Название: Empuje y audacia
Автор: Группа авторов
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Ciencias Sociales
isbn: 9788432320262
isbn:
La frontera tiende a expandirse: explosiona en subcontratas a terceros países e implosiona en fronteras interiores, en dispositivos de control, en detenciones y desapariciones...; es decir, tiende a ocupar la totalidad del sistema y a devenir centro. […] Un tercer olvido consiste en aplicar a las personas la etiqueta «inmigrante», construir su correspondiente imaginario, y encerrarlas en él... sin re(cor)dar que en realidad todos y todas migramos entre territorios, espacios, tiempo y conocimiento.
Abu Ali, 2016
La construcción del «menor extranjero no acompañado», como ha desarrollado Mercedes Jiménez Álvarez en el capítulo anterior, constituye una categoría para denominar a los niños y jóvenes que realizan el viaje migratorio de manera autónoma, lo que comienza a estar presente en la normativa europea, en el discurso institucional y en el imaginario colectivo a partir de los años noventa. Articula un proceso de definición y representación que se encuentra fuertemente influenciado por la perspectiva jurídica. Si bien esta aproximación la desarrolla con profundidad Elena Arce en el capítulo 5, haremos referencia a algunas cuestiones que nos permitan analizar la relación entre los marcos normativos y la elaboración del imaginario sobre los jóvenes.
El Consejo de la Unión Europea de 1997 los define como «niños y adolescentes menores de dieciocho años, nacionales de terceros países, que se encuentran en el país receptor sin la protección de un familiar o adulto responsable que habitualmente se hace cargo de su cuidado, ya sea legalmente o con arreglo a los usos y costumbres» (Durán Ruiz, 2011: 9). Su consideración en un país de destino como España[1] se establece en base a una doble condición: como menores se plantea su protección en un contexto legislativo dirigido a la infancia, independientemente de su origen, que contempla con especial atención las situaciones de desamparo y vulnerabilidad, tal como recoge la Convención de los Derechos de los Niños (Suárez-Navaz, 2006). Sin embargo, como migrantes se encuentran afectados por una legislación en materia de extranjería, que regula su movilidad y niega el reconocimiento de sus derechos (Ruiz Mosquera, Palma García y Vives González, 2019: 33; Suárez-Navaz y Jiménez Álvarez, 2011: 11).
Esta ambivalencia, que coexiste al mismo tiempo en los jóvenes al ser considerados «sujetos de protección y objetos de control» (Hadjab Boudiaf, 2016: 32), problematiza su permanencia en los países de destino, ya que refleja las contradicciones del sistema legal que impera (Suárez-Navaz y Jiménez Álvarez, 2011), lo que supone la inserción de los jóvenes en un proceso de triple vulnerabilidad, como señalan Bicocchi y LeVoy (2008). En primer lugar, como niños que se encuentran separados (espacialmente) de sus familias[2] y no tienen un referente adulto en el contexto de recepción; en segundo lugar, como personas migrantes y, finalmente, por la situación de irregularidad administrativa que viven, que limita su acceso a los derechos sociales básicos, dificulta su participación social y favorece los itinerarios de precarización.
Prima, por tanto, «la lógica de la seguridad sobre la lógica de la protección» (Suárez-Navaz y Jiménez Álvarez, 2011: 13), basada, como señalan estas mismas autoras, en una construcción política e ideológica de los jóvenes como migrantes que potencia el proceso de exclusión de este colectivo.
Abordar, por tanto, los mecanismos que producen la generación de estas dinámicas de desigualdad constituye el objetivo de este texto. Nos parece importante identificar cómo opera este dispositivo, cómo se concreta en normativas y prácticas institucionales, cómo se naturaliza y hace efectivo, y cómo adquiere legitimidad. Porque visibilizar los dispositivos de control que se ejercen sobre los sujetos movilizados permite no sólo cuestionar su conversión en regímenes de verdad, sino también plantear su deconstrucción para resignificar el viaje a partir de los saberes y experiencias de los jóvenes, al mismo tiempo que permite reivindicar el necesario reconocimiento de sus derechos.
