Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha. Мигель де Сервантес Сааведра
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Читать онлайн книгу Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - Мигель де Сервантес Сааведра страница 4

СКАЧАТЬ barbero, que muchas veces mi tío leía esos libros durante días enteros, y cuando dejaba el libro, cogía la espada, se ponía a pelear con las paredes y decía que había matado a cuatro gigantes o más. Pero yo tengo la culpa de todo, porque no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi tío, para que le quitaran y quemaran todos esos libros.

      –Esto digo yo también ―dijo el cura―, y mañana mismo los echaremos al fuego, para que no den la oportunidad a otro de caer en la locura de nuestro buen amigo.

      Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote. El labrador comprendió así la enfermedad de su vecino y comenzó a decir a voces:

      –Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor Marqués de Mantua, que viene malherido, y al señor Abindarráez, a quien trae preso el valeroso Rodrigo de Narváez.

      A oír las voces salieron todos y se fueron a abrazar a don Quijote, pero él dijo:

      –Deteneos, que vengo malherido por culpa mi caballo. Llevadme a mi cuarto y llamad, si posible, a la sabia Urganda[34] que cure mis heridas.

      –Suba, vuestra merced ―dijo el ama―, que, aunque no esté esa señora, aquí le sabremos curar.

      Lo llevaron a la cama y él pidió que le dieran de comer y le dejaran dormir, que era lo que más le importaba.

      Capítulo VI

      El cura y el barbero queman los libros de don Quijote

      Al día siguiente, don Quijote todavía dormía cuando llegaron el cura y el barbero. Pidieron a la sobrina las llaves de la habitación donde estaban los libros, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron todos en la habitación, y el ama con ellos. Encontraron más de cien libros grandes y otros pequeños.

      En cuanto el ama los vio, tuvo miedo de que en la habitación hubiera algún encantador[35] de los muchos que había en esos libros y les hiciera daño también a ellos.

      El cura se rió de la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le diera aquellos libros uno por uno, para ver de qué trataban, pues podía ser que algunos de ellos no merecieran terminar en el fuego.

      –No ―dijo la sobrina―, no hay por qué salvar ninguno, porque todos han sido los causantes de la locura de mi tío. Mejor será tirarlos por la ventana al corral del patio y luego quemarlos.

      Lo mismo dijo el ama, pero el cura quiso, por lo menos, leer antes los títulos. Y el primero que el barbero le dio en las manos fue Amadís de Gaula, y dijo el cura:

      –Según he oído, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España. Y así, me parece que, por ser el principio y origen de todos los demás libros, lo debemos echar al fuego sin excusa alguna.

      –No, señor ―dijo el barbero―, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros de caballerías, y por eso se debe salvar.

      –Es verdad ―dijo el cura―. Veamos ese otro que está junto a él.

      –Es las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula —dijo el barbero.

      –Pues ―dijo el cura― no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tome, señora ama, abra esa ventana y échelo al corral para quemarlo.

      Y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomara todos los libros grandes y los tirara al corral. Ella, que tenía muchas ganas de quemarlos, tomando ocho de una vez los arrojaba por la ventana. Al coger muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero y este lo recogió para ver de quién era. Leyó el título: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.

      ¡Válgame Dios! ―exclamó el cura―. Tirante el Blanco es, por su estilo, el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, como lo hacemos todos. Lléveselo a su casa y lea las aventuras del valeroso caballero de Montalbán y los amores y mentiras de la viuda Reposada; verá que es muy divertido y que es verdad lo que os he dicho.

      –Así será ―respondió el barbero―, pero ¿qué haremos de estos pequeños libros que quedan?

      –Estos ―dijo el cura― no deben de ser de caballerías sino de poesía, y no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni harán el daño que han hecho los de caballerías.

      –¡Ay, señor! ―dijo la sobrina―. Bien los puede vuestra merced mandar quemar como los demás, porque sería peor que al leerlos mi tío quisiera hacerse poeta, que es enfermedad incurable.

      –Esta doncella dice la verdad ―dijo el cura―, y será bueno quitarle a nuestro amigo la ocasión de enfermar otra vez. Pero ¿qué libro es ese?

      –La Galatea[36], de Miguel de Cervantes ―dijo el barbero.

      –Hace muchos años que es gran amigo mío ese Cervantes ―dijo el cura―. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo pero no llega a ninguna conclusión: es necesario esperar la segunda parte que promete. Entretanto, guárdelo usted en su casa.

      –Con gusto lo haré ―respondió el barbero―. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, La Austríada y El Monserrato.

      –Todos ellos ―dijo el cura― son los mejores libros de aventuras en verso escritos en lengua castellana, y pueden competir con los más famosos de Italia. Hay que guardarlos.

      Capítulo VII

      La segunda salida de don Quijote

      Mientras el cura y el barbero discutían sobre los títulos de los libros de caballería que debían ser quemados, oyeron a don Quijote decir a grandes voces:

      –Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí debéis mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos.

      El cura y el barbero fueron a ver qué le pasaba. Cuando llegaron, don Quijote ya estaba levantado de la cama y continuaba con sus voces, dando cuchilladas[37] a todas partes como si peleara con alguien. Lo agarraron y se lo llevaron de nuevo a la cama. Le dieron de comer y se quedó otra vez dormido.

      El cura y el barbero pensaron en tapiar el cuarto donde estaban los libros de caballerías para que su amigo no los volviera a ver. Le dirían que un encantador se los había llevado. Y así se hizo.

      Dos días después se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros. Como no hallaba el cuarto, preguntó al ama por él, y ella, que ya sabía lo que tenía que responder, le dijo:

      –¿Qué cuarto busca vuestra merced? Ya no hay cuarto ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo.

      –No era diablo ―dijo la sobrina―, sino un encantador que vino una noche sobre una nube, entró en el cuarto y no sé lo que hizo dentro, que al poco tiempo salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo. Cuando se fue, vimos que no había ya ni cuarto ni libros. Y mientras el encantador se iba volando, decía en voz alta que había hecho aquel daño por enemistad secreta con el dueño de aquellos libros y que se llamaba el sabio Muñatón.

      –Frestón diría ―dijo don Quijote.

      –No СКАЧАТЬ



<p>34</p>

sabia Urganda – известная героиня рыцарских романов, владевшая магией исцеления

<p>35</p>

encantador – чародей

<p>36</p>

La Galatea – первое крупное произведение Сервантеса; вторая часть так и не была опубликована

<p>37</p>

cuchilladas – удары ножом, кинжалом