Название: La Reina de los Caribes
Автор: Emilio Salgari
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4064066444747
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Aún no había transcurrido un minuto cuando las ventanas del primer piso se iluminaron, reflejándose algunos rayos de luz en las casas de enfrente.
Una o más personas estaban preparándose a bajar.
El Corsario se había puesto rápidamente en pie, con la espada en la diestra y una pistola en la siniestra.
Sus hombres se habían colocado a los dos lados de la puerta con las armas preparadas.
-¡Alguien viene! -dijo Van Stiller, que tenía un ojo pegado a la cerradura-. ¡Veo luces detrás de la puerta!
El Corsario Negro, que empezaba a impacientarse, alzó de nuevo el pesado aldabón, y lo dejó caer con estrépito.
El golpe retumbó por el corredor. Una voz temblorosa gritó: -¡Ya va, señores!
Se oyó un chirriar de cerrojos y cadenas, y la maciza puerta se abrió lentamente.
Un hombre ya de edad, seguido por dos pajes de raza india portadores de antorchas, apareció en el umbral.
Era un hermoso tipo de anciano, que ya debía de haber pasado de los sesenta; pero aún robusto y erguido como un joven.
Llevaba un traje de seda oscura adornado de encajes, y calzaba altas botas con espuelas de plata.
Una espada le colgaba al costado, y en la cintura llevaba uno de aquellos puñales españoles llamados de misericordia; arma terrible en una mano robusta.
-¿Qué queréis de mí? -preguntó el viejo con marcado temblor.
En vez de contestar, el Corsario Negro hizo seña a sus hombres de entrar y cerrar la puerta.
El jorobado, ya inútil, fue dejado en la calle.
-Espero vuestra respuesta -insistió el viejo.
-¡El caballero de Ventimiglia no está acostumbrado a hablar en los pasillos! -dijo el Corsario Negro, con voz altanera.
-¡Seguidme! -dijo el viejo tras una breve vacilación.
Precedidos por los dos pajes, subieron una amplia escalera de madera roja y entraron en una sala amueblada con elegancia y adornada con trofeos españoles.
El Corsario Negro se aseguró con una mirada de que no había más puertas, y volviéndose hacia sus hombres, les dijo: -Tú, Moko, te pondrás de guardia en la escalera, y colocarás la bomba detrás de la puerta. Vosotros, Carmaux y Van Stiller, permaneceréis en el corredor contiguo.
Y mirando al viejo, que se había tornado palidísimo, añadió: -¡Y ahora nosotros dos, señor Pablo de Ribeira, intendente del duque Wan Guld!
Cogió una silla y se sentó junto a la mesa, colocándose la espada desenvainada entre las piernas.
El viejo seguía en pie, y miraba con terror al formidable Corsario.
-Sabéis quien soy; ¿no es cierto? -preguntó el filibustero.
-El caballero Emilio de Roccabruna, señor de Valpenta y de Ventimiglia -dijo el viejo.
-Celebro que tan bien me conozcáis, señor de Ribeira -continuó el Corsario-. ¿Sabéis por qué motivo he osado, solo con mi nave, aventurarme en estas costas?
-Lo ignoro; pero supongo que debe de ser muy grave el motivo para decidiros a tamaña imprudencia. No debéis de ignorar, caballero, que por estas costas está en crucero la escuadra de Veracruz.
-Lo sé -repuso el Corsario.
-Y que aquí hay una guarnición, no muy numerosa, pero superior a vuestra tripulación.
-También lo sabía.
-¿Y habéis osado venir aquí casi solo?
Una desdeñosa sonrisa plegó los labios del Corsario.
-¡No tengo miedo! -dijo con fiereza.
-Nadie puede dudar del valor del Corsario Negro -dijo D. Pablo de Ribeira-. Os escucho.
El Corsario permaneció algunos instantes silencioso, y luego dijo con voz alterada: -Me han dicho que vos sabéis algo de Honorata Wan Guld.
En aquella voz había algo desgarrador: parecía un sollozo ahogado.
El viejo permaneció mudo y mirando con ojos asustados al Corsario.
Entre ambos hubo unos momentos de angustioso silencio. Parecía que ninguno de los dos quería romperlo.
-¡Hablad! -dijo por fin el Corsario-. ¿Es cierto que un pescador del mar Caribe os ha dicho haber visto una chalupa llevada por las aguas y tripulada por una mujer joven?
-Sí -contestó el viejo con voz que parecía un soplo.
-¿Dónde se hallaba esa chalupa? -Muy lejos de las costas de Venezuela.
¿En qué sitio?
-Al sur de la costa de Cuba, a cincuenta o sesenta millas del cabo de San Antonio, en el canal de Yucatán.
-¡A tanta distancia de Venezuela! ¿Cuándo encontraron la chalupa?
-.Dos días después de la partida de las naves filibusteras de las playas de Maracaibo.
¿Y estaba aún viva?
-Sí, caballero.
-¿Y aquel miserable no la recogió?
-La tormenta arreciaba, y su nave ya no podía resistir el embate de las aguas.
Un grito de desconsuelo salió de los labios del Corsario.
-¡Vos la habéis matado! -dijo el señor de Ribeira con voz grave-. ¡Qué tremenda venganza habéis cometido, caballero! ¡Dios os castigará!
Oyendo aquellas palabras, el Corsario Negro levantó vivamente la cabeza.
¡Dios me castigará! -exclamó con voz estridente-. Yo maté a aquella mujer a quien tanto amaba; ¿mas de quién fue la culpa? ¿Acaso ignoráis las infamias cometidas por el Duque, vuestro señor? Uno de mis hermanos duerme allá… bajo el Escalda; los otros dos reposan el báratro del mar Caribe. ¿Sabéis quién los mató? ¡El padre de la mujer a quien yo amaba!
El viejo guardaba silencio y permanecía con los ojos fijos en el Corsario.
-¡Yo había jurado odio eterno a aquel hombre, que había matado a mis hermanos en la flor de su edad, que había hecho traición a la amistad y a la bandera de su patria adoptiva, y que por oro había vendido su alma y su nobleza, mancillando infamemente su blasón, y he querido mantener mi palabra!
-¿Condenando a muerte a una joven que no podía haceros ningún mal?
-La СКАЧАТЬ