El misterio de Riddlesdale Lodge. Дороти Ли Сэйерс
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El misterio de Riddlesdale Lodge - Дороти Ли Сэйерс страница 5

Название: El misterio de Riddlesdale Lodge

Автор: Дороти Ли Сэйерс

Издательство: Aegitas

Жанр:

Серия: Лорд Питер Уимзи

isbn: 9780369411174

isbn:

СКАЧАТЬ D. – Como he dicho, estaba tan sorprendido que ni pensé en ello.

      EL CORONER. – ¿Recuerda cómo estaba vestida?

      DUQUE DE D. – Me parece que no estaba en pijama. (Risas). Creo que llevaba puesto un abrigo.

      EL CORONER. – Según tengo entendido, lady Mary Wimsey estaba prometida en matrimonio al difunto.

      DUQUE DE D. – Sí

      EL CORONER. – ¿Le conocía usted bien?

      DUQUE DE D. – Era hijo de un antiguo amigo de mi padre. Sus padres han muerto. Creo que vivía principalmente en el extranjero. Me lo encontré por casualidad durante la guerra y, en mil novecientos diecinueve, vino con permiso a Denver. Se hizo novio de mi hermana en los primeros días de este año.

      EL CORONER. – ¿Con su consentimiento y el de la familia?

      DUQUE DE D. – ¡Claro está!

      EL CORONER. – ¿Qué clase de persona era el capitán Cathcart?

      DUQUE DE D. – Pues… era un brillante oficial. Ignoro lo que hacía antes de entrar en el ejército en mil novecientos catorce. Creo que vivía de sus rentas; su padre estaba en buena posición. Excelente tirador, practicaba todos los deportes a la perfección. Nunca oí nada en contra de él… hasta aquella noche.

      EL CORONER. – ¿Qué oyó?

      DUQUE DE D. – Pues… la cuestión es… que fue terriblemente extraño. El… Si otro cualquiera que no hubiera sido Tomray Freeborn lo hubiese dicho, jamás lo habría creído. (Sensación).

      EL CORONER. – Siento tener que preguntar a su gracia de qué hechos acusa al difunto.

      DUQUE DE D. – Pues no… No le acuso, exactamente. Un antiguo amigo mío hizo la insinuación. Como es lógico, supuse que debía de ser un error. Por tanto, fui a preguntárselo a Cathcart y, ante mi asombro, admitió que era verdad. Entonces, ambos montamos en cólera, y él me dijo que me fuera al demonio, saliendo precipitadamente de la casa. (Nueva sensación).

      EL CORONER. – ¿Cuándo tuvo lugar la discusión?

      DUQUE DE D. – El miércoles por la noche. Esa fue la última vez que le vi vivo. (Gran emoción en la sala).

      EL CORONER. – Por favor…, por favor… No podemos permitir tal disturbio… ¿Sería su gracia tan amable que me hiciera, con el mayor número de detalles que le fuera posible, un relato exacto de la discusión?

      DUQUE DE D. – Ocurrió de la siguiente manera: Habíamos estado cazando todo el día y cenamos temprano. Aproximadamente a las nueve y media, todos empezamos a bostezar. Mistress Pettigrew-Robinson y mi hermana subieron a acostarse, y nosotros nos encontrábamos tomando un último trago en la sala del billar cuando Fleming, mi mayordomo, entró con la correspondencia. Como el cartero tiene que recorrer casi cinco kilómetros desde el pueblo hasta mi casa, nos llega siempre a última hora de la tarde. No… Yo no estaba en el salón de billar en ese momento… Me hallaba cerrando con llave la puerta de la habitación en que guardamos las armas. La carta era de un antiguo condiscípulo al que no había visto desde hacía años: Tom Freeborn… y al que conocí en la casa…

      EL CORONER. – ¿En qué casa?

      DUQUE DE D. – En Christ Church, Oxford. Me escribía diciéndome que, por los periódicos de Egipto, se había enterado del compromiso matrimonial de mi hermana.

      EL CORONER. – ¿En Egipto?

