El sermón en la montaña. Emmet Fox
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Название: El sermón en la montaña

Автор: Emmet Fox

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9786074572483

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СКАЧАТЬ no sucedieron realmente, todo el resto de los Evangelios pierde su significación real. Si Jesús no creyó que fueran posibles, tratando de llevarlos a cabo —nunca, es cierto, por ostentación, pero sí constante y repetidamente—, si Él no creyó y enseñó muchas cosas en franca contradicción con la filosofía racionalista de los siglos dieciocho y diecinueve, entonces el mensaje de los Evangelios es caótico, contradictorio y carente de todo significado. No podemos eludir este dilema diciendo que Jesús no estaba interesado en las creencias y supersticiones de su tiempo, y que las aceptó más o menos pasivamente porque lo que le interesaba en verdad era el carácter. Éste es un argumento débil, porque este carácter debe incluir una comprensión de la vida inteligente y vital a la vez. Asimismo debe incluir ciertas creencias y convicciones definidas acerca de las cosas de importancia valedera.

      Pero los milagros sí ocurrieron. Todos los hechos que los cuatro Evangelios relatan de Jesús sucedieron, y muchos más. Muchas otras cosas hizo Jesús, que si se escribieran una por una, creo que este mundo no podría contener los libros (jn. 21:25). Jesús mismo justificó con sus obras lo que la gente estimó ser una extraña y maravillosa enseñanza; pero Él fue aún más lejos y dijo refiriéndose a aquellos que estudian y practican sus enseñanzas: “Las cosas que hago las harán, y muchas más aún”.

      Después de todo, ¿qué es un milagro? Los que niegan la posibilidad de los milagros apoyándose en el argumento de que el universo es un sistema de leyes que funcionan perfectamente sin que quepa el más mínimo fallo, están en lo cierto. Pero olvidan que el mundo que conocemos a través de los cinco sentidos, y cuyas leyes son las únicas conocidas por la mayoría de los hombres, no es más que un pequeñísimo fragmento de todo el universo existente en la realidad, y que cada ley está subordinada a otra superior en un sentido de menor a mayor. Ahora bien, el recurrir de una ley inferior a otra superior no es realmente quebrantar la ley, porque la posibilidad de tal cosa cabe dentro de la constitución suprema del universo. Por eso, en el sentido correcto de lo que la violación de una ley implica, los milagros no son posibles. Empero en el sentido de que todas las leyes ordinarias y las limitaciones corrientes de lo físico pueden ser abrogadas y contrarrestadas por algo más alto que las comprenda, los milagros, en el sentido coloquial de la palabra, no solamente son posibles sino que pueden ocurrir y ocurren.

      Supongamos, por ejemplo, que un lunes nuestros asuntos se encuentran en tal condición que, humanamente hablando, es seguro que antes que la semana termine se producirán determinados cambios. Puede tratarse de cuestiones legales, acaso alguna dura resolución judicial o problemas físicos en nuestra salud corporal. Puede que una alta autoridad médica haya decidido que es indispensable una operación muy delicada, o aún más, que estime su deber decir al paciente que no hay esperanzas de que recobre su salud. Ahora bien, si en presencia de tales condiciones el sujeto en cuestión puede elevar su conciencia por encima de las limitaciones del plano físico —lo cual no es más que una enunciación científica de lo que hacemos cuando oramos— las condiciones de ese plano serán cambiadas, y de un modo del todo imprevisto e imposible normalmente, las trágicas consecuencias esperadas se desvanecerán. La sentencia legal no se pronunciará, el paciente se recuperará en lugar de tener que sufrir la operación o de morir, y las cosas se arreglarán para el provecho de todos.

      En otras palabras, los milagros, en el sentido corriente de la palabra, pueden suceder y, en efecto, suelen suceder como resultado de la oración. La oración tiene realmente el poder de cambiar las cosas.

      Sí, gracias a la oración, las cosas pueden venir en forma muy diferente a como hubieran venido de no haberse orado. No importa cuál sea la dificultad que enfrentamos; no importan las causas que la hayan producido. Suficiente oración barrerá la dificultad; solamente debemos ser perseverantes en nuestra apelación a Dios.

