Prim. Benito Pérez Galdós
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Название: Prim

Автор: Benito Pérez Galdós

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4064066444457

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СКАЧАТЬ del mensaje traído a S. M. por los ayudantes, y declaraban que por obra de Dios habían estos llegado dos días antes que el señor Mazo… ¡Vaya que querer encajarle a Méjico un rey austriaco! ¿Pues no teníamos aquí para esa plaza al Infante don Francisco, a la Infanta Luisa Fernanda con su Montpensier, que mejor estaría en América que en España, y a otros Príncipes descarriados y costosos? En fin, que Prim había hecho muy bien en decir «ahí queda eso». Con su retirada se acreditaba de buen español y de leal amigo de la Reina. Todo esto le supo a Tarfe a las puras mieles. Para mayor amenidad de la visita, charlaron las monjas de todo lo mundano, en mixtura graciosa con lo político.

      De regreso a la casa de Eufrasia, se recluyeron en un saloncito decorado a la chinesca para charlar de cosas reservadas que nadie debía escuchar. Habló primero Tarfe, ampliando lo que ya dijo a su amiga cuando iban hacia el convento. Eufrasia, que, por la fácil rutina de politiquear en la intimidad, adquirido había un cierto retintín oratorio, dio esta entonada respuesta: «Claro es que Prim podría formar una situación con liberales o progresistas templados. Harta de unionistas y moderados está ya la Reina. Con esto de habernos mandado a Méjico de comparsa de Napoleón, don Leopoldo y los vicalvaristas han tocado el violón a toda orquesta. ¡En buena nos había metido! La Señora está contentísima de Prim, y no desea más que empujarle… Él es adicto leal a la Reina y a la Monarquía; tiene talento; ambición noble no le falta; parece aristócrata sin serlo; es un hombre cortado para reconciliar al pueblo con la Corona… La Reina, bien lo sabe usted, ama al pueblo… su corazón tierno y generoso simpatiza con los humildes. A Pepe Beramendi lo he dicho mil veces, y a usted se lo digo ahora: la Reina es liberal de corazón… No se asombre ni se ría. Es liberal; se paga muy poco de las grandezas heráldicas… esto me consta; puedo asegurarlo… y vería con gusto que gobernaran a España hombres liberales, aun de estos nuevos que, como jóvenes, son algo alborotados… Pero… aquí viene el pero… La Libertad entra de lleno en el alma de la Reina, y avanza, posesionándose de sus afectos, hasta el momento en que dentro de dicha alma se encuentra con el confesor… En este encuentro se acabaron las amistades; la Libertad sale despavorida del alma de la Reina…

      — Si es así, amiga mía, no siga usted… ¿De qué vale a la Libertad entrar en ese corazón, si allí se encuentra con un huésped a quien no puede arrojar fuera?

      — Intentar arrojarlo sería locura. El confesor, cualquiera que sea, hace allí su casa. ¿No sabe usted por qué hace su casa? Los que absuelven, los que prodigan la indulgencia recaban de la voluntad sometida concesiones proporcionadas a la magnitud del indulto. La Reina es creyente: ya lo sabe usted. Teme que por ser demasiado dichosa en la tierra pierda el Cielo. La mejor parte del Cielo es para los que aquí sufren. Los poderosos, a poco que se descuiden, se quedan sin un rincón celestial en que guarecerse… Isabel es mujer de conciencia: cree en las penas eternas y en el eterno galardón. ¿Cómo alcanzar este? Haciendo concesiones tan grandes como los perdones que recibe… Ya comprenderá usted por qué Isabel II no quiere reconocer el reino de Italia.

      — Ya, ya lo veo… Lo que no entiendo, Eufrasia, es cómo ha pensado usted que nosotros, liberales… seamos poder; vamos… teniendo tal enemigo en el corazón regio.

      — En política todo se hace y todo se puede con habilidad y trastienda, amigo mío. No se asuste. Déjeme que le explique… En el corazón de la Reina pueden entrar ustedes siempre que no pretendan echar de allí al confesor… y entrarán como por su casa si el propio confesor les lleva de la mano… ¿A qué ese asombro? ¿Qué quiere decirme con esa boca tan abierta que parece el buzón del correo?… Lo que acabo de decirle no tiene nada de absurdo… Ni vaya usted a creer que el confesor se come a los liberales en salsa de Concordato… Si es usted amigo de Prim, aconséjele que escoja en el Progresismo un par de docenas de hombres sentados y de buen criterio. ¡Los hay, vaya si los hay! Can tero, Santa Cruz, Perales, Cirilo Álvarez, Gómez de la Serna, Roda, Madoz… Con Olózaga no cuenten, porque ese… ya usted sabe… es de todo punto incompatible… Tampoco deben contar con don Manuel Cortina, no porque sea incompatible… todo lo contrario. Pero él ni a tiros quiere entrar en ninguna combinación de Gobierno… Pues sigo: una vez que haya juntado el amigo Prim un buen hatillo de progresistas serios y templados, tiene que pensar en construir su pirámide política sobre una base ancha, anchísima, Manolo… Pues… en el Ministerio que forme ha de entrar algún hombre significado en la retaguardia política; por ejemplo, don Pedro Egaña… ¿Qué? ¿se ríe usted… cree que estoy loca? ¿Pero, alma de Dios, no ha reparado que don Pedro Egaña y su periódico han sido los más entusiastas apologistas de Prim por su retirada de Méjico?

      — No ha sido por amor al General, sino por el odio que los neos tienen a Napoleón.

      — Sea por lo que fuese, Tarfe amigo, tenga usted por cierto que sería viable, como ahora dicen, un Ministerio de Progresismo tibio con tropezones de neísmo ilustrado. Me consta también que don Pedro Egaña no haría fu, y que se dejarían querer otros que han comido con Narváez, como Alejandro Castro, quizás Benavides… Ayer mismo, hablando con Carriquiri, hicimos un recuento de los moderados que están rabiando por deshacerse del Espadón… ¿Qué dice usted? ¿Se ha quedado lelo? La gramática política, que es parda como usted sabe, tiene por regla principal aprovechar las ocasiones… Recoger a los descontentos es otra regla muy práctica. Si usted no lo entiende, Prim, que es listo, lo comprenderá… Con que, ¿he dicho algo?

      — Más de lo que yo esperaba, y todo substancioso, como de quien conoce a fondo la realidad de las cosas y ve en la política un arte culinario, no para dar de comer a los pueblos, sino para matar el hambre de cuatro vividores… No creo, amiga mía, que esté el país para esos pistos o bodrios indecentes. Cuando Prim sepa la comida que usted le prepara… creo que se le revolverá el estómago… Y hasta otra tarde, mi dulce amiga. Me voy: temo perder el tren».

      Despidiéndole en la puerta, Eufrasia con fría serenidad sonriente le dijo: «El guiso que les ofrezco es el único. No hay otro, Manolito. Pruébenlo: no sabe mal. Todo es acostumbrarse… La cuestión es ir viviendo…».

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