Название: Papeles de Ana
Автор: Maria Ines Krimer
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Novela
isbn: 9789874789952
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P.D.: Rompé esta carta ni bien la leas, no sea que ande dando vueltas y caiga en manos de la tía.
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Querida Valentina:
La cara que habrá puesto mi prima cuando llegó mi carta, no puedo imaginarla, por algo durante un tiempo no tuve más noticias. Justo pensaba en escribirte cuando el cartero trajo la tuya. Lamento mucho que te pelearas con tu novio. Pero él no te dijo ninguna mentira, todo lo que escuchaste fueron comentarios de las vecinas, con excepción de lo principal, el revolcón que se dio con tu amiga. Esas mujeres son lo peor del mundo, en el barrio había una que llevaba y traía todos los chismes. Yo pienso que a tu novio se le va a pasar el entusiasmo con la otra o que de a poco se van a dejar de ver. Estoy segura de que él se va a dar cuenta de que perdió a la mejor novia del mundo y va a volver. No sé, me parece. Ojalá, pobre, que lo piense bien. Y si no le importa, que se quede nomás con la otra. Es como en Pasaron las grullas, esa sí es una verdadera historia de amor. Ella lo espera hasta el final de la guerra, aunque en el medio se cansa y se casa con el primo. Pero sigue enamorada de su primer novio, y con el tuyo va a pasar lo mismo, estoy segura.
Me preguntás si yo estuve enamorada antes de conocer a Norberto. Sí, el chico se llama José y vivía a la vuelta de mi casa, creo que ya te hablé de él. Por ese entonces teníamos doce años. Por más que pasa el tiempo, no lo puedo olvidar. A veces sueño que estoy con él en Boca del Tigre, unas fuentes de agua escondidas en el Parque Urquiza. Un lugar precioso, rodeado de helechos y enredaderas que caen por la barranca. Nos tiramos en el pasto, escuchamos el canto de los pájaros. Él encuentra un trébol de cuatro hojas, me lo regala. Nos paramos y seguimos hasta una fuente con forma de corazón, pero eso ocurrió hace mucho tiempo, ya ni me acuerdo bien, tengo que concentrarme para ver su cara, si hoy me lo cruzara en la calle no lo reconocería. Eso me pasa muchas veces, trato de imaginar a alguien que conocí en la calle Diamante y me quedo en blanco. Nunca supe nada más de su vida ni de su familia. No puedo con el genio, me hablás del verdadero amor y yo me voy por las ramas. También me enteré de que me sentara al lado de Norberto en la fiesta del Festival de la Paz no fue casualidad, era un plan de la tía Sara para que nos conociéramos. La noticia me desilusionó, yo pensé que lo había flechado de entrada.
Le escribí a mi tía Dora para que me ayudara a convencer a mis padres de que por ahora no voy a volver. Sé que me he portado mal con ellos, no se merecían algo así. Escuché por una conversación que la tía Sara tuvo con papá que mamá casi provoca otro incendio al dejar otra pava encima de la hornalla. Tuvieron que volver los bomberos, todo el barrio miraba el desastre y una vecina comentó: La culpa es de la hija, que no terminó el secundario. La verdad es que extraño un poco a mi papá. Por un momento dudé, no sabía qué hacer, estuve descompuesta todo un día. Pero justo cuando estaba a punto de aflojar llegó una carta de mamá, fue la primera señal de vida que dio desde que estoy acá. Copio un párrafo para que veas la clase de madre que tengo: Hoy fui a la carnicería, casi no podía caminar y mucho menos al regreso, con el peso de la bolsa. Ni bien llegué a casa tuve que tirarme en la cama. Pensá, Ana, antes de que sea demasiado tarde, el dolor que les estás causando a tus padres y si ese es el pago que nos merecemos quienes se sacrificaron para que seas alguien en la vida. Si querés ir matándome de a poco, seguí con ese capricho de tu tía. ¿A vos te parece, escribir eso? Más bien me dan ganas de irme lo más lejos posible, hasta el fin del mundo. Pensé en mi bobe (mi abuela, le decíamos así), ella dejó a su familia en Rusia, sus padres, sus hermanos y se vino a la Argentina sin saber una palabra de castellano. Si ella no miró para atrás, ¿por qué habría yo de preocuparme? Cuba es un país lejano. Es verdad que en nuestro tiempo casi no existen las distancias, pero para eso hay que tener plata. Además, tendría que cambiar el gobierno porque el presidente no puede ni ver a los cubanos. Norberto dice que no es tiempo para lamentarse, peor la pasan los pobres, que se enferman de tuberculosis, sífilis y blenorragia. Pero si tengo oportunidad, me gustaría ir a visitarte.