      La oración, sin embargo, es al mismo tiempo una ciencia y un arte; y fue a la enseñanza de esta ciencia y de este arte que Jesús dedicó la mayor parte de su ministerio. Los milagros de los Evangelios sucedieron porque Jesús tenía aquella comprensión espiritual que le daba un poder en la oración superior al que nadie había tenido jamás.

      Encontramos otro intento de interpretar los Evangelios digno de tomarse en cuenta, que es el de Tolstoi. Éste trató de presentar El sermón de la Montaña como una guía práctica de vida, tomando sus preceptos literalmente y pasando por alto la interpretación espiritual de la cual no era consciente; asimismo, hizo exclusión del plano del espíritu en el cual no creía. Aceptando de la Biblia sólo los cuatro Evangelios y suprimiendo de ellos los milagros, hizo un esfuerzo tan heroico como vano de armonizar cristianismo y materialismo y, por supuesto, fracasó. Su verdadero lugar en la historia resulta así no el del fundador de un nuevo movimiento religioso, sino el del genio cuyo anarquismo práctico abrió el camino a la revolución bolchevique tal como Rousseau preparó el advenimiento de la Revolución Francesa.

      Es la clave espiritual lo que revela el misterio del contenido de la Biblia en general, y de los Evangelios en particular. Es esa clave o interpretación espiritual lo que nos explica los milagros, y nos muestra cómo Jesús los hizo para probarnos que nosotros también podíamos hacerlos y librarnos así del pecado, de la enfermedad y de las limitaciones. Con esa clave podemos prescindir de las inspiraciones de la elocuencia, y deshacernos de interpretaciones de la Biblia literal y supersticiosa y, no obstante, entender que es ella el más preciado y auténtico tesoro que posee la humanidad.

      Desde fuera, la Biblia es una colección de documentos inspirados que fueron escritos a través de siglos por hombres de todos los tipos y en circunstancias diversas. Muy contados de estos documentos que han llegado a nosotros son originales; en su mayoría se trata de redacciones y compilaciones de fragmentos más antiguos, y el nombre de los autores rara vez se sabe con seguridad. Esto, no obstante, no afecta en lo más mínimo al propósito espiritual de la Biblia; sino que en realidad carece de importancia. El libro, tal como lo tenemos, es una fuente inagotable de la verdad espiritual, no importan los caminos por los que ha llegado a su forma presente. El nombre del autor de un capítulo cualquiera no tiene más interés que el de su amanuense a quien tal vez se lo hubiera dictado. La sabiduría divina es el autor, y eso es todo lo que nos importa. La exégesis, o alta crítica, se ocupa exclusivamente del aspecto externo, de la letra de las Escrituras, pasando por alto su contenido profundo, y tal crítica carece de valor desde el punto de vista espiritual.

      El mensaje profundo de la Biblia nos es presentado a través de formas diversas: historia, biografía, así como lírica y otras formas poéticas; pero, sobre todo, se emplea la parábola para expresar la verdad espiritual y metafísica. En ciertos casos, lo que nunca había sido destinado a ser más que una parábola, fue interpretado literalmente durante algún tiempo; de ahí que a menudo haya parecido que la Biblia enseña cosas en completa contradicción con el sentido común. Un ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Interpretado correctamente, este relato es tal vez la más maravillosa de todas las parábolas. No fue el objetivo del autor presentar esta historia como verídica, pero muchos la han tomado así, dando origen a toda una serie de absurdas consecuencias.

      La clave o interpretación espiritual de la Biblia nos libera de todas estas dificultades, dilemas y aparentes inconsecuencias. Al mismo tiempo, nos evita caer en las falsas posiciones del ritualismo, del evangelismo y también del llamado liberalismo, porque nos da la verdad. Y la verdad viene a ser nada menos que la sorprendente pero innegable realidad de que todo el mundo exterior —sea el cuerpo físico o las cosas comunes de la vida, los vientos y la lluvia, las nubes, la tierra misma— está sujeto al pensamiento del hombre, y que él puede dominarlo cuando adquiere conciencia de ello. El mundo exterior, lejos de ser una prisión de circunstancias como comúnmente se le supone, no tiene en realidad ningún carácter propio, ni bueno ni malo. Su carácter es ni más ni menos que el que nuestros pensamientos le dan. Es plástico a nuestro pensamiento, cuya forma toma, y ello es cierto, entendámoslo o no, querámoslo o no.

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