Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1. Блейк Пирс
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1 - Блейк Пирс страница 2

СКАЧАТЬ Se suponía que este sería el día.

      Sentado en el asiento delantero de su furgoneta, intentaba controlar lo que a él le gustaba llamar su yo original. Era su yo original el que afloraba cuando estaba haciendo sus experimentos especiales con los especímenes allá en su casa. Era su yo original el que le permitía ignorar los gritos y las súplicas de esos especímenes para poder concentrarse en su importante trabajo.

      Tenía que mantener bien oculto su yo original. Se recordó a sí mismo que debía llamarlas chicas y no especímenes. Se recordó a sí mismo que debía usar nombres propios como Ashley. Se recordó a sí mismo que para otras personas él parecía completamente normal, y que si actuaba de esa manera, nadie podría decir qué merodeaba en su corazón.

      Lo había estado haciendo durante años, actuar de forma normal. Algunas personas incluso le consideraban tranquilo. Eso le gustaba. Significaba que era un gran actor. Y al actuar de forma normal casi todo el tiempo, de alguna manera se había labrado una vida, una que algunos podrían incluso envidiar. Podía ocultarse a plena vista.

      Aún así, ahora mismo podía sentirlo explotar dentro de su pecho, suplicando que lo dejara salir. El deseo le estaba restando fuerzas, tenía que controlarlo.

      Cerró sus ojos y respiró profundamente varias veces, tratando de recordar las instrucciones. Con la última respiración, inhaló durante cinco segundos para después exhalar lentamente, dejando que el sonido que había aprendido saliera de su boca lentamente.

      –Ohhhmmm…

      Abrió los ojos y sintió una oleada de alivio. Las dos amigas habían girado hacia el oeste por la Avenida Clubhouse, hacia la costa. Ashley continuó sola hacia el sur por Main Street, cerca del parque canino.

      Había tardes en las que ella se quedaba por allí, mirando a los perros correr tras las pelotas de tenis por el suelo cubierto de trocitos de madera. Pero hoy no. Hoy ella caminaba con un propósito, como si tuviera que estar en algún lugar.

      Si ella hubiera sabido lo que se avecinaba, no se hubiera molestado en ir.

      Ese pensamiento le hizo sonreír para sí mismo.

      Siempre había pensado que ella era atractiva. Admiró de nuevo su cuerpo de surfista, esbelto y atlético, mientras poco a poco se acercaba hacia ella, viniendo por detrás a lo largo de la calle, pendiente de dejar que pasara el alegre desfile de estudiantes. Ella llevaba una falda rosa que le llegaba justo por encima de las rodillas y un top azul vivo que se amoldaba a su figura.

      Entonces dio el paso.

      Una tibia serenidad le invadió. Encendió el poco convencional cigarrillo electrónico que estaba encima de la guantera central de la furgoneta y pisó con suavidad el acelerador.

      Paró la furgoneta al lado de ella y la llamó por la ventana abierta junto al asiento del copiloto.

      –Eh.

      Al principio la cogió por sorpresa. Entrecerró los ojos para mirar hacia el interior del vehículo, pues no podía ver de quién se trataba.

      –Soy yo —dijo él como si nada. Aparcó la furgoneta, se inclinó y abrió la puerta del copiloto para que ella pudiera ver quién era.

      Ella se inclinó un poco para velo mejor. Al cabo de un instante, él vio en el rostro de ella que le había reconocido.

      –Ah, hola. Lo siento —se disculpó.

      –No hay problema —le aseguró él, antes de dar una larga calada.

      Ella miró con más detenimiento el objeto que él tenía en la mano.

      –Nunca había visto uno así.

      –¿Quieres probarlo? —le ofreció de la manera más informal que pudo.

      Ella asintió y se acercó, inclinándose hacia dentro. Él se inclinó hacia ella también, como si fuera a quitárselo de la boca para dárselo a ella. Pero cuando ella estaba a un metro de distancia, él pulsó un botoncito del aparato, lo que causó que un pequeño cierre se abriera y esparciera una sustancia química en el rostro de ella, en forma de pequeña nube. A la vez, él se colocó una máscara delante de la nariz, para no aspirar la sustancia.

      Fue tan sutil y silencioso que Ashley ni siquiera lo notó. Antes de que pudiera reaccionar, se le empezaron a cerrar los ojos, y empezó a desplomársele el cuerpo.

      Ella ya estaba cayendo hacia delante, perdiendo la conciencia, y lo único que él tuvo que hacer fue extender los brazos e introducirla en el asiento del pasajero. Para alguien que lo viera por casualidad, podría incluso verse como si ella hubiera subido voluntariamente.

      Su corazón palpitaba con fuerza pero se record a sí mismo que debía mantener la calma. Ya había llegado hasta aquí.

      Pasó el brazo por encima del espécimen, tiró de la puerta del copiloto para cerrarla, abrochó bien el cinturón de seguridad a ella y después el suyo. Finalmente, se permitió respirar una sola vez, lenta y profundamente.

      Después de asegurarse de que todo estaba despejado, arrancó.

      Enseguida se unió al tráfico de media tarde del Sur de California, confundiéndose como otro conductor más, tratando de navegar en un océano de humanidad.

      CAPÍTULO UNO

      Lunes

      Al caer la tarde

      La detective Keri Locke se suplicaba a sí misma a no hacerlo esta vez. Como la detective de más bajo rango en la División Pacífico Los Ángeles Oeste Unidad de Personas Desaparecidas, se esperaba que trabajara más duro que cualquier otro en la división. Y como mujer de treinta y cinco años que se había unido a la fuerza hacía apenas cuatro, a menudo sentía que se esperaba que ella fuese la policía más trabajadora de todo el Departamento de Policía de Los Ángeles. No podía darse el lujo de que pareciera que se estaba tomando un descanso.

      A su alrededor, el departamento rebosaba de actividad. Una anciana de origen hispano estaba sentada junto a un escritorio cercano, poniendo una denuncia por el robo de una cartera. Al otro lado de la sala, estaban fichando a un ladrón de coches. Era una típica tarde en la que ahora era su nueva vida. Pero la ansia seguía allí, recurrente, consumiéndola, negándose a ser ignorada.

      Se dejó llevar. Se levantó y se dirigió a la ventana que daba al Culver Boulevard. Se paró allí y casi pudo ver su reflejo. Con el resplandor vacilante del sol del atardecer, ella parecía medio humana, medio fantasma.

      Así era cómo se sentía. Sabía que, objetivamente, era una mujer atractiva. Un metro setenta de estatura y alrededor de 59 kilos —60 si era honesta—, con el pelo rubio cenizo y una figura que con una maternidad de por medio había permanecido intacta, todavía llamaba la atención.

      Pero si la miraban más de cerca, verían que sus ojos marrones estaban enrojecidos y lacrimosos, su frente era un ovillo de líneas prematuras y su piel en ocasiones tenía la palidez, bueno, de un fantasma.

      Al igual que en la mayoría de las jornadas, ella vestía una sencilla blusa, ajustada dentro de pantalones negros, y zapatos bajos de color negro que se veían profesionales y eran fáciles de llevar. Llevaba el pelo recogido hacia atrás en una cola de caballo. Era su uniforme no oficial. Casi la única cosa que cambiaba diariamente era el color de la parte de arriba. Todo ello reforzaba su sentir de que estaba dejando pasar СКАЧАТЬ