Название: La princesa de papel
Автор: Erin Watt
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Los Royal
isbn: 9788416224616
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No hay muchos trabajos que una chica de diecisiete años pueda hacer a media jornada y con el que pueda pagar las facturas. Y ninguno de ellos es legal. Transportar drogas. Estafar. Desnudarse. Yo elegí el último.
—¡Joder, tía, eso es genial! —exclama George—. Tengo un hueco esta noche. Puedes ser la tercera bailarina. Lleva el uniforme de colegiala católica. A los tíos les encantará.
—¿Cuánto por esta noche?
—¿Cuánto qué?
—Dinero, George. ¿Cuánta pasta?
—Quinientos y la propina que consigas. Si quieres hacer bailes privados, te daré cien por baile.
Joder. Podría conseguir fácilmente mil dólares esta noche. Empujo toda mi ansiedad e incomodidad al fondo de mi mente. No es hora de tener un debate moral interno. Necesito el dinero, y desnudarme es una de las formas más seguras de conseguirlo.
—Ahí estaré. Reserva todos los que puedas.
Capítulo 2
Daddy G’s es un cuchitril, pero está mucho mejor que otros clubs de Kirkwood. Aunque es como decir «Muerde este pollo podrido. No está tan verde y mohoso como otros trozos». Aun así, el dinero es dinero.
La aparición de Callum Royal en el instituto me ha hecho darle vueltas a la cabeza todo el día. Si tuviese un portátil y conexión a internet, lo habría buscado en Google, pero mi viejo ordenador está roto y no tengo dinero para sustituirlo. Tampoco quería hacer la caminata hasta la biblioteca para usar uno de los que tienen allí. Es una estupidez, pero tenía miedo de que Royal me tendiese una emboscada en la calle si me marchaba del apartamento.
¿Quién es? ¿Y por qué piensa que es mi tutor legal? Mamá nunca mencionó su nombre. Antes, durante un momento, me he preguntado si sería mi padre, pero esos papeles decían que mi padre también había fallecido. Y, a menos que mamá me hubiera mentido, sé que mi padre no se llamaba Callum. Se llamaba Steve.
Steve. Siempre he pensado que se lo inventó. Como cuando tu hijo te dice «Mamá, háblame de papá» y tú te encuentras en un aprieto y sueltas de golpe el primer nombre que te viene a la cabeza: «Esto… se llamaba, eh, Steve, cielo».
Pero odio pensar que mamá me mintió. Siempre habíamos sido sinceras la una con la otra.
Intento olvidarme de Callum Royal porque esta noche es mi debut en Daddy G’s y no puedo dejar que un extraño de mediana edad vestido con un traje de mil dólares me distraiga. Ya hay suficientes hombres de mediana edad en este sitio para ocupar mis pensamientos.
El local está lleno. Supongo que la noche de la escuela católica es una gran atracción en Daddy G’s. Las mesas y los reservados de la zona principal están todos ocupados, pero la planta superior que acoge la sala vip está desierta. No me sorprende. No hay muchos vips en Kirkwood, un pueblo de Tennessee a las afueras de Knoxville. Es un pueblo de gente trabajadora, la mayoría de clase baja. Si ganas más de cuarenta mil dólares al año se te considera asquerosamente rico. Por eso lo elegí. Los alquileres están baratos y el sistema de educación pública es decente.
El vestuario está en la parte de atrás. Está abarrotado. Mujeres medio desnudas me miran al pasar por la puerta. Algunas asienten, un par sonríen y después vuelven a centrarse en ajustarse los ligueros o maquillarse con lo que tienen en sus tocadores.
Solo una se acerca rápidamente a mí.
—¿Cenicienta? —me pregunta.
Yo asiento. Es el nombre artístico que he estado usando en Miss Candy’s. Parecía apropiado en su momento, ya que en inglés es Cinderella, y yo me llamo Ella.
—Soy Rose. George me ha pedido que te enseñe todo esta noche.
Siempre hay una mamá gallina en cada club, una mujer mayor que se ha dado cuenta de que está perdiendo la lucha contra la gravedad y decide hacerse útil de otra forma. En Miss Candy’s era Tina, la madura rubia teñida que me acogió bajo su ala desde el primer momento. Aquí es la madura pelirroja Rose, que cacarea mientras me guía hacia el perchero de metal con los trajes.
Extiendo la mano hacia el uniforme de colegiala, pero ella la intercepta.
—No, eso es para después. Ponte esto.
Antes de que me dé cuenta, me está ayudando a ponerme un corsé negro con lazos entrecruzados y un tanga negro de encaje.
—¿Voy a bailar con esto? —Apenas puedo respirar con el corsé, por no hablar de llegar adonde se desata.
—Olvídate de lo de arriba. —Rose ríe cuando percibe mi respiración entrecortada—. Limítate a menear ese trasero y a bailar en la barra del tipo rico y todo irá bien.
La miro perpleja.
—Pensé que estaría en el escenario.
—¿George no te lo ha dicho? Ahora vas a hacer un baile privado en la sala vip.
¿Qué? Pero si acabo de llegar. Según mi experiencia en Miss Candy’s, normalmente se baila en el escenario varias veces antes de que alguno de los clientes pida un espectáculo privado.
—Debe de ser uno de los clientes habituales de tu antiguo club —sugiere Rose cuando observa mi confusión—. El tipo rico ha entrado como si fuese el dueño del local, le ha dado a George quinientos pavos y le ha dicho que te lleve. —Me guiña un ojo—. Juega bien tus cartas y le sacarás más billetes.
Después se va. Fija su atención de una bailarina a otra mientras yo debato conmigo misma si todo esto ha sido un error.
Me gusta fingir que soy dura, y sí, lo soy, hasta cierto punto. He sido pobre y he pasado hambre. Me ha criado una stripper. Sé pegar un puñetazo si tengo que hacerlo. Pero solo tengo diecisiete años. A veces parece demasiado poco para vivir lo que yo he vivido. A veces, miro a mi alrededor y pienso «No debería estar aquí».
Pero estoy aquí. Estoy aquí, sin blanca, y si quiero ser la chica normal que intento ser con todas mis fuerzas necesito salir de este vestuario y bailar en la barra del señor vip, tal y como ha señalado Rose con tanta dulzura.
George aparece cuando salgo al vestíbulo. Es un hombre fornido con barba abundante y ojos amables
—¿Te ha hablado Rose del cliente? Está esperándote.
Asiento y trago saliva, incómoda.
—No tengo que hacer nada sofisticado, ¿no? ¿Solo es un baile privado normal?
Él ríe.
—Haz todos los movimientos sofisticados que quieras, pero si te toca, Bruno lo sacará a rastras a la calle.
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