Contra la corriente. John C. Lennox
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Название: Contra la corriente

Автор: John C. Lennox

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9781646911936

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СКАЧАТЬ Un ejemplo actual de este fenómeno es la corrección política que, aunque originalmente estaba destinada a evitar la ofensa, se ha convertido en un intransigente supresor del debate público abierto y honesto.

      De seguro este fue un momento difícil para Daniel y sus amigos, y quizás pensaron en protestar. Sin embargo, la Palabra no lo dice, así que solo podemos hacer conjeturas. Una cosa es evidente: Babilonia podía cambiar sus nombres, pero no sus identidades. La historia demuestra que el nombre de Daniel sobrevivió al Imperio babilónico, gracias al libro que nos legó. Tampoco perdió su identidad. Y podemos pensar que, entre ellos, usaban sus nombres propios todo el tiempo.

      Babilonia y su búsqueda de sentido

      Aún queda bastante por decir sobre los nombres y las identidades en este contexto, porque es el tema central de la fundación de Babilonia. Génesis relata lo siguiente:

      Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra (Génesis 11:1-4, énfasis mío).

      Cada gran capital del mundo tiende a ser un símbolo de la ideología de la nación. Por ejemplo, durante la guerra fría, la radio anunciaba mensajes de este tipo: «Moscú dice esto, Washington ha respondido aquello, pero Londres cree lo otro.» Todos los oyentes sabían cuál era la posición de cada capital. Representaban ideologías opuestas. El pasaje de Génesis nos revela lo que Babilonia representaba. Su lema, hagámonos un nombre, nos muestra las bases filosóficas tanto de su construcción como de sus ambiciones.

      Sin embargo, debemos ser cuidadosos en nuestro análisis. A fin de cuentas, ¿no significa esto que el proyecto babilónico era una búsqueda genuina de su identidad? ¿Qué hay de malo en ello? De por sí, todos queremos poseer una identidad. ¿No es precisamente el sentido lo que le da un propósito a la vida?; entonces ¿qué hay de malo en buscarlo?

      ¡Nada! El texto de Génesis no enseña que no debemos buscar el sentido; sino que lo importante es la manera en que lo buscamos. Desde la perspectiva de Dios, algo andaba mal con la forma en que los antiguos abordaron el proyecto original, porque Él intervino y lo destruyó.

      Babel buscaba su identidad en la vanguardia de los logros científicos y tecnológicos de la época. Como hemos visto, los antiguos babilonios eran arquitectos e ingenieros expertos, y sus aspiraciones de construir los edificios más impresionantes del mundo fueron encausados por una sucesión de emperadores, principalmente Nabucodonosor.

      El deseo de construir edificaciones que lleguen al cielo como una forma de mostrar los logros humanos se repite a través de los siglos: las pirámides, las imponentes estructuras mayas, el Empire State Building, las Torres Petronas, El Burj Khalifa; y ya se planean construcciones más altas. Todos son símbolos poderosos, tan poderosos, que cuando los terroristas quisieron golpear a Estados Unidos, eligieron las Torres Gemelas para su atentado.

      No hay nada malo en buscar la excelencia en la arquitectura y en la ingeniería. Con razón admiramos a los babilonios y a otras naciones por sus magníficos logros. Entonces, ¿qué problema tienen con su búsqueda de sentido? El Libro de Génesis lo explica en el capítulo siguiente. Allí aparece un registro del mandamiento que Dios le dio a Abraham, un antepasado de Daniel, al ordenarle que saliera de Harán, una ciudad antigua situada en la misma región que Babilonia.

      Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3, énfasis mío).

      Este llamado debe considerarse como uno de los sucesos más importantes de la historia. Lord Sacks, el Gran Rabino del Reino Unido, escribe (2011, página 8):

      Las civilizaciones surgen y desaparecen. La fe de Abraham sobrevive… Lo que hizo único el monoteísmo abrahámico es que dotó la vida de sentido. Pocas y raras veces entendemos este punto… Cometemos un grave error si concebimos el monoteísmo como un desarrollo lineal del politeísmo, como si la humanidad primero adorara a muchos dioses para luego reducirlos a uno solo. El monoteísmo es algo muy diferente. El sentido de un sistema se encuentra fuera del sistema. Por lo tanto, el sentido del universo está fuera del mismo. El monoteísmo, con su revelación del Dios trascendental, el Dios que está fuera del universo y que es Su creador, posibilitó que por vez primera creyéramos que la vida tiene un sentido, y no solo una explicación mítica o científica.

      La filosofía babilónica sigue resonando hoy día en el cientificismo que nos anima a buscar el sentido y la salvación en la ciencia y en la tecnología. Pero ni el análisis ni la explicación científica nos proveen ese sentido que anhelamos como personas. Babilonia nos deja vacíos.

      Dios no lo dejará vacío, así lo vio claramente el filósofo Ludwig Wittgenstein (1979, página 74e):

      Creer en Dios quiere decir comprender el sentido de la vida. Creer en Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido.

      El Señor Dios trascendente se revela a Abraham y le dice dónde encontrará el sentido de su vida: Engrandeceré tu nombre. Esta afirmación, inmediatamente después de presentarnos la ideología de Babel, nos invita a contrastar la filosofía fundacional de esta nación con la fe de Abraham en Dios. El Nuevo Testamento afirma que la fe de Abraham constituye la filosofía fundacional de otra ciudad que juega un papel del todo opuesto a Babilonia en la historia bíblica. Una ciudad celestial llamada Jerusalén.

      La carta de Hebreos narra por qué Abraham salió de la ciudad de Ur:

      Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (Hebreos 11:8-16).

      Era natural y estaba bien que, como nosotros, Abraham estuviera interesado en su propia identidad. Sin embargo, la diferencia entre su actitud y la de los babilonios era que estos últimos confiaban en su propia capacidad y fuerzas para crear un «nombre» o una identidad. Ellos lo hacían al estilo Sinatra, «a mi manera»; pero Abraham aceptaba la identidad y el sentido que Dios le había dado. Eso lo distinguía como alguien que de verdad confiaba en el Señor, y la fe es el principio básico de la ciudad celestial de Dios. ¡Él no se opone a las ciudades! La cuestión radica en el sentido de las mismas.

      En el caso de Abraham, de Daniel y del nuestro, el СКАЧАТЬ