Germana. About Edmond
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Название: Germana

Автор: About Edmond

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      – Ya se lo traigo a usted, señor duque, y no tiene usted más que tomarlo.

      Los ojos del duque brillaron como los de un gato en la obscuridad.

      – ¡Hable usted, pues! – exclamó – . ¡Me tiene usted en ascuas!

      – Antes de pasar adelante, señor duque, debo recordarle que desde hace tres años soy el mejor amigo de la casa.

      – Puede usted decir el único sin temor a ser desmentido.

      – El honor de su nombre me es tan caro como a usted mismo, y si…

      – ¡Va bien! ¡va bien!

      – No olvide usted que la vida de la señora duquesa está en peligro y que yo respondo de salvarla, puesto que usted me proporciona los medios.

      – ¡Qué diablo! Es usted el que me los proporciona a mí. Hace una hora que me está usted hablando como el peripatético del Matrimonio forzado. ¡Al grano, doctor, al grano!

      – A eso voy. ¿Ha visto usted nunca en París al conde de Villanera?

      – ¿Al de los caballos negros?

      – Precisamente.

      – ¡El más hermoso tronco de París!

      – Don Diego Gómez de Villanera es el último vástago de una ilustre familia napolitana transplantada a España durante el reinado de Carlos V. Su fortuna es la más grande de toda la península; si cultivase sus tierras y explotase sus minas, sus rentas no bajarían de dos o tres millones. Así y todo, tiene millón y medio de renta, un poco menos que el príncipe de Isupoff, treinta y dos años, una figura agradable, una educación exquisita, un carácter caballeroso…

      – Y a la señora de Chermidy, puede usted añadir.

      – Puesto que usted sabe eso, me abrevia el camino. El conde, por razones que ahora sería muy largo exponer, desea abandonar a la señora de Chermidy y unirse, con arreglo a su jerarquía, con una de las más ilustres familias. Se preocupa tan poco de los bienes de su futura, que asegurará a su suegro una renta de cincuenta mil francos. El suegro que él desea es usted, y me ha encargado que explore sus disposiciones. Si usted accede, él vendrá hoy mismo a pedirle la mano de la señorita Germana y dentro de quince días se habrá celebrado la boda.

      Por de pronto, el duque saltó al suelo y miró fijamente al doctor.

      – ¿No está usted loco? – dijo – , ¿no se está burlando de mí? Supongo que no olvidará usted que soy el duque de La Tour de Embleuse y que puedo doblarle en edad… ¿Es verdad todo eso que me ha dicho?

      – Como el Evangelio.

      – ¿Pero él no sabe que Germana está enferma?

      – Lo sabe.

      – ¿Que está moribunda?

      – Lo sabe.

      – ¿Desahuciada?

      – Lo sabe.

      Una nube pasó por el rostro del viejo duque. Se sentó en un rincón de la fría chimenea sin darse cuenta de que estaba casi desnudo y, apoyando los codos sobre las rodillas, se apretó la cabeza con las manos.

      – Eso no es natural – añadió – ; usted no me lo ha dicho todo y el señor de Villanera debe tener algún motivo secreto para querer casarse con una muerta.

      – En efecto – respondió el doctor – . Pero haga usted el favor de volverse a la cama. Es una historia muy larga.

      El duque volvió a arrebujarse debajo del cobertor. Sus dientes castañeteaban a causa del frío y de la impaciencia y tenía sus ojillos fijos en el doctor con la curiosidad inquieta de un niño ante el que se abre una caja de bombones. El señor Le Bris no le hizo esperar.

      – ¿Usted sabe – dijo – cuál es la situación de la señora de Chermidy?

      – Viuda consolable de un marido al que no ha visto nunca.

      – Yo he visto al señor Chermidy hace tres años y le aseguro por lo tanto que su esposa no es viuda.

      – ¡Tanto mejor para él! ¡Diablo! ¡Marido de la señora Chermidy! Es una sinecura que le debe proporcionar muy bonitas rentas.

      – ¡Así es como se hacen juicios temerarios! El señor Chermidy es un hombre honrado y hasta un oficial de algún mérito. No creo que pertenezca a una familia aristocrática; a los treinta y cinco años era capitán de la marina mercante y obtuvo embarque en un navío del Estado como oficial auxiliar hasta que, al cabo de dos años de navegación, el ministro le firmó su nombramiento de oficial. Fue en 1838 cuando puso su corazón y sus charreteras a los pies de Honorina Lavenaze. Esta tenía por toda fortuna sus diez y ocho años, unos grandes ojos que usted ya conoce, un gorro de arlesiana y una ambición sin límites. No era, ni con mucho, tan hermosa como hoy. Ella misma me ha dicho que era seca como un palo y negra como un cuervo, pero tenía ciertos atractivos que la hacían desear. Reinaba en el mostrador de un despacho de tabacos y, desde el prefecto marítimo hasta los alumnos de segundo año, toda la aristocracia náutica de Tolón iba a fumar y a suspirar a su alrededor. Pero nada podía trastornar aquella firme cabeza, ni los vapores del incienso ni el humo de los cigarros. Se había jurado ser juiciosa hasta que encontrase un marido, y ninguna seducción fue bastante para desviar su decisión. Los oficiales la llamaban Croquet (rosquilla de almendra) a causa de su dureza; los burgueses Ulloa, porque había sido sitiada por la marina francesa.

      »No faltaban hombres serios que quisieran casarse con ella; en los puertos de mar se les encuentra en abundancia. Cuando regresa de largas travesías, el oficial de marina tiene más ilusiones, más ingenuidad, más juventud que el día de la partida; la primera mujer que aparece a sus ojos se le presenta tan hermosa, tan santa, como la patria que se vuelve a ver; ¡es la patria vestida de seda! La apetitosa Honorina, vista por Chermidy, rudo lobo de mar, fue la preferida por su candor, y aquella oveja recalcitrante pasó a su poder bajo las barbas de sus rivales.

      »Su buena suerte, que hubiese podido darle muchos enemigos, no perjudicó en lo más mínimo su porvenir. Aunque vivía apartado, solo con su mujer, en una quinta aislada, obtuvo un bonito embarque, que no había pedido. Desde entonces, no ha estado en Francia más que raras veces; siempre en el mar, ha podido hacer economías para su esposa que, por su parte, las ha hecho para él. Honorina, embellecida por el tocador, por el bienestar y por el aumento de carnes, ha reinado diez años en el departamento del Var. Los únicos acontecimientos que hayan señalado su reinado son la quiebra de un almacenista de carbones y la destitución de dos oficiales pagadores. Después de un proceso escandaloso, en el cual su nombre no sonó para nada, creyó prudente exhibirse en un escenario más amplio y tomó el piso que aun ocupa en la calle del Circo. Su marido navegaba sobre los bancos de Terranova, mientras que ella rodaba por París. ¿Asistió usted a su presentación en esta ciudad, señor duque?

      – ¡Sí, pardiez! y me atrevo a decir que hay pocas mujeres que hayan hecho mejor su camino. Ser bonita y tener talento, no es nada; lo difícil es aparentar ser millonaria, la única manera de que se le ofrezcan millones.

      – Llegó aquí con doscientos o trescientos mil francos, rebañados discretamente aquí y acullá. Así y todo, levantó en el Bosque tal polvareda que se habría dicho que la reina de Saba acababa de llegar a París. En menos de un año consiguió СКАЧАТЬ