Memorias de un cronista vaticano. José Ramón Pin Arboledas
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Название: Memorias de un cronista vaticano

Автор: José Ramón Pin Arboledas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Novelas

isbn: 9788418811494

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СКАЧАТЬ que lo de la luna se les ha ido de las manos y podría haber deseos de independencia en el futuro por diferencias ideológicas. Sería una proposición de ley a propuesta de la mayoría con el apoyo posterior del Gobierno. La secretaria Randia encabeza el movimiento. Su argumento es que ahora que el papa es selenita no se puede facilitar el que la Iglesia católica apoye los movimientos migratorios de sus fieles hacia nuevas fronteras imitando lo que ha ocurrido en la luna.

      »Piensan que es lógico intentar vaciar NY de discrepantes del Humanismo Liberador y que se vayan a territorios donde se diluyan en una población mayor. Pero creen que, si empiezan a ser mayoritarios en algún territorio extra-terrestre, cosa que hasta ahora no ha ocurrido, la situación puede desestabilizar el sistema. Randia va repitiendo que eso pasó con el Imperio romano en los inicios del cristianismo y se ha tardado siglos en revertir la situación. La verdad es que no sé quién le metió esa idea en la cabeza porque me consta que la historia antigua no es su especialidad.

      En ese momento lo corté para aclararme un poco:

      –Diputado ¿y eso en qué atañe directamente a la Iglesia católica?

      Mark volvió a respirar con dificultad y añadió:

      –En esa proposición de ley, por ejemplo, habrá una disposición transitoria que va contra el celibato sacerdotal católico. Propone que los próximos colonos, aunque sean solteros, se comprometan a ayudar a la procreación humana, lo que incluye la obligación de formar familias para atender a los hijos nacidos en la colonia. De no comprometerse, serían excluidos de poder ir a las colonias hasta que reglamentariamente se permita la emigración sin restricciones en función del volumen de población. Por ejemplo, un tío-bisabuelo mío, que fue de los primeros sacerdotes católicos misioneros en la luna, no hubiera podido ir con una ley similar.

      Entonces respondí:

      –Muchas gracias, Mark. ¿Qué podemos hacer?

      Y seguí:

      –En primer lugar, avisar a Roma. Si no te importa, coméntaselo a monseñor Pasquali para que la información llegue por el camino oficial. Yo me encargo de hacerlo de forma directa a Su Santidad.

      En la segunda conferencia por tele-presencia le expliqué a Su Santidad esta información que ya había llegado por vía diplomática, aunque sin darle importancia. El papa puso cara de preocupación. Estaba visiblemente cansado porque para él era casi de noche, aunque para mí era por la mañana.

      Calixto X me recordó que cuando Jesús dijo que debíamos predicar por toda la Tierra, se refería a allí donde hubiera seres humanos. Había que procurar cortar la proposición de ley en lo referente a la limitación de migrantes por razones y creencias religiosas. De momento, los servicios jurídicos del Vaticano estudiarían si podía ser impugnada por ir contra la Constitución global.

      Luego había que estudiar a los componentes de la Comisión de Colonias Espaciales para ver si había alguna posibilidad de cercenar la ley en sus inicios. Era necesario porque antes de su admisión a trámite en los procedimientos del Parlamento global se exigía que las proposiciones de ley fueran aprobadas por la comisión correspondiente. Un paso previo a la aprobación del inicio de su estudio en el pleno del Parlamento global.

      Su Santidad me pidió que me encargase de coordinar todo el plan.

      –No soy un político –argumenté–; no sé si sabré hacer este trabajo.

      –Pues rece –añadió el Papa–, que eso es lo que hicieron todos los que ayudaron de verdad a la Iglesia.

      Calixto X acabó la conversación dándome su bendición con una sonrisa. Después cerró la comunicación. Siempre recordaré esa figura, la de un hombre abrumado por una gran responsabilidad, de físico frágil pero con ojos azules de inteligencia viva.