Esta propuesta debe contemplar el análisis, desde una perspectiva crítica, de la dimensión ontológica que identifica la representación hegemónica que existe sobre los jóvenes migrantes en los contextos de recepción. Contemplar esta aproximación resulta importante porque estas formas de categorización son la base de los discursos y las prácticas existentes en una sociedad y configuran, por tanto, la forma en que se establecen las interacciones y las relaciones en este contexto social (Harrits y Møller, 2011; Vasilachis de Gialdino, 2011). Esto implica que las construcciones que se elaboran constituyen un hecho social y terminan por transformar la propia realidad que están representando (Jenkins, 2000).
La construcción negativa que existe sobre la migración de la población adulta ha sido abordada por diferentes autores (Santamaría, 2011; Sebastiani, 2015; De Lucas, 2012, entre otros) y se concreta igualmente en la figura de los jóvenes (Hadjab Boudiaf, 2016) al asociar esta movilidad con la migración irregular y no comunitaria, que recuerda los fantasmas del pasado colonial[3]. Esta consideración se construye en base al discurso que plantea como la presencia de la población migrante y de los jóvenes es cada vez mayor, tiene carácter de permanencia y se instala en el contexto de recepción (Sebastiani, 2015). Lo que alimenta de manera global el imaginario de invasión (De Lucas, 1996) y favorece la perspectiva de que las migraciones constituyen una amenaza para la cohesión social y los valores nacionales. Se construye, así, a la población migrante y a los jóvenes, como un «peligro interior» (Santamaría, 2002: 120-121) para las sociedades de destino, que puede generar desorden social ante la diferencia cultural que representan las personas que provienen de países de África, Asia y América Latina.
Estas metáforas militarizadas (Santamaría, 2002) que «previenen» de la peligrosidad y el conflicto que puede producir la diferencia cultural, se alimentan de la imagen que transmiten los medios de comunicación, al mismo tiempo que reflejan y perpetúan el imaginario construido sobre las migraciones. Un artículo publicado en el diario El País hacía referencia a la importancia que en la representación de los jóvenes migrantes tenían las noticias falsas que se distribuían y circulaban por las redes sociales, y que favorecía su vinculación y asociación con actos delictivos, cuando, por el contrario, no hay datos estadísticos oficiales que establezcan una relación directa (Martín, 2019; García España, 2017). Sin embargo, constituye un tema recurrente en los medios de comunicación, que también se relaciona con las personas migrantes adultas y que, como plantea Van Dijk (2008) alimenta la consideración social de que la movilidad humana, y específicamente la que se produce desde el Sur al Norte global, constituye un problema, obviando el enriquecimiento que supone para las sociedades de recepción.
Estos discursos afectan de forma directa al proceso de inclusión de estos jóvenes, y orientan la mirada e influyen en la atención que plantean las instituciones (Epelde Juaristi, 2017), que ponen un mayor énfasis en el control y la regulación de la migración, que en la protección de sus derechos como menores (Moreno Márquez, 2012).
La persona que migra se convierte, en este contexto, en el paradigma de la alteridad radical (Santamaría, 2011; Sebastiani, 2015), que establece una frontera simbólica entre la población migrante y la población autóctona : «el “problema” no somos “nosotros”, sino “ellos”. “Nosotros” simbolizamos la buena vida que “ellos” amenazan con socavar, y esto se debe a que “ellos” son extranjeros y culturalmente “diferentes”» (Stolcke, 1995: 2).
La población migrante es representada, así, como un espejo invertido de la sociedad de recepción (Esteva, 2000). La diferencia, ya sea cultural, religiosa o económica que encarnan esas otras-sociedades con respecto al modelo original (Lutz et al., 1996: 5, cit. en Braidotti, 2015: 210); se convierte en un elemento central en la construcción de la otredad (Nash, 2005). Este abordaje dicotómico –«nosotros vs. los otros», «autóctonos vs. inmigrantes», «ciudadano vs. extranjero»– simplifica la realidad a partir de categorías binarias, autoexcluyentes, que sitúan de manera opuesta a ambas poblaciones.
Esta perspectiva dual, definitoria del positivismo, se construye de manera relacional para legitimar únicamente la entidad de quien ocupa una posición СКАЧАТЬ