      DUQUE DE D. – Quiero decir que él estaba en Egipto… Tom Freeborn, ¿comprende?.., y por ese motivo era por lo que no me había escrito antes. Es ingeniero. Fue allí después que la guerra terminó, y como se halla en alguna parte cerca de las fuentes del Nilo, los periódicos no le llegan regularmente. Me decía que debía perdonarle por inmiscuirse en un asunto tan delicado, y me preguntaba si yo sabía quién era Cathcart. Decía que se había encontrado con él en París durante la guerra y que hacía trampas en el juego para poder vivir; que podía jurar que era cierto y dar detalles sobre una fea historia vivida por ese individuo en no sé qué lugar de Francia; añadía que seguramente querría partirle la cara…, a Freeborn…, por meterse en lo que no le importaba, pero que había visto la fotografía del tipo en el periódico y que estimaba que yo debía enterarme de quién era el que se iba a casar con mi hermana.

      EL CORONER. – ¿Le sorprendió a usted esta carta?

      DUQUE DE D. – Al principio no podía creerlo. Si no hubiese sido el querido Tom quien me lo decía, hubiera arrojado la carta al fuego, y, aun así, me resistía a creerlo. Quiero decir que no era lo mismo que si hubiese sucedido en Inglaterra, ¿comprende?.. Los franceses se suben a la higuera por nada. Pero se trataba de Freeborn, y no es hombre que cometa errores.

      EL CORONER. – ¿Qué hizo usted?

      DUQUE DE D. – Cuanto más pensaba en el asunto, más me desagradaba. Pero no podía quedarme quieto; por tanto, pensé que lo mejor era hablar del asunto inmediatamente a Cathcart. Todos mis invitados habían subido a sus habitaciones mientras yo permanecía sentado pensando sobre ello; así que subí a la habitación de Cathcart y llamé a la puerta. “¿Quién es?” o “¿Quién demonios es?”, preguntó, o algo por el estilo, y yo entré. “Escuche, le dije. ¿Podría hablar unas palabras con usted?”. Me respondió: “Sí, pero dese prisa”. Me sorprendió un poco su tono…, porque, corrientemente, no era brusco. “Pues se trata – le dije – de que he recibido una carta que no me ha agradado nada, y me ha parecido que lo mejor sería traérsela a usted para poner las cosas en claro. Es de un hombre…, un hombre honrado…, antiguo compañero de colegio, quien me escribe que conoció a usted en París”. Cathcart me interrumpió en un tono bastante desagradable. “París – exclamó —. ¡París! ¿Por qué diablos viene usted a hablarme de París?”. Yo le dije: “No hable de esa forma. Está fuera de lugar, dadas las circunstancias”. “¿Adónde quiere usted ir a parar? – gritó Cathcart —. Escupa lo que sea y váyase a acostar, por el amor de Dios”. “De acuerdo – contesté —. Un individuo llamado Freeborn asegura que le conoció a usted en París, donde hacía trampas en el juego para conseguir dinero”. Yo creí que iba a protestar, pero respondió sencillamente: “¿Y qué?”. “¿Cómo y qué? -repliqué —. No pensará usted que voy a creer semejante cosa sin tener pruebas”. Entonces él me dijo algo muy gracioso: “Lo que se cree no tiene importancia… Lo que cuenta es lo que se sabe sobre las gentes”. Yo le dije: “¿Eso quiere decir que no lo niega usted?”. Me respondió: “¿Para qué? Yo no soy quién para negarlo. Es usted quien se tiene que hacer una opinión. Nadie podrá decirle que no es verdad”. En ese momento, se levantó bruscamente de su asiento, estando a punto de derribar la mesa, y añadió: “Me tiene sin cuidado lo que usted piense o lo que haga; pero salga de aquí, por el amor de Dios, y déjeme en paz”. “Escuche – le dije —. No tiene por qué tomarlo así. Yo no he dicho que lo crea…, en realidad. Estoy seguro de que se trata de un error, pero es usted el prometido de mi hermana Mary y no puedo quedarme tranquilo hasta que llegue al fondo del asunto”. “¡Oh! Si es eso lo que le preocupa, puede tranquilizarse. No ha lugar”. “¿De qué no ha lugar?”, pregunté. “De nuestro compromiso”, respondió. “¿Cómo? Si anteayer estuve hablando de eso con Mary”. Me dijo: “Es que aún no le he dicho nada”. “Bien. Me da la impresión de que es usted un perfecto sinvergüenza. ¿Quién demonios cree que es usted? ¿Por quién ha tomado a mi hermana?”. Le dije muchas cosas, todo cuanto se me vino a la boca, y terminé con la siguiente frase: “¡Salga de esta casa inmediatamente! ¡No queremos entre nosotros a un canalla como usted!”. “Me iré”, y tras empujarme al pasar, se precipitó СКАЧАТЬ