      El plan de los partidarios del Humanismo Liberador era, paradójicamente, impedir el que muchas personas pudieran ejercer libremente sus ideas en otros territorios. Siempre ha sido así en los últimos siglos. Con la excusa de liberar a las personas se les coartaba parte de su libertad de pensamiento y, en este caso, de movimiento. Así, los partidarios de la ideología oficial decían que defendían a la mayoría de la tiranía de las minorías. ¿Curioso, no?

      VI. Empezamos a poner en marcha el contraataque. Desaliento y deserciones

      Pasquali, Mark y yo mismo nos reunimos en la Nunciatura para iniciar el contraataque parlamentario. Pasquali nos obsequió con una pannacota, un café y una copita de Amarello; una combinación deliciosa. Eso nos despertó la imaginación.

      El nuncio empezó la reunión indicando que nuestro objetivo no era interferir en la política del Gobierno global; solo se debía enfocar en defender los derechos de los creyentes en general, y los católicos y el catolicismo dentro de este colectivo, ampliando la libertad de creencias. De manera que lo que en la proposición de ley no atañera a esa libertad quedaba fuera del objeto de nuestros trabajos.

      Lo primero que hicimos fue estudiar a los miembros de la comisión parlamentaria. De los cincuenta que la componían solo había tres selenitas, dos católicos y un protestante. Del resto, había unos seis procedentes de diversas confesiones, incluidos dos católicos no practicantes y diez del Humanismo Natural con los que se podía contar para frenar la proposición de ley.

      En principio, diecinueve podían estar en contra de la proposición en su aspecto de discriminar a los sacerdotes célibes; diecinueve diputados de una comisión de cincuenta. El resultado de las matemáticas parlamentarias era contrario a los intereses católicos. Habría que trabajar mucho para revertirlo, aunque no era imposible.

      El estudio de los expertos legales del Vaticano no era esperanzador. La libertad de movimientos estaba reconocida por el Parlamento global y la Constitución como un derecho fundamental, pero al haber muchas legislaciones territoriales que la coartaban, era muy difícil aplicarla de manera tajante; estaba sujeta a interpretaciones, sobre todo en lo que se refería a nuevos descubrimientos espaciales.

      Por otra parte, la proposición de ley incluía criterios «técnicos». Criterios que permitirían a los expertos seleccionadores de futuros colonos vetar a personas que discreparan con el Humanismo Liberador. La idea era que la homogeneidad ideológica de los pioneros evitaría conflictos futuros. Una teoría sociológica basada en supuestos estudios científicos.

      Partíamos de una posición de desventaja. Había que pensar también en cómo dirigirse a la opinión pública. El Vaticano tenía una bien ganada reputación de defender a las minorías en contra de las mayorías totalitarias, y eso era una ventaja. Cualquier opinión en ese sentido sería bien recibida por una parte de los medios. Otra parte estaría en contra.

      El grupo de trabajo se disolvió y quedó en reunirse al cabo de dos días. Mark debía seguir indagando el parecer de otros diputados, sobre todo de los partidarios del Humanismo Natural. Yo tenía que redactar un pequeño memorándum para el papa. Pasquali se movería en el ambiente diplomático para compulsar posibles ayudas.

      Un día después, Mark, visiblemente nervioso, llamó para excusarse con una conversación oral, lo que me extrañó en un mundo en el que la inmensa mayoría de las mismas eran también visuales. Me dijo que tenía que trasladarse con urgencia a la luna para un asunto familiar. Además, su revisión médica de rutina también le aconsejaba volver a la luna. Las medicinas que tomaba en la Tierra estaban produciendo efectos secundarios en algunos de sus órganos vitales (no me dijo cuáles) y tenía que descansar de su tratamiento. También me rogó que de momento obviase toda referencia a su persona en lo referente СКАЧАТЬ