Un Helado Para Henry. Emanuele Cerquiglini
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Название: Un Helado Para Henry

Автор: Emanuele Cerquiglini

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Зарубежные детективы

Серия:

isbn: 9788885356344

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СКАЧАТЬ casarse con esa mujer no ha sido una mala idea, ¿no?» le preguntó Jim a Ted quitándole de las manos uno de los cubos de pollo frito.

      Â«Puedes estar seguro, amigo, aunque se tenga que drogar con Viagra, ¡ese canalla!»

      Â«A lo mejor a él le gusta…»

      Â«Es peor que estar con un hombre, Jim. Es imposible que le gusta; ¡es solamente interés!» dijo Ted con un tono de sabiondo.

      Â«No hay nada peor que estar con un hombre. Por lo que a mí respecta, yo preferiría una oveja, ¡al menos es hembra!» dijo Jim con una expresión de disgusto.

      Â«Le he oído decir a mi ex mujer que en realidad los homófobos son homosexuales reprimidos, amigo…» respondió Ted mordiendo un trozo de pollo para esconder una risa.

      Â«No es mi caso. No es que tenga algo en contra de ellos, pero deben estar a diez metros de distancia de mí. Que hagan lo que quieran con su culo, pero yo no quiero saberlo y al mío no se tienen que acercar…Ah, gracias por el pollo y por la birra, amigo, ¡y no te ahogues!» dijo Jim antes de probar el primer bocado de pollo, mientras que Ted tosía por culpa del suyo, que riendo se le había ido por el otro lado.

      Â«Bebe, amigo. No me gustaría tener un cadáver en el taller…» dijo irónicamente Jim, mientras Ted se recuperaba de ese falso ahogamiento tragando la cerveza y dejándola a mitad.

      Â«Â¿Cómo está mi jeep?» preguntó Ted, después de haberse bebido la otra mitad de la cerveza y haber tirado la lata en la papelera.

      Â«Â¡Una bomba, Ted, es resistente como un tanque!»

      Â«Una vez sabían hacer las cosas bien…¡Ahora todo es basura!» dijo Ted antes de abrir otra cerveza y dar un gran trago.

      Â«Pues sí…» dijo Jim mirando al reloj que daba casi las doce.

      Ted Burton se dejó llevar por un eructo liberador, que al salir por su imponente caja torácica resonó tanto que hizo girarse a los dos guardias privados contratados por Ronald Howard para vigilar su Mercedes.

      â€‹CAPÍTULO 4

      

      

      

      

      Henry había pasado la primera de las dos horas que tenía para hacer los ejercicios de matemáticas cumpliendo cuatro acciones repetitivas, caracterizadas por movimientos suaves del cuello: el primero a la izquierda para mirar fuera de la ventana; el segundo a la derecha para espiar lo que Nicolas, su compañero de mesa, estaba haciendo en su folio a cuadros; el tercero hacia delante para asegurarse de que la profesora Anderson estuviese mirando a otra parte y el cuarto hacia delante a la derecha para buscar con la mirada la complicidad de Joanna, la cual estaba concentradísima, con la cabeza inclinada sobre la mesa y escribiendo cálculos imposibles para Henry.

      Â«No sé hacerlo…» susurró Henry a Nicolas.

      Â«Entonces intenta copiarte» le respondió Nicolas en voz baja sin ni siquiera mirarlo.

      Henry se habría copiado, pero Nicolas ya estaba ocupado en escribir la tercera página de cálculos y él todavía estaba por la primera.

      â€œA quién le importa”, pensó Henry girando la página e iniciando a copiar lo poco que podía ver del folio de Nicolas.

      â€‹CAPÍTULO 5

      

      

      

      

      En Nueva York, Barbara Harrison estaba atravesando rápidamente el Central Park de norte a sur. Ni el calor ni el frío le podía hacer renunciar a su entrenamiento diario, aunque en ocasiones estaba obligada a saltárselo por cuestiones de trabajo, y en ese caso se contentaba con la cinta de correr de su apartamento o del gimnasio de los hoteles cuando estaba fuera de la ciudad.

      A la una tenía una cita con Robert, comería con él – se habían perdonado por teléfono la noche antes – y por la tarde saldrían juntos para pasar el fin de semana en Maine, donde Robert tenía una cabaña en el bosque, que Barbara consideraba su refugio romántico.

      Robert tenía cuarenta y siete años, una carrera en auge y quería que la relación con Barbara fuese más seria. No es que a ella no le gustase Robert y no hubiese pensado en pasar a otro nivel, salían desde hace cualquier año, pero él parecía no comprender los horarios laborales de ella. Ella podía estar presente una semana entera y después desaparecer completamente durante días o, en el peor de los casos, durante semanas. Esto volvía loco a Robert, pero para Barbara su trabajo iba antes que nada, aunque desde hace algunas semanas, justo después de que Robert se alejase de ella, había considerado a Robert la prioridad de su vida.

      Barbara tenía ya cuarenta y dos años y si quería ser madre, tendría que darse prisa para no parecer más adelante la abuela de su hijo mientras le acompaña a su primer día de colegio.

      A ella le gustaba estar en el campo, era una mujer que amaba moverse y prefería la acción a la vida sedentaria de la oficina, pero al fin y al cabo, de su carrera ya había obtenido todo lo que deseaba y, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo, había evitado una vida privada más de lo que hubiese querido imaginar. Estaba preparada para cambiar las tornas porque amaba a aquel hombre y sabía que no encontraría a otro como él; preferiría quedarse sola. “Una solterona vestida como un hombre y con un pésimo carácter. Eso es lo que seré”, pensó Barbara por la West Drive, mientras se dirigía al sur del Central Park alargando su camino para alcanzar la East Drive, desde donde después saldría por la setenta y dos, en dirección a su apartamento, con el tiempo justo para ducharse y cerrar la maleta.

      â€‹CAPÍTULO 6

      

      

      

      

      Robert Brown había reservado en Erminia, un restaurante italiano en el Upper East Side, que desde hace tiempo estaba en el top ten de la Eyewitness travel.

      Barbara era de origen italiano y Robert sabía que apreciaría esa cucina, aunque sus orígenes llegaban solo hasta su abuela materna y ella nunca había visitado el “bello país”.

      En Maine, Robert le pediría la mano y quería que todo saliese perfecto. Amaba a esa mujer y quería que ella fuese su esposa. Se СКАЧАТЬ