Charley Brindley

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Историческая литература

Серия:

isbn: 9788835416616

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СКАЧАТЬ algo sobre una visita a Lotaz. Sus tres amigos aceptaron con entusiasmo.

      Cuando el sonido de sus voces se perdió por el camino, Yzebel entró en la tienda y yo recogí lo que los cuatro hombres habían dejado como pago por su cena. No era mucho; una pequeña moneda de plata, una cadena de oro con una piedra azul colgante y tres monedas de cobre. Las añadí al resto de las ganancias de la noche en la primera mesa.

      —Mira lo que tengo —dijo Yzebel.

      Me volví y mis ojos se abrieron de par en par ante lo que me mostraba.

      —Has salvado una barra de pan.

      —Sí —dijo Yzebel con una sonrisa—. Como hiciste tú anoche.

      Disfrutamos comiendo nuestro pan tranquilos mientras clasificábamos los artículos que quedaban en las mesas.

      —¿Qué era esa cosa horrible que Sakul quemó en su cuenco? —le pregunté a Yzebel.

      —Hojas de la planta del cáñamo. El humo emborracha a los hombres más que el vino.

      —Me hizo enfermar.

      Jabnet apuntó su barbilla hacia mí y le dijo a Yzebel:

      —Ella no es tu hija.

      Lo miré fijamente, tratando de entender lo que quería decir. Entonces recordé a Yzebel diciéndole a Sakul que no tocara a sus hijos.

      Yzebel arrugó su frente y estudió la cara de su hijo por un momento.

      —Ella es mía si quiere. —Me hizo un guiño.

      Sonreí y asentí, tomando otro bocado de mi pan. Por mí, Jabnet podía quedarse todo el montón de monedas y joyas, Yzebel acababa de darme algo mucho más valioso.

      Terminamos nuestra escasa cena y luego el malhumorado Jabnet se fue a la cama sin siquiera dar las buenas noches a su madre.

      —Buenas noches, Jabnet —susurró ella mientras cogía una pequeña moneda y la dejaba de nuevo en la mesa.

      —¿Quién dejó esto? —me preguntó, sosteniendo una pieza de joyería.

      —Sakul.

      —¿En serio?

      —Sí.

      —Acerca la lámpara. Quiero ver algo.

      Llevé la lámpara hacia Yzebel, y ella observó la cadena de oro con la pequeña piedra azul delante de la llama. Sonrió y la movió lentamente para que se interpusiera entre la luz parpadeante y yo.

      —¡Yzebel! —grité—. ¡Una estrella!

      Ella sonrió.

      —Una estrella perfecta —dije, contando con los dedos—. Con seis puntos que salen así. —Con la luz atravesándola, la piedra azul pálido se convertía en un brillante azul-verde, como el agua y el cielo mezclados—. Es una estrella de zafiro, del lejano este, de las mismas tierras de donde provienen las especias. Esta es una piedra muy valiosa.

      Yzebel me miró fijamente, obviamente sorprendida por mis palabras. La miré y después a la piedra otra vez.

      —¿Cómo puedes saber eso? —preguntó, estudiando el zafiro.

      Me encogí de hombros y agité la cabeza.

      —No tengo ni idea. Salió solo de mi boca.

      —Una cosa es segura, has visto una piedra como esta antes.

      —Sí, pero ¿dónde?

      —Conoces la piedra por su nombre, de dónde viene, y algo sobre su valor.

      Asentí, pero estaba desconcertada.

      —Ese cabeza de buey de Sakul ni siquiera sabía lo que tenía.

      Yzebel me levantó una ceja.

      —¿No crees?

      —Dudo que sepa distinguir un zafiro de los nudillos de un cerdo. Pensó que nos había dejado una baratija sin valor.

      —Tal vez nos dio su posesión más valiosa.

      Le levanté una ceja a Yzebel, haciéndola reír.

      —Mañana —dijo—, iremos a Bostar y veremos qué piensa él de esto.

      —Sí, podría darnos veinte panes por ese zafiro.

      —¡Ja! Si es un zafiro estrella como dices, podría cambiarnos toda su panadería por él. Hornos, mesas, carros de bueyes, tienda y todo.

      —¿En serio? —Pensé por un momento—. Entonces podríamos hornear nuestro propio pan y cambiar los panes por algodón.

      —¿Algodón? ¿Por qué algodón?

      —Para hacer hilo.

      —No sé nada de hilar. ¿Y tú?

      —Podría aprender.

      —Averigüemos lo que vale esta piedrita antes de ir a hornear pan y hacer hilo —dijo.

      * * * * *

      Esa noche esperé a que Yzebel durmiera profundamente antes de escabullirme.

      Cuando llegué a la tienda de la esclava, el cesto de algodón y la rueca habían desaparecido. No sabía qué pensar, si bueno o malo, pero algo había pasado desde que pasé por allí con el pan antes del atardecer.

      Me tomó un solo instante decidir qué hacer. Con la mano en el costado, corrí por el sendero que subía la ladera de Stonebreak Hill y entré en el bosque. Seguí el camino que Tin Tin Ban Sunia y yo habíamos tomado con la cesta de hilo y llegué a la cabaña solitaria donde vivía el gordo peludo.

      La luz de la luna proyectaba sombras negras a lo largo del camino. Corrí hacia uno de los árboles y me apreté contra el tronco, escondiéndome tras él para ver la cabaña. Los únicos sonidos que se oían eran los ladridos de un perro en algún lugar del campamento principal y mi respiración jadeante. Nada se movía en ningún sitio. Corrí a otro árbol más cercano a la puerta principal y me quedé completamente quieta, escuchando. Nada, ni un sonido del interior.

      Me agazapé al lado de la cabaña y me asomé a una ventana, pero estaba cerrada. Después, me dirigí a la parte de atrás y encontré otra ventana con los postigos abiertos. Me acerqué con cuidado al borde para mirar dentro, pero estaba muy oscuro. Pasé por debajo para mirar desde el otro lado, seguía sin ver nada. Me aplasté contra la pared y escuché. Percibí un sonido débil, como una respiración pesada, pero quizá era solo mi propia respiración entrecortada y el latido de mi corazón.

      Si hubiera sido más valiente, me habría deslizado dentro y tratado de encontrar a Tin Tin Ban Sunia en la oscuridad, pero solo habría logrado que la golpearan de nuevo.

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