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P.D.: Voy a ver si consigo el jean que me pedís.
P.D.: Me anoté en un taller literario.
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Querida tía Dora:
Me aceptaron en un taller literario porque soy la sobrina del abogado del Partido, no te ilusiones que es por otra cosa. La noche antes del primer encuentro me costó dormir, nunca había visto un ESCRITOR de verdad, salvo cuando una profesora nos llevó a conocer a aquel viejito del que te hablé alguna vez, en la barranca. Sí había leído a muchos, pero me preguntaba cómo serían de carne y hueso, si eran como todos los mortales. Por algunas charlas con amigos de Norberto me parecía que todo el mundo iba a un taller, yo era la única que no había asistido a ninguno. Me enteré de que a una chica que ganó un concurso un jurado la invitó a asistir al suyo, pero al mismo tiempo le aconsejó que no fuera a otro.
El tío me acompañó hasta la puerta de un edificio en la calle Boulogne sur Mer. Esperó por si había que decir algo para entrar (eso es muy común en el Partido). Cuando sonó el portero me dijo: buena suerte, y me dejó solita mi alma. Mientras subía las escaleras el corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Mi cuerpo quería moverse pero mi cabeza lo detenía. Toqué el timbre. Al entrar me temblaban las piernas. El departamento era de dos ambientes, con un contrafrente que daba a un pulmón de manzana. Había ropa tendida en el balcón. Las paredes llenas de libros, del techo al piso. Dos sillones viejos y varias sillas. LOS ESCRITORES ya habían llegado, eran todos hombres. Fumaban como murciélagos. Arranqué mal, confundí el nombre del taller con el del profesor, el verdadero se llamaba Juan Luis Vallejos. Tenía anteojos, bigote recortado y era el único con una luz decente en toda la sala. Me presentó uno a uno a los asistentes, ni me miraron. Memoricé los nombres para anotarlos en el cuaderno, algunos, me parece, son muy conocidos. Vallejos dijo que era la sobrina del abogado del Partido. Silencio de radio. Me senté en la única silla vacía. Mi lápiz rodó por el piso, se detuvo en el borde del zócalo. Me acordé de la esposa de un dirigente que publicó una novela, la criticaron por atreverse a escribir, como si las mujeres no tuviéramos ese derecho, nos quieren metidas en la cocina. Yo me sentía cada vez peor, tenía ganas de salir corriendo. Todos hablaban fuerte, había cada vozarrón... Vallejos prendió una pipa. Aspiró. Más humo. Cuando terminó la charla señaló a un ESCRITOR con el dedo índice y este leyó un cuento. Al finalizar los demás lo criticaron (a mí me pareció que estaba bien), él disimulaba pero me di cuenta de que no le gustó mucho. Asentía a cada devolución moviendo la cabeza, pero, si hubiera podido, les rompía la cara a todos. Vallejos señaló a otro, se levantó y fue a comer algo porque volvió con unas migas en el pullover. Los demás siguieron escuchando. Algunos traían poemas manuscritos, otros cuentos pasados a máquina. Ni bien terminaban de leer prendían otro cigarrillo. Más humo, por qué no abren el ventanal, será para que no se vea la ropa tendida. No podía ni respirar, entre los nervios y el humo. Tenía ganas de hacer pis, pero no me animaba a preguntar dónde estaba el baño. Hasta que uno de los ESCRITORES se paró, la puerta daba adonde estábamos reunidos. Escuché cuando tiró la cadena, el agua que bajó al inodoro. Salió y se acomodó el pantalón. Me moría de ganas pero ni muerta hacía lo mismo. Siguieron con las lecturas. La boca seca, como si estuviera cruzando el desierto. Un vaso de agua, por favor. Se me acalambró una pierna y no me animaba a moverla, tenía miedo de rozar el pantalón de mi vecino. El último en hablar era Vallejos, que anotaba lo que los otros decían para tener más que opinar, por si no se le ocurría otra cosa. Al final no pude leer porque aparecieron dos cuentos largos y todos miraban sus relojes.
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P.D.: El próximo ESCRITOR invitado es Haroldo Conti.
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Buenos Aires, 11 de agosto de 1